sábado, 13 de octubre de 2018

CAPITULO 66




Cuando salimos precipitadamente del bar de Zoe, a la vez que tiraba de mi sorprendida y soñolienta amiga hacia un lugar más seguro, no pude evitar buscar Pedro entre la multitud que nos separaba. No tardé demasiado en verlo acompañado de Santiago. Los dos caminaban despreocupadamente hacia
nosotras, mientras se frotaban las manos, como si acabaran de ensuciárselas con algo bastante desagradable. No tuve dudas de que ese objeto desagradable era Mauricio cuando no lo vi junto a ellos, pero guardé silencio a causa de mi
alarmada amiga, que sin saber aún lo despreciable que era su novio, lo buscaba por todas partes.


—Lo mejor será que volvamos a casa. Seguro que Mauricio ya ha llegado a la suya —declaré, no muy segura de ello, intentando que Penélope desistiera de volver a entrar en el bar de Zoe para buscarlo.


—Pero ¡no lo he visto salir! ¿Estás segura de que habrá conseguido escapar? —preguntó Penélope, terriblemente preocupada, sin dejar de mirar una y otra vez la entrada trasera del bar de Zoe.


Sin saber qué contestar a esa pregunta, para no mentirle a mi ingenua amiga y, a la vez, intentando que abandonara su empeño de meterse en un nuevo lío por el hombre más inadecuado, guardé silencio.


—¿Lo has visto o no lo has visto salir, Paula? —insistió ella.


—No… pero Mauricio es alguien por el que no deberías correr, ese hombre no te conviene. Él… Él se me ha insinuado, algo que no debería hacer si tiene novia —confesé, tratando de abrirle los ojos a Penélope. Pero por lo visto, ella estaba más ciega de lo que yo creía. O tal vez, simplemente, mis palabras no fueron las adecuadas, ya que sólo obtuve un fuerte rechazo por su parte.


—¡Mientes! ¡Él nunca me haría eso! ¡Mauricio está enamorado de mí y…!


—Penélope, ¿por qué te mentiría en algo así? —pregunté, interrumpiendo su indignado discurso.


—¡Porque tienes envidia de mi novio y de mí, de la relación que tenemos y de que tú no puedas tener ninguna porque simplemente te niegas a luchar por el hombre que quieres! —exclamó Penélope, mostrándome con sus palabras que tenía algo de razón, ya que hasta entonces había tratado de ocultarles a todos que prefería al rebelde Pedro, aunque mi corazón lo gritara a los cuatro vientos.


Sin saber cómo evitar que mi amiga cometiera un nuevo error, me quedé paralizada viéndola alejarse de mí. Afortunadamente, sus pasos fueron interrumpidos por el perfecto Santiago, que ya no era tan perfecto desde que su primo lo acompañaba. Mintiendo vilmente, se dirigió hacia Penélope para alejarla del peligro:
—No te preocupes, Penélope, yo he visto a Mauricio salir del bar y ponerse a salvo de esta locura. Será mejor que te acompañe hasta casa para que tú también lo estés —declaró Santiago, mientras la conducía lejos de allí.


Me sentí aliviada, pero también un poco triste cuando vi a mi amiga dirigirme una mirada llena de resentimiento, sin llegar a creer en mis palabras.


Yo no sabía qué más podía hacer, además de guardar silencio, ya que ella no escucharía nada de lo que le dijera, a causa de su necio enamoramiento que tanto la cegaba.


De repente, unos fuertes brazos me acogieron firmemente entre ellos, a mí y a mi tristeza, y susurrando sobre mi cabeza una de sus locas frases, Pedro hizo asomar a mi rostro una sonrisa y logró que me olvidara de que tal vez todavía debería continuar enfadada con él.


—No te preocupes, rubita, algún día se dará cuenta de que Mauricio es basura. Mientras tanto, Santiago y yo lo hemos dejado en el contenedor adecuado, para que nadie tenga dudas de lo podrido que está ese sujeto.


Luego, como siempre hacía, me arrastró lejos de todos. Y, subiéndome en la parte trasera de su motocicleta, me dejé guiar por él hacia una nueva locura, en la que sus protectores brazos nunca dejarían de sostenerme y siempre, siempre, me elegirían a mí por encima de todo.




CAPITULO 65




Paula apenas se percató de la presencia de Mauricio junto a ella, ya que se encontraba demasiado ocupada intentando fingir que se estaba divirtiendo rodeada de desconocidos, cuando en verdad el único hombre que le importaba se mantenía lejos, observando a distancia su patética actuación.


Estaba dispuesta a poner a Pedro tan celoso como ella se había sentido desde el momento en que entró por la puerta del bar de Zoe, y para ello no le importó soltar más de una falsa risita o algún que otro halagador cumplido hacia los chicos que la acompañaban.


Sonrió satisfecha cuando observó que Pedro miraba con furia a cada uno de los hombres que la rodeaban, pero a pesar de ello, permaneció sentado, mientras seguía rodeado de chicas que lo acosaban con sus encantos, algo que la molestó, y mucho más cuando él le dirigió más de una ladina sonrisa, dispuesto a no dar su brazo a torcer en esa disputa.


Pero en el momento en que lo vio alzarse rígidamente de su silla y mirar furioso hacia ella, supo que había hecho algo que lo había alentado a perder su despreocupada posición en ese juego de celos. Preguntándose cuál habría sido la acción que al fin había sacado a Pedro de sus casillas, Paula sonrió alegremente a los hombres que tenía junto a ella, hasta que sus ojos toparon con un indeseable que no debería estar allí, sino junto a su novia.


—Da la sensación de que estás en tu ambiente en este lugar —dijo Mauricio, señalando a los alegres chicos que la acompañaban.


—No lo sabes tú bien —respondió Paula, mientras le daba la espalda para seguir ignorándolo.


Pero al parecer, ese violento sujeto se volvía aún más violento cuando bebía, así que con la idea de reclamar la atención de la mujer que lo había desafiado en más de una ocasión, Mauricio agarró fuertemente el brazo de Paula para tomarse la revancha ante cada uno de sus desplantes.


—¿Qué haces? ¡Suéltame! —lo increpó Paula, intentando zafarse de su agarre.


—¿Por qué? Si tan a gusto estás con todos éstos, ¿por qué no conmigo?


—Ellos no tocan sin permiso —repuso Paula altivamente, luciendo una de sus más falsas sonrisas, mientras intentaba librarse de Mauricio.


—¿Y ese tal Pedro? ¿Tampoco te toca?


—Eso no es de tu incumbencia, y vuelvo a repetirte que me sueltes — reclamó Paula, cada vez menos paciente con las insinuaciones de ese sujeto.


—Yo creo que sí, y si él te toca, me pregunto por qué no deberían poder hacerlo otros… —insinuó Mauricio, mientras posaba atrevidamente su mano en el trasero de Paula.


Tal vez si Paula hubiera seguido los consejos de su madre y se hubiera comportado como toda una dama, esperando que Pedro se acercara y la defendiera, o que el apacible Santiago interviniera para alejar sutilmente a ese imbécil de ella, o incluso que alguno de sus acompañantes saliera en su defensa, todo habría acabado con una simple reprimenda para ese desagradable hombre.


Pero lo cierto era que Paula ya estaba harta de comportarse como todos querían, y después de aguantar las impertinencias de Mauricio durante horas, su paciencia definitivamente se había esfumado, así que, ante el manoseo de ese impresentable, respondió como nadie esperaba de ella: cerrando el puño y dirigiéndolo hacia la cara de él con todas sus fuerzas, provocando que cayera precipitadamente al suelo.


—¡Cuando una chica dice no es no, a ver si te queda claro de una vez por todas, Mauricio! —exclamó Paula en voz alta.


—¡Tú, zorra…! —profirió airadamente el alterado individuo, intentando levantarse para buscar la revancha, sin importarle demasiado alzar su mano contra una mujer.


—¡Ésa no es forma de hablarle a una señorita! —le recriminó Santiago, dirigiendo su puño hacia Mauricio cuando éste intentaba incorporarse, haciendo que cayera al suelo de nuevo.


Paula se asombró de que Santiago hubiera dejado de lado su diversión para defenderla, pero se sorprendió aún más cuando éste le señaló a un furioso Pedro que nunca había mostrado esa parte de su carácter ante nadie. 


Hasta ese momento.


—No te sorprendas, Paula, siempre que esté cerca intentaré protegerte, a pesar de que tú lo sepas hacer muy bien solita —bromeó Santiago, revelándose como el amigo que siempre sería para ella, porque ambos sabían a quién pertenecía finalmente su corazón—. Pero que conste que en esta ocasión lo que más me preocupa es el idiota ese —dijo, mientras señalaba al rabioso Pedro, que, poniendo un pie sobre el cuello de Mauricio hasta casi dejarlo sin respiración, le hacía una amenazante advertencia.


—Nunca vuelvas a tocar a Paula…


—¿Acaso… ella… te pertenece? —jadeó Mauricio, riéndose al recordar la forma en que ella lo había ignorado desde que entraron en el bar.


—Paula no le pertenece a nadie, pero yo sí le pertenezco a ella y soy muy reacio a que alguien se le acerque. Especialmente si se trata de un sujeto tan despreciable como tú —replicó Pedro, ejerciendo más presión en su cuello.


—¡Pedro! —gritó Paula, asustada al ver que no cejaba en su empeño de aplastar a Mauricio.


Finalmente, la dulce voz de Paula y su tembloroso tono de voz fueron lo único que consiguió que el hombre al que todos creían siempre inofensivo volviera a serlo.


—No mereces que me manche las botas contigo —declaró despectivamente Pedro, antes de dejar libre a Mauricio para ir en busca de la mujer que lo esperaba.


—¡Eres un cobarde! ¡Enfréntate conmigo cara a cara! —chilló Mauricio, lleno de ira tras su humillación.


—Será todo un placer… pero mejor fuera —propuso Pedro, mientras se dirigía hacia la salida, momento que aprovechó el otro para abalanzarse sobre él y comenzar la pelea.


Desafortunadamente para Mauricio, Pedro ya tenía prevista esa sucia treta y sólo tuvo que apartarse para que su rival cayera sobre las mesas que había en su camino, tirándolo todo al suelo. Sintiéndose de nuevo burlado, el airado individuo se levantó rápidamente para arremeter de nuevo contra Pedroarrastrándolo esta vez al suelo con él.


A pesar de que Mauricio fuera más corpulento y pareciera llevar las de ganar con sus contundentes y duros puños, Pedro era más ágil y no tardó en cambiar la inconveniente posición en la que se encontraba hasta quedar de pie frente a Mauricio, donde Pedro tenía ventaja, ya que era rápido esquivándolo una y otra vez, al tiempo que hacía que sus puños impactaran en el lugar correcto para debilitar su resistencia.


La pelea causó estragos en el local de Zoe, que miraba alarmada cómo todo quedaba destrozado por culpa de esos dos sujetos. Corrió para intentar separarlos, pero mientras intentaba inútilmente poner fin a la riña, la situación empeoró cuando sus clientes habituales comenzaron a ponerse de parte de cada uno de los dos contendientes y decidieron mostrar sus argumentos con sus propios puños, haciendo que todo se convirtiera en un caos en el que las mesas y las sillas volaron por doquier. Las chicas intentaban separar a sus parejas colgándose de sus espaldas o tirándoles del brazo, pero finalmente también entraron en disputa unas con otras cuando no conseguían nada.


Zoe, angustiada, no sabía qué hacer. Las advertencias que su padre le había hecho en alguna ocasión asaltaron su mente al encontrarse finalmente con un problema que no pudo resolver, porque su presencia femenina no imponía ni infundía respeto. Y cuando las sirenas de la policía sonaron cerca, supo que tanto ella como su bar estaban acabados.


Gracias a Dios que la sensatez se adueñó de los jóvenes que todavía se peleaban en su local, al oír el sonido de la autoridad que se acercaba. La multitud salió desperdigada por la puerta trasera con gran rapidez. Aunque era mucho pedir que todos se volvieran igual de sensatos, pensaba Zoe, al ver a Pedro y Santiago arrastrando a un inconsciente Mauricio hacia la salida.


—¿Se puede saber qué hacéis?


—¿Qué te parece, Zoe? Estamos tirando la basura —contestó Santiago con una sonrisa.


—¿O prefieres que lo dejemos aquí para que des tú las explicaciones a la policía? —preguntó burlonamente Pedro, alzando una de sus impertinentes cejas.


—No, será mejor que os lo llevéis —reconoció Zoe, sujetando la puerta para su precipitada huida.


Por suerte, cuando el oficial de turno entró en el local, solamente vio los restos de un festejo, que Zoe limpiaba con afán, ya que todos los jóvenes habían abandonado el lugar a tiempo. Mientras el policía la reprendía, buscaba pruebas del escándalo que varios habitantes del pueblo habían denunciado, intentando encontrar algo con lo que poder echar el cierre a ese bar y también poner punto final a la sonrisa de suficiencia de esa mujer que, en su opinión, aún no sabía cuál era su lugar.


—Como puede ver, agente, sólo son los restos de una fiesta privada que se ha celebrado hace horas.


—Y, según usted, aquí no se ha producido ninguna pelea...


—Por supuesto que no, señor policía.


—¿Y las sillas y mesas volcadas?


—Es que estoy cambiando la ubicación de los muebles.


—Y por lo visto también cambiando la vajilla, ¿verdad? —ironizó el agente de la ley, al caminar sobre más de un vaso roto.


—Ni yo misma lo hubiera expresado mejor —contestó Zoe, luciendo en su rostro una falsa sonrisa.


—Entonces supongo que no tendrá inconveniente en que revise el local y la salida trasera.


—En absoluto. Es usted libre de hacer lo que guste. A propósito, ¿quiere una cerveza? Invita la casa —ofreció tentadoramente Zoe, intentando engatusar a ese policía y distraerlo de su deber.


—No, gracias. Estoy de servicio.


Tras revisar el almacén y no encontrar nada, Zoe suspiró aliviada, hasta que el policía la llamó desde el callejón trasero para que acudiera a su lado. Aligeró el paso, preguntándose qué podía haber visto ese hombre para requerir su presencia, si todos los jóvenes habían salido a tiempo de su local, y en cuanto llegó junto al agente de policía y vio lo que éste le señalaba, Zoe supo sin ningún género de dudas a quién tendría que culpar de su desgracia.


—La madre que los… —maldijo entre dientes.


—Tiene usted una forma muy peculiar de tirar la basura, señorita —comentó burlonamente el policía, mostrándole un hombre desvanecido en su contenedor de basura—. ¿Qué tiene que decir de esto?


—Que a partir de ahora pienso reciclar. No quiero que la basura se me acumule —respondió Zoe, alzando sus manos para que el policía la esposara, ya que el desvanecido Mauricio comenzaría a cantar como un pajarito en cuanto se recuperase.

CAPITULO 64




La tiza de la pizarra quemaba en las manos de Zoe cada vez que veía cómo actuaba esa extraña pareja, que en medio de su enfado estaban haciendo a todos partícipes de su discordia. A pesar de que no se atrevía a sacar la pizarra para que no la descubrieran, Zoe había comenzado a aceptar discretas apuestas de sus clientes, que no dudaban en acercarse a la barra para susurrarle quién creían que resultaría vencedor en esa disputa.


Paula y Pedro, cada vez más furiosos el uno con el otro, hacían lo imposible por ignorarse. Algo que en realidad no funcionaba, cuando los ojos de Pedro no dejaban de mandar amenazantes miradas a los hombres que rodeaban a Paula, a
pesar de encontrarse él mismo rodeado por varias chicas. Definitivamente, esa batalla la estaba ganando Paula, que alentaba coqueta a los hombres de su alrededor, recibiendo las miradas de Pedro con una sonrisa socarrona.


Tal vez Zoe pudiese poner fin a esas desavenencias si hablaba con Paula y le
aclaraba que, si bien era cierto que Pedro acudía a su garito con bastante frecuencia, realmente sólo lo hacía para quejarse de no poder estar junto a ella y que ésa era la primera vez que lo había visto coquetear con otra mujer, algo que había hecho únicamente para alentar a su deprimido primo Santiago.


Unas solas palabras suyas bastarían para acabar con todo, pero la verdad era que su pizarra necesitaba acción, además del pequeño asunto de las cervezas que Pedro aún le debía, así que Zoe decidió guardar silencio y hacer su propia apuesta sobre quién ganaría en esa ocasión.


Las apuestas comenzaron a caldearse cuando Penélope se quedó dormida en uno de los sillones próximos a las mesas que Mario reservaba para las familias que iban a almorzar durante el día, momento en que Mauricio comenzó a acercarse a Paula más de lo aconsejable. Ahí fue cuando Pedro dejó de intentar simular que no prestaba ninguna atención a Paula y, tras levantarse abruptamente de su asiento, se dirigió hacia donde ella se encontraba, para ofrecerle su ayuda, la quisiera o no, porque, sin duda, si ese violento individuo se había fijado en Paula, ésta se hallaba metida en más de un problema.