miércoles, 10 de octubre de 2018
CAPITULO 57
Santiago no comprendía cómo había acabado ayudando a su primo a estar junto a Paula, si desde un principio se había declarado su rival.
Definitivamente, las dotes de persuasión de Pedro eran dignas de admiración. Pero qué podía hacer sino rendirse ante la pareja que hasta él mismo veía que estaban sin duda hechos el uno para el otro.
Pedro, ese molesto familiar que había llegado a su casa mostrándoles a todos su rebeldía, se volvía tan manso como un corderito en manos de Paula. Y ella, la tímida y apocada chica a la que Santiago creía conocer tan bien desde hacía años, se mostraba como una completa desconocida para él cuando Pedro estaba delante.
Santiago se preguntaba en más de una ocasión qué habría pasado si se hubiera dado cuenta antes de cómo era Paula en realidad. Tal vez la situación entre ellos habría sido distinta, convirtiéndolos en una pareja adecuada, lo que podría haber durado más o menos tiempo, pero que indudablemente habría terminado en cuanto Pedro se hubiera cruzado en su camino. Porque, aunque le molestara admitirlo, su primo era el único capaz de sacar a la luz a esa mujer que se había vuelto tan atractiva a sus ojos y que, por desgracia, sólo brillaba con su rival.
La insultante Barbara, con las contundentes palabras que le había dedicado antes de alejarse airadamente de su lado, le había hecho darse cuenta de lo ciego que había estado hasta ese momento y que, definitivamente, había dejado pasar su oportunidad con Paula. Por necio.
Y luego, las insolentes palabras con las que Pedro le había declarado la guerra una y otra vez para conseguir a la mujer de la que se había enamorado le mostraron que, para su primo, ella no era un juego. Y como un día le aseguró, ya era demasiado tarde para que intentara algo con Paula, ya que cuando Pedro
estaba presente, Santiago se veía ignorado por completo por la chica que en otros tiempos corría detrás de él.
Si seguía entrometiéndose entre ellos y provocando a su primo con la posibilidad de acercarse a Paula más de lo aconsejable, solamente era para fastidiarlo un poco, ya que, después de todo, Pedro había puesto su mundo patas arriba desde que llegó a su hogar, y toda su planificada y ordenada vida se convertía en un auténtico caos cuando él estaba cerca.
Tras aparcar su coche, Santiago salió de éste silbando una alegre cancioncilla, sin poder dejar de sonreír al recordar esa tarde, en la que Pedro se había tenido que esconder unas cinco veces debajo de la cama, cuando la señora Chaves hacía sus apariciones para llevar a cabo su papel de celestina.
Pedro, bastante molesto, había decidido suspender las clases, ya que cada uno de los insistentes intentos de esa madre para que su hija eligiera al hombre que ella juzgaba más adecuado, siempre lo descartaban a él, y Santiago había disfrutado con una sonrisa de que por primera vez conseguía una victoria frente a su primo, aunque la persona que lo había elegido para ser la pareja de Paula no fuera la que él deseaba.
Después de la marcha de Pedro, Paula se había limitado a permanecer distraída y melancólica, sin poder evitar desviar su mirada una y otra vez hacia la ventana donde él siempre efectuaba su aparición para removerlo todo y, por qué no admitirlo, para hacerlo todo un poco más interesante.
Cuando llegó a la entrada de su casa, Santiago halló a su padre sentado en la escalera del porche, extrañamente decaído, mientras miraba cabizbajo lo que quedaba de la cerveza que se estaba tomando. Asombrado por ese comportamiento tan inusual, Santiago tomó asiento a su lado y, sin decir nada, esperó a que su padre hablara con él tan abiertamente como siempre hacía.
—Lo siento mucho, Santiago. De verdad que lo siento… —comenzó Kevin, negando nerviosamente con la cabeza.
—¿Qué es lo que ocurre, papá? —preguntó él, preocupado por el extraño comportamiento de su padre.
—Me han despedido de la fábrica, hijo. Una puñetera máquina se encarga ahora de mi tarea y así, en un instante, recompensan diez años de trabajo, dándome una lamentable indemnización y una palmadita en la espalda mientras me enseñaban la salida.
—Bueno, todavía tenemos esta casa y…
—No, Santiago, es el banco el que tiene esta casa, y nos está presionando para que la dejemos. Nosotros, en estos instantes, sólo tenemos unos pocos ahorros que estamos consumiendo.
—Bueno, seguro que encuentras muy pronto otro trabajo y…
—Llevo desde el principio del verano buscándolo y aún no he encontrado nada. Así que en estos momentos en los que ya no sé qué hacer, solamente puedo pedirte perdón.
—¿Por qué? —preguntó Santiago, sin comprender todavía la gravedad de la situación.
—Por haber arruinado tu planificada vida —señaló Kevin, mostrándole la cruda realidad, mientras le tendía el resto de su cerveza.
—Ah, si no hay dinero para salvar esta casa, mucho menos para mi universidad, ¿verdad? —razonó Santiago, acabándose el resto de la bebida de un trago.
—En efecto —suspiró Kevin, resignado a que su hijo lo odiara.
—¿Se puede saber por qué no me lo dijiste antes de que empezara a planificar mi futuro? ¿Por qué has dejado que me esperanzara con una vida que tal vez no logre alcanzar nunca? —se quejó amargamente Santiago, mientras cerraba airado los puños.
—Yo confío plenamente en ti, hijo. Sé que lograrás todo aquello que te propongas —declaró su padre, levantándose de su lugar, mientras recordaba con orgullo todo lo que su hijo había conseguido hasta entonces—. Sólo que en esta ocasión las cosas no serán tan fáciles como hasta ahora —finalizó Kevin, poniendo una de sus fuertes manos sobre el hombro de Santiago y apretándoselo intentando mostrarle el apoyo que nunca dejaría de darle a pesar de las dificultades que se cruzaran en su camino.
—Si estamos tan arruinados, ¿por qué aceptaste recibir a Pedro en nuestra casa? —quiso saber Santiago, molesto, y, tras el silencio que su padre guardó ante su pregunta, llegó a la conclusión más obvia—. La acogida de Pedro no fue una acción bondadosa y desinteresada por tu parte, ¿verdad, papá? —lo presionó, queriendo saber todo lo que su padre le ocultaba.
—Cierto —reconoció Kevin tras un suspiro—. Mi hermano me pasa todos los meses bastante dinero para que me encargue de su díscolo hijo. Dinero que no puedo rechazar. Aunque, con dinero o sin él, no me habría importado cuidar de ese chaval, porque es como otro hijo para mí.
—Y dime otra cosa, padre, las persistentes visitas que han pasado este verano por nuestra casa, en las que las hijas de tus amigos no dejaban de intentar mostrarme todas sus cualidades, ¿eran una simple coincidencia? Porque no quiero ni imaginarme que me estabas vendiendo al mejor postor como el marido perfecto. Además, los gastos extra que has tenido a causa de esas visitas no son fáciles de afrontar para un hombre arruinado, si no obtiene un beneficio.
—Nunca te haría eso, Santiago. Casi todas las reuniones fueron para tantear
un posible nuevo trabajo… pero ellos se empeñaron en traer a sus hijas y… —
dijo Kevin, frustrado mientras se mesaba los cabellos.
Sin poder evitarlo, Santiago rio irónicamente ante su nefasta situación. Y cuando su risa se apagó, se dirigió a su padre:
—Durante todo este tiempo siempre he creído que las chicas que traías a esta casa y que me agobiaban con todas sus habilidades y virtudes para llamar mi atención intentaban venderse a mí, y ahora me entero de lo equivocado que he estado siempre, ¡pues era yo quien iba a ser subastado al mejor postor!
—Yo nunca haría eso —declaró Kevin apenado.
—Entonces, ¿qué ha sido Paula durante todos estos años? —insistió Santiago, anhelando conocer la verdad que rodeaba la presencia de Paula en su casa todos los veranos.
—Los Chaves aún no saben de mi situación, y esa niña, aunque no lo creas, siempre ha sido para ti una buena amiga en la que un día tuve la esperanza de que te fijaras, porque una mujer como ésa es la que necesitas a tu lado para seguir adelante.
—Lo sé, papá, no sabes hasta qué punto lo sé… Ahora… —ironizó Santiago, recordando que el corazón de Paula ya pertenecía a un hombre que no era él—. Y ahora que no tengo nada, ni siquiera un camino que seguir en mi vida, ¿qué se supone que debo hacer?
—Es sencillo, Santiago: crear uno nuevo con el que poder seguir adelante, sin abandonar del todo nuestros sueños. Porque tal vez éstos serán más difíciles de alcanzar, pero no debemos dejar de intentar cumplirlos, porque sin sueños no hay esperanza, hijo —declaró Kevin, mientras le arrebataba la cerveza vacía a su hijo.
—¿Tú aún intentas alcanzar tus sueños, papá?
—Sí, siempre habrá un nuevo anhelo que satisfacer, una nueva meta que perseguir a lo largo de la vida. Algunas podremos lograrlas con facilidad, y otras tal vez sigamos corriendo toda una vida tras ellas.
—¿Y cuál ha sido tu mayor logro hasta ahora, papá?
—Tú, por supuesto —respondió Kevin, señalándolo con la mano que todavía sostenía el botellín de cerveza.
—Un deseo muy simple, ¿no te parece? —repuso Santiago, mientras una sonrisa asomaba a sus labios al recordar todos los momentos que había vivido a lo largo de los años bajo el cobijo de sus padres.
—Pero es que los deseos más sencillos son los que más felices nos hacen, Santiago —comentó Kevin, pasando un brazo sobre los hombros de su hijo y dirigiéndolo hacia el interior de su casa para mostrarle cómo crearse un camino en esa traicionera vida que, en ocasiones, nos deshacía tan fácilmente, dejándonos tan perdidos como cuando comenzamos a recorrerlo.
CAPITULO 56
Una vez más, Norma Taylor era testigo de cómo el alocado Pedro Alfonso trepaba por ese árbol para llegar a escondidas hasta el cuarto de Paula. Sonrió cuando vio al siempre imperturbable Santiago cerrar la ventana delante de las narices de su intrépido primo, hasta que éste colocó un papel contra el cristal, algo que parecía ser una contraseña que le permitió adentrarse en la estancia, ya que Santiago, entre murmullos reprobadores, lo dejó pasar.
En realidad, esos jóvenes no hacían otra cosa que estudiar. Era una lástima que tuvieran que hacerlo a escondidas porque los padres de Paula aún no se habían percatado de lo que valía ese muchacho, opinaba Norma.
Desde su jardín, Norma disfrutaba de una cerveza bien fría, mientras observaba al decidido Pedro enseñándole a Paula alguna asignatura. El muchacho parecía resuelto a que ella dominara esas materias y no mostraba piedad a la hora de señalarle cada uno de sus errores, aunque, sin que la chica se diera cuenta, en más de una ocasión Pedro suspiraba resignado cuando los observaba a ella y a su
molesta carabina, sin duda deseando hacer cualquier otra cosa en esa habitación que no fuera estudiar.
Esa pareja era tan entrañable… y sin duda Paula y Pedro estaban hechos el uno para el otro, ya que el rebelde Pedro se volvía un poco más dócil al lado de Paula, mientras que la siempre correcta Paula se volvía algo más atrevida cuando estaba junto a él.
En verdad Norma no comprendía el empeño de los Chaves de apartar a ese muchacho de su hija, o el empecinamiento en planear su futuro, un futuro que sólo atañía a Paula. Ella, por su parte, creía que los hijos tenían que efectuar sus propias elecciones en la vida y que los padres solamente debían encontrarse allí para ayudarlos a levantarse cuando los errores los hicieran caer. «Aunque a veces desearía no ser tan permisiva», pensó Norma cuando vio que comenzaba a anochecer sin que su hija hubiera llegado a casa todavía.
Cuando Penélope llegó al fin, otra vez deshecha en llanto debido a una nueva discusión con su novio, Norma no pudo callarse por más tiempo lo que pensaba sobre la relación que mantenía su hija con ese impresentable.
—Si un hombre te hace llorar así es que no te valora en absoluto, porque lo último que quiere ver la persona que te ama son tus lágrimas.
—Tú no lo comprendes, mamá… Todo ha sido por mi culpa. He hecho algo que no debía y él simplemente se ha enfadado.
—Ese hombre se enfada con demasiada facilidad, hija, y tú te disculpas demasiado —opinó Norma, intentando limpiar las lágrimas de su hija, algo que ésta no le permitió.
—Tú no lo comprendes, mamá.
—Lo único que comprendo es que si solamente consigues lágrimas de esta relación, entonces es algo que tienes que abandonar.
—¡Es mi vida, mamá, y yo la viviré como quiera! —gritó Penélope, antes de dirigirse airadamente hacia el interior de la casa.
—De acuerdo, pero tan sólo recuerda una cosa, cariño.
—¿El qué? —preguntó Penélope, aún molesta con su madre.
—Que pase lo que pase, yo siempre estaré aquí para ti —le recordó cariñosa Norma a su afligida hija, que no tardó demasiado en alejarse nuevamente de su lado.
—Yo que usted la encerraba —intervino entonces una impertinente voz procedente del jardín vecino, haciendo que Norma sonriera ante las palabras de ese rebelde muchacho.
—No sé si sería una gran idea seguir los consejos de un joven atolondrado, que una y otra vez rompe todas las reglas —replicó Norma, mientras lo invitaba a su jardín, a la vez que le arrojaba una de las frías cervezas que tenía en el porche.
—Yo tengo una buena razón para hacerlo —respondió Pedro, señalando la ventana donde Paula seguía estudiando.
—¿Y qué crees que haría mi hija si la encerrase, si le prohibiera encontrarse con ese novio suyo que no me gusta?
—No lo sé.
—¿Qué harías tú si te prohibieran ver a la chica que te gusta? —preguntó irónicamente Norma, dándole con ello la respuesta que Pedro buscaba.
—Quizá saltar todas las barreras que pusieran en mi camino y correr lo más rápido posible para estar a su lado.
—Sí, y yo no quiero que mi hija corra para alejarse de mí. Sólo pretendo que se dé cuenta de sus errores.
—¿Y qué ocurrirá si se da cuenta de ello demasiado tarde?
—Que siempre estaré aquí para ayudarla.
—Sigo pensando que lo mejor sería encerrarla lejos de ese impresentable de Mauricio, ya que lo poco que he visto de él no me gusta nada. Pero tal vez tenga usted razón. Sólo le diré una cosa más: tengo una escopeta de perdigones y le puedo enseñar a utilizarla —ofreció un sonriente Pedro, antes de terminarse su cerveza.
—Me lo pensaré —contestó Norma con una sonrisa, viendo que ese decidido joven no era tan irreflexivo y alocado como todos creían.
Aunque sí era cierto que se le ocurrían algunas ideas un tanto descabelladas.
CAPITULO 55
Intenté comportarme como un buen chico para llegar hasta Paula. Me vestí como mi insulso primo, llegué con mis mejores intenciones hasta su puerta, con una estúpida carpeta repleta de apuntes, una falsa sonrisa y la compañía de Santiago. Mi primo no dudó en aceptar acompañarme cuando se lo pedí, evidentemente con la idea de reírse de mí. Pero su molesta presencia formaba parte de mi plan, porque, conociendo al padre de Paula, no tenía dudas de que me habría echado a patadas si se me hubiera ocurrido presentarme en solitario.
—¿Y bien, chicos? ¿Qué asunto os ha traído hasta mi hogar? —preguntó amablemente la señora Chaves, mostrándole una de sus mejores sonrisas a Santiago, mientras le ofrecía unas apetitosas galletas en una elaborada bandeja.
Bandeja que no dudó en retirar cuando mi mano se acercó para intentar coger una.
—Mi primo y yo hemos oído de los profesores que Paula necesitaría clases particulares en algunas asignaturas, así que Pedro ha venido a ofrecerse para ayudar. Después de todo, es el alumno con mejores calificaciones del instituto, e incluso se rumorea que este año presidirá el cuadro de honor.
Con estas palabras, Santiago consiguió dos cosas: que los señores Chaves se atragantaran con las pastitas y el té que nos estaban ofreciendo, y que yo sonriera con malicia hacia esas personas que me habían contemplado durante todo ese tiempo creyéndome un mero idiota.
—Bueno, no sé si es buena idea que sea tu primo quien instruya a Paula… después de todo, él no la conoce tanto como tú —repuso la señora Chaves, esperanzada con la idea de que Santiago tomara mi lugar en esas lecciones privadas para su hija, mientras yo me regocijaba secretamente, pensando en lo equivocada que estaba, pues de todos los reunidos, quien mejor conocía a Paula era yo.
Finalmente, cansado de que me dejaran de lado en la conversación y hablaran de mí como si no estuviera delante, me decidí a intervenir.
—No se preocupe, señora Chaves, como su profesor, nos tomaremos el tiempo necesario para conocernos mejor —dije, poniendo cada vez más nerviosa a la mujer con esta posibilidad.
—¿Tienes referencias, chaval? —apuntó bruscamente el señor Chaves, queriendo apartarme de su camino y del de su hija.
—Por supuesto, señor Chaves, ya he dado clases a muchos de mis compañeros. Puede preguntarle sobre ello al profesor Jenkins —respondí, mientras rogaba en mi interior para que a mi tutor no le diera por relatar los lloriqueos con los que le habían ido mis compañeros después de pasar por mis manos.
—Y, dime, ¿han aprobado sus exámenes después de que les dieras clases?
—Por supuesto —contesté, muy orgulloso de que eso fuera cierto. Aunque omití añadir que sólo lo habían hecho bajo la amenaza de que, si suspendían, tendría que volver a ser su profesor.
Sin esperar a que el padre de Paula pensara un nuevo argumento en su búsqueda de razones para evitar que le diera clases a su hija, comencé a rebuscar en la carpeta que había llevado conmigo, donde guardaba los resultados de mi último examen, para refregárselo por las narices al señor Chaves.
Cuando me disponía a mostrarle mis calificaciones, me quedé paralizado al oír las indignantes razones por las que me rechazaba para ser profesor de su hija, y apreté furiosamente los puños, mientras usaba toda mi fuerza de voluntad para retener mi lengua y no insultar con mi insolencia a ese hombre, dándole con ello más excusas para apartarme de Paula.
—No te molestes en mostrarme tus notas, Pedro. Como mi hija no es demasiado lista, no será necesario que pierdas el tiempo con ella. Estoy seguro de que, por más que lo intente, no mejorará sus resultados. Hay mujeres que, simplemente, no han nacido para pensar.
Tras escuchar esas denigrantes palabras, tuve ganas de golpearlo con el libro de texto que llevaba entre mis manos, pero preferí contenerme y tratar de lograr que Paula obtuviera la ayuda que necesitaba para perseguir sus sueños, aunque no fuera la mía.
—Entonces no soy el adecuado, ¿verdad? —le pregunté al señor Chaves, sin molestarme en explicarles a los demás el porqué de mis palabras. Después de todo, ése era un tema que el padre de Paula y yo aún no habíamos zanjado.
—Veo que al fin lo entiendes, chaval.
—Bueno, entonces será mejor que me marche —dije, levantándome del sofá. Y, ofreciéndoles a mis anfitriones una sonrisa tan hipócrita como la que ellos me dirigían a mí, enfilé hacia la salida, no sin antes hacerle una discreta recomendación a Santiago cuando pasaba por su lado—. Consigue este trabajo,
aunque sólo sea para demostrarle a este hombre lo equivocado que está con Paula —susurré, apretándole el hombro con fuerza.
Consciente de que si hacía lo que yo le pedía pasaría más tiempo con Paula, mi primo no tardó en desplegar sus encantos, mientras el señor Chaves me acompañaba hacia la salida.
—¿Por qué no dejas de perseguir a mi hija? Estás perdiendo el tiempo intentando convertirte en alguien que no eres, y más aún si hay candidatos mucho más adecuados que tú para estar junto a Paula —declaró orgullosamente
el señor Chaves, mostrándome la puerta.
—Creo que ha habido un error entre nosotros, señor Chaves: yo no pienso convertirme en el hombre adecuado para usted, sino simplemente en el hombre que Paula necesita a su lado. Y créame cuando le digo que, si ella me elige, nada podrá separarme de su lado —manifesté altivamente, decidido a enfrentarme a ese hombre que tan poco conocía a su hija.
—Cuánta arrogancia en un muchacho que hace apenas unos meses me suplicaba que no pusiera más obstáculos en su camino. ¿Qué ha ocurrido desde entonces? —se burló el padre de Paula, recordándome mi desesperación por
permanecer junto a ella.
—Ha ocurrido que he madurado y me he dado cuenta de que algunos de esos obstáculos siempre estarán en medio y que no es necesario eliminarlos, sino simplemente eludirlos —repliqué, pasando junto al señor Chaves mientras decidía el camino que tomaría mi vida, uno que irremediablemente siempre me llevaría junto a ella.
En el instante en que el señor Chaves cerró la puerta con un sonoro portazo que mostraba su disgusto por mis palabras, yo me dirigí a la parte trasera de la casa, donde estaba ese árbol que ya me había acostumbrado a escalar hacia la habitación de Paula.
Mientras subía, no pude evitar escuchar por la entreabierta ventana de ella las indignadas palabras de mi primo hacia las instrucciones que yo le había dado antes de dirigirnos hacia ese lugar.
—En serio, Paula, no sé por qué tenemos que esperar a Pedro para comenzar las lecciones, cuando yo soy bastante competente. En esta materia, de hecho, saco las mejores notas de mi clase y…
Para acallar rápidamente el discurso de mi primo, no se me ocurrió otra cosa que pegar mis calificaciones contra la ventana, mientras declaraba en voz alta:
—La razón es porque yo no soy «bastante competente», Santiago, yo soy el mejor.
Algo que mi primo no pudo rebatir cuando pasé por su lado y lo aparté de mi camino, ya que aún permanecía aturdido y con la boca abierta al contemplar el resultado de ese complicado examen que él no había sido capaz de resolver.
Paula con despreocupación y comencé a instruirla sobre esa materia, contestando a cada una de sus preguntas.
Para mi desgracia, mis notas impresionaron a la persona inadecuada y, durante una hora, tuve que enseñar también a mi primo, para que, por lo menos, pudiera simular su papel de profesor en la farsa que nos rodeaba.
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