miércoles, 10 de octubre de 2018

CAPITULO 54




—¡¿En serio quieres que me quite los pantalones aquí y ahora?! —se quejó Pedro,
tras perder una vez más ante mi habilidad con las cartas.


Pensé que tal vez no se merecía que lo despojara de esa prenda, cuando ya me había hecho con su cazadora y su camiseta a base de trampas, pero los taimados tipos que me habían ayudado desde el principio mirando las cartas de mi rival y mostrándome con gestos cuándo debía apostar o no, no tuvieron piedad con él y, con unas maliciosas sonrisas llenas de satisfacción, hicieron una señal con los pulgares hacia abajo, reclamando su premio, que no era otro que avergonzar a Pedro.


En un primer momento quise retirarme de esa partida a la que solamente accedí a participar cuando esos sujetos me aseguraron la victoria, pero las insolentes palabras de Pedro me hicieron desistir de mis buenas acciones una vez más.


—Nunca creí que fueras tan atrevida, Paula, pero yo sé que sólo lo haces porque estás impaciente por volver a ver todos mis encantos —dijo Pedro atrevidamente delante de todos, haciendo que me sonrojara al pensar en los osados actos que había llevado a cabo con anterioridad y en los que estaba realizando en ese momento.


Finalmente, decidí olvidarme de mostrar piedad con un hombre como él y exigí mi premio.


—Tus pantalones. Ahora —demandé bruscamente, mientras se los arrebataba de las manos.


Por desgracia, los jactanciosos gestos de mis compinches celebrando mi victoria no tardaron en ser descubiertos por Pedro, que, tras sentarse con tranquilidad en su silla frente a mí, me dedicó una sonrisa torcida mientras apuntaba:
—Ahora lo comprendo todo... Empecemos una nueva partida, rubita, y ahora jugaré en serio —me advirtió, recordándome que él era un chico con el que no se debía jugar si no se estaba dispuesto a arriesgarlo todo.


Unos minutos más tarde, de nada me sirvió tener ayuda para ganar a ese granuja, ya que después de recuperar cada una de sus prendas, Pedro se había hecho con todas las mías. Y aunque no me las había exigido en ese momento, sí disponía de innumerables pagarés en sus manos, recordándome que lo haría en algún instante.


Cuando ya no me quedaba nada más por apostar, dimos por finalizada esa extraña clase en la que realmente no había aprendido nada sobre las matemáticas que se suponía que debía enseñarme, pero sí un poco más acerca de cómo era ese hombre que siempre me perseguía declarándome un amor en el que cada vez estaba más dispuesta a creer.


—Opino que tienes razón y que este ambiente no es el más adecuado para estudiar. Además, seguramente sólo aprenderías lo malo de aquí —manifestó Pedro, fulminando con la mirada a los dos hombres que me habían ayudado a engañarlo—. Desde mañana iré a tu casa a darte clases —afirmó con decisión.


—Mis padres ni siquiera te dejarán pasar de la puerta —le recordé, preguntándome cómo conseguiría adentrarse en mi hogar.


—No te preocupes por nada, ya conseguiré yo a una fantástica carabina que, con su aburrida presencia, nos obligue a estudiar. Sobre todo porque en matemáticas eres auténticamente nefasta y necesitas mejorar. Pero no dudes ni por un instante que éstos me los cobraré en algún momento que estemos a solas... —replicó, mientras daba unos golpecitos sobre los pagarés que guardaba en su chaqueta, antes de repasar mi cuerpo de arriba abajo con una de sus intensas miradas.


—Sí, claro. Lo que tú digas. Pero si mis padres me prohíben salir contigo, las cotillas de este pueblo no dejan de vigilarnos y hasta en nuestras clases privadas tenemos que tener compañía, ¿cuándo sucederá eso, «Mary»? —lo reté despreocupadamente, pasando por su lado.


Creí que ante mi provocación Pedro se reiría de los obstáculos que se interponían en su camino y correría a mi lado. Pero al contrario de lo que
pensaba, por unos instantes su rostro perdió la sonrisa y, mirándome con sus intensos ojos azules, me prometió:
—Yo encontraré ese momento en el que nada ni nadie pueda separarme de ti.


Luego, recuperando su sonrisa, me alejó de ese lugar y me dejó marchar a mi casa sin que yo pudiera dejar de pensar sobre esa promesa que sus labios habían pronunciado tan precipitadamente, dándome a conocer lo que en verdad sentía su corazón.



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