miércoles, 10 de octubre de 2018

CAPITULO 56







Una vez más, Norma Taylor era testigo de cómo el alocado Pedro Alfonso trepaba por ese árbol para llegar a escondidas hasta el cuarto de Paula. Sonrió cuando vio al siempre imperturbable Santiago cerrar la ventana delante de las narices de su intrépido primo, hasta que éste colocó un papel contra el cristal, algo que parecía ser una contraseña que le permitió adentrarse en la estancia, ya que Santiago, entre murmullos reprobadores, lo dejó pasar.


En realidad, esos jóvenes no hacían otra cosa que estudiar. Era una lástima que tuvieran que hacerlo a escondidas porque los padres de Paula aún no se habían percatado de lo que valía ese muchacho, opinaba Norma.


Desde su jardín, Norma disfrutaba de una cerveza bien fría, mientras observaba al decidido Pedro enseñándole a Paula alguna asignatura. El muchacho parecía resuelto a que ella dominara esas materias y no mostraba piedad a la hora de señalarle cada uno de sus errores, aunque, sin que la chica se diera cuenta, en más de una ocasión Pedro suspiraba resignado cuando los observaba a ella y a su
molesta carabina, sin duda deseando hacer cualquier otra cosa en esa habitación que no fuera estudiar.


Esa pareja era tan entrañable… y sin duda Paula y Pedro estaban hechos el uno para el otro, ya que el rebelde Pedro se volvía un poco más dócil al lado de Paula, mientras que la siempre correcta Paula se volvía algo más atrevida cuando estaba junto a él.


En verdad Norma no comprendía el empeño de los Chaves de apartar a ese muchacho de su hija, o el empecinamiento en planear su futuro, un futuro que sólo atañía a Paula. Ella, por su parte, creía que los hijos tenían que efectuar sus propias elecciones en la vida y que los padres solamente debían encontrarse allí para ayudarlos a levantarse cuando los errores los hicieran caer. «Aunque a veces desearía no ser tan permisiva», pensó Norma cuando vio que comenzaba a anochecer sin que su hija hubiera llegado a casa todavía.


Cuando Penélope llegó al fin, otra vez deshecha en llanto debido a una nueva discusión con su novio, Norma no pudo callarse por más tiempo lo que pensaba sobre la relación que mantenía su hija con ese impresentable.


—Si un hombre te hace llorar así es que no te valora en absoluto, porque lo último que quiere ver la persona que te ama son tus lágrimas.


—Tú no lo comprendes, mamá… Todo ha sido por mi culpa. He hecho algo que no debía y él simplemente se ha enfadado.


—Ese hombre se enfada con demasiada facilidad, hija, y tú te disculpas demasiado —opinó Norma, intentando limpiar las lágrimas de su hija, algo que ésta no le permitió.


—Tú no lo comprendes, mamá.


—Lo único que comprendo es que si solamente consigues lágrimas de esta relación, entonces es algo que tienes que abandonar.


—¡Es mi vida, mamá, y yo la viviré como quiera! —gritó Penélope, antes de dirigirse airadamente hacia el interior de la casa.


—De acuerdo, pero tan sólo recuerda una cosa, cariño.


—¿El qué? —preguntó Penélope, aún molesta con su madre.


—Que pase lo que pase, yo siempre estaré aquí para ti —le recordó cariñosa Norma a su afligida hija, que no tardó demasiado en alejarse nuevamente de su lado.


—Yo que usted la encerraba —intervino entonces una impertinente voz procedente del jardín vecino, haciendo que Norma sonriera ante las palabras de ese rebelde muchacho.


—No sé si sería una gran idea seguir los consejos de un joven atolondrado, que una y otra vez rompe todas las reglas —replicó Norma, mientras lo invitaba a su jardín, a la vez que le arrojaba una de las frías cervezas que tenía en el porche.


—Yo tengo una buena razón para hacerlo —respondió Pedro, señalando la ventana donde Paula seguía estudiando.


—¿Y qué crees que haría mi hija si la encerrase, si le prohibiera encontrarse con ese novio suyo que no me gusta?


—No lo sé.


—¿Qué harías tú si te prohibieran ver a la chica que te gusta? —preguntó irónicamente Norma, dándole con ello la respuesta que Pedro buscaba.


—Quizá saltar todas las barreras que pusieran en mi camino y correr lo más rápido posible para estar a su lado.


—Sí, y yo no quiero que mi hija corra para alejarse de mí. Sólo pretendo que se dé cuenta de sus errores.


—¿Y qué ocurrirá si se da cuenta de ello demasiado tarde?


—Que siempre estaré aquí para ayudarla.


—Sigo pensando que lo mejor sería encerrarla lejos de ese impresentable de Mauricio, ya que lo poco que he visto de él no me gusta nada. Pero tal vez tenga usted razón. Sólo le diré una cosa más: tengo una escopeta de perdigones y le puedo enseñar a utilizarla —ofreció un sonriente Pedro, antes de terminarse su cerveza.


—Me lo pensaré —contestó Norma con una sonrisa, viendo que ese decidido joven no era tan irreflexivo y alocado como todos creían. 


Aunque sí era cierto que se le ocurrían algunas ideas un tanto descabelladas.



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