miércoles, 10 de octubre de 2018

CAPITULO 53



Paula albergaba cada vez más dudas sobre el profesor que había elegido para sus necesarias clases particulares, sobre todo cuando éstas tenían lugar en lugares tan cuestionables como un desagradable y burdo garito en donde todos los presentes se dirigían a Pedro con el nombre de «Mary» entre sonoras carcajadas.


—¿Es algún tipo de broma? —preguntó Paula confusa, sin separarse ni por un segundo de los brazos de Pedro, mientras miraba con reticencia los toscos suelos, las sucias mesas, las bastas sillas y los rudos personajes que las ocupaban.


—Sí, tuya, rubita. ¿O es que ya no te acuerdas del nombre que tan laboriosamente bordaste en mi cazadora? Aquel día no acabé peleándome con la mayoría de los presentes por poco. Ahora ya me he resignado a ser «Mary», ya que creo que ni siquiera unos cuantos golpes en sus duras molleras les harán cambiar de opinión sobre cómo llamarme.


—¡Por Dios! ¡Nunca creí que pudieras correr tantos riesgos a causa de mi broma! Menos mal que no pasó nada...


—Aún no te he oído pedirme perdón por esa jugarreta… —dijo Pedroreclamando una disculpa


—Ni lo oirás, sin duda te merecías eso y mucho más… así que vamos a lo nuestro, «Mary»; estoy impaciente por ver qué vas a enseñarme en esta ocasión —replicó Paula despreocupadamente, mientras se dirigía a la deslucida barra en busca de un refresco.


Pedro, como siempre, la siguió deseoso de mostrarle mucho más de lo que había pedido con su pecaminosa propuesta.


Decidido a enseñarle las difíciles ecuaciones a Paula de una manera algo más excitante, una forma en la que los números llegaran a apasionarla, aunque sólo fuera para ganar algo de dinero, y, cómo no, con la intención también de pervertir un poco más a esa niña buena para borrar por unos instantes su tristeza ante el recuerdo de su desobediencia, Pedro le enseñó a Paula su forma de jugar, explicándole paso a paso cada una de sus acciones. Incluso le hizo unas anotaciones en una pequeña servilleta para aclararle los conceptos, pero por lo visto, los números no eran su especialidad, así que cuando hubo perdido una considerable parte de sus ahorros, Pedro se apiadó de ella y decidió dejar de lado ese modo de enseñanza, decantándose por comenzar un juego en el que solamente tuvieran cabida dos participantes.


—Bueno, Paula, como eres nefasta para los números y no quiero perder más dinero por tu culpa, comenzaremos una partida de dos. Solos tú y yo —declaro Pedro, mientras les mostraba a sus compañeros de mesa con un gesto que su intervención en esa partida, en la que gracias a Paula lo habían desplumado, había terminado.


Tras quedarse a solas con ella en la mesa, Pedro sonrió maliciosamente mientras le explicaba las nuevas reglas del juego del que sin duda disfrutaría.


Después de todo, de alguna manera tenía que cobrarse con esa rubita el tiempo y el dinero que había desperdiciado.


—Bien. En esta ocasión no apostaremos dinero, sino ropa. Como es un lugar público, lleno de extraños, y no estoy dispuesto a que nadie que no sea yo vea tus encantos, si gano, elegiré la prenda que quiero que te quites. Pero te la pediré en un momento más íntimo. Y por supuesto, tú no podrás negarte a dármela.


—Ya sabía yo que me había equivocado al elegirte como profesor. Ya estabas tardando demasiado en hacerme alguna de tus pervertidas propuestas, pero finalmente aquí está. ¿Y se puede saber qué gano yo con este juego?


—Lo mismo: tú también podrás pedirme la prenda que quieras y elegir el momento adecuado en el que debo dártela si logras ganarme —contestó Pedromientras intentaba simular que no le importaba demasiado si Paula aceptaba o no su juego, cuando en realidad estaba impaciente por que ella accediera.


—Si gano, la próxima vez daremos las clases en mi habitación con una carabina, para que no puedas hacerme ninguna más de estas indecentes proposiciones.


—Cariño, la compañía no hará que desista de intentar pervertirte, únicamente conseguirá que me dedique a susurrarte al oído mis atrevidas propuestas, en lugar de pronunciarlas en voz alta, pero será como tú quieras. Eso sí, sólo si me ganas todas y cada una de las prendas que llevo puestas —anunció Pedro con gran seguridad, mientras barajaba con maestría las cartas, mostrándole su habilidad y lo lejos que estaba de llegar a ganarlo en ese juego.


O eso pensaba Pedro, hasta que vio a Paula lucir una de esas maliciosas sonrisas que lo advertían de que ella siempre sería una rival digna de admirar.



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