domingo, 7 de octubre de 2018

CAPITULO 46




Una vez que conseguí esa indecente ropa interior, tuve que esperar al momento adecuado, cuando los Chaves salieran de casa y mi querida rubita se encontrara a solas, porque sólo Dios sabía las maldiciones que me dedicaría Paula en el instante en que viera mi regalo. Además, si su familia se hallase en la casa no me permitirían acercarme a ella por nada del mundo.


Cuando llegó la hora por fin, comencé a trepar una vez más por el árbol que quedaba junto a la habitación de Paula, árbol que seguramente el señor Chaves talaría muy pronto, y llegué hasta su ventana. Me adentré silenciosamente en la
habitación, esperando encontrarla haciendo algo indecente, pero lo más reprobable que hacía Paula en esos instantes era comer una chocolatina mientras simulaba que estudiaba.


Alzándome por encima de su hombro, pude ver que no era demasiado buena en matemáticas, así que no pude evitar corregirla cuando cometió un gran error en la ecuación que estaba tratando de resolver.


—Ése no es el resultado de «x» —dije, sobresaltándola.


—¡Por Dios, Pedro! ¡Me has dado un susto de muerte! ¿Se puede saber qué narices haces aquí? —gritó Paula indignada, volviéndose hacia mí. La siguiente pregunta que iba a dirigirme seguramente iría dedicada a investigar cómo había entrado en su cuarto, pero se la calló en cuanto vio la ventana de su habitación abierta. 


Fue entonces cuando mi querida rubita pasó a enfadarse conmigo. Y eso que aún no había visto mi regalo...


—¡Aprende de una puñetera vez a usar la puerta! —exigió, señalándome la ventana, mientras yo tomaba asiento en su cama despreocupadamente.


—Es que si hubiera tocado al timbre seguramente no me habrías abierto. He venido porque tengo un obsequio para ti —dije, llamando su atención cuando paseé frente sus ojos una caja blanca con un llamativo lazo rojo.


—Que quede claro que no pienso perdonarte por tus mentiras —apuntó ella, sin poder evitar arrancarme con rapidez aquel presente que no sabía si nos acercaría más o si, por el contrario, nos alejaría. Pero se trataba de un regalo que tenía que hacerle, porque no podía borrar de mi mente la imagen de su cuerpo luciendo esa lujuriosa prenda.


—Que conste que en cuanto lo vi pensé inmediatamente en ti. No he podido evitar comprarlo porque sé que eres la mujer idónea para lucirlo. Prométeme que me mostrarás cómo te queda —repuse, haciendo que comenzara a abrir mi regalo con gran expectación.


—No te prometo nada, pero si es de mi agrado lo llevaré en la próxima reunión familiar —manifestó Paula haciéndome reír ante la idea de una seria cena en la que ella no vistiera uno de sus apretados vestidos, sino ese escandaloso atuendo.


—No sé yo si será lo más adecuado para ese tipo de reuniones —dije, tratando de ocultar mi sonrisa.


Mis ojos no se apartaron de Paula mientras ella, con sus palabras, intentaba congraciarse conmigo prometiéndome finalmente que me mostraría cómo le quedaba mi regalo.


—Está bien, si es tan importante para ti te enseñaré cómo me queda — suspiró, intentando deshacerse de mí.


—¿Me lo prometes? —pregunté burlonamente, mientras veía cómo su emocionado rostro se torcía en un gesto de desagrado en cuanto examinó lo que había en el interior de la caja.


—¿Qué…? ¿Qué narices es esto? —preguntó confusa, observando reticente las transparentes braguitas, el sujetador de encaje y el liguero.


—Algo que has prometido enseñarme para que vea cómo te queda... —le recordé, antes de que ella guardara el modelito en la caja. Cuando creí que Paula me devolvería muy dignamente mi presente en señal de rechazo, ella se levantó y comenzó a golpearme con la caja de la lencería.


—¡Te vas a comer estas bragas! —exclamaba furiosa, sin dejar de apalearme, por lo que no pude evitar caer hacia atrás en su cama.


—Si tú las llevases puestas no me importaría —repliqué gritando, consiguiendo que ella me golpeara con más ímpetu—. Admitámoslo, Paula, tu ropa interior deja mucho que desear —dije, mientras ocultaba mi rostro para protegerme de su impetuoso ataque, antes de continuar provocándola—: Y, la verdad, como tu novio que soy, creo que eso es algo que tenemos que solucionar.


—Tú no eres mi novio —contestó seria Paula, desterrándome nuevamente de su vida—. Un hombre que me engaña, que me miente y que sólo consigue que esté a su lado manipulándome nunca tendrá mi corazón.


—Cariño, en el amor y en la guerra todo vale, y tú eres ese premio que no estoy dispuesto a perder. Así que no tengas ninguna duda de que utilizaré todos los medios que tenga al alcance de mi mano para conseguirte, sean honrados o no —afirmé, antes de atraerla hacia mí para probar de nuevo el sabor de la pasión de aquellos dulces labios que tanto había echado de menos.


—Tú ya me has tenido —declaró enfadada, alejándose de mis brazos mientras me recordaba nuestra noche de pasión.


—Sí, pero como ya te dije, yo no persigo el recuerdo de una noche: yo quiero tu corazón —confesé, mostrándole con mi sincera mirada que ninguna de mis palabras era falsa.


Después de decirle una vez más lo que sentía por ella, me alejé por la ventana antes de que decidiera arrojar por ella mi regalo, de la misma despreocupada manera que hacía con mi corazón.



CAPITULO 45




—A ver si entiendo lo que me estás diciendo: ¿me estás chantajeando para conseguir unas bragas? —preguntó Zoe, preocupada por las perversiones a las que podían llegar algunos hombres.


—No unas bragas cualesquiera, sino éstas en concreto —indicó Pedro emocionado, tras sacar del bolsillo de su cazadora el recorte del anuncio de una revista.


—No sabía que tenías esos gustos… No obstante, no creo que las hagan de tu talla —señaló Zoe, sin poder evitar burlarse un poco más del muchacho que nunca le pagaba las cervezas.


—Tú y yo sabemos que no son para mí —replicó Pedro, frunciendo reprobadoramente sus cejas ante sus burlas.


—Sí, pero después de ver cómo es tu relación con Paula, creo que serás tú el que acabe llevándolas.


—No te preocupes, puedo llegar a ser muy convincente; prueba de ello es que tú todavía no me hayas echado a patadas de tu bar.


—No te preocupes, todo llegará —respondió Zoe, molesta con la presunción de ese sujeto.


—Te apuntaré la talla de Paula en un papel y tú comprarás esa lencería donde narices sea que la adquiráis las mujeres.


—¿Y tú cómo sabes cuál es la talla de Paula? —indagó Zoe con curiosidad, mientras le tendía a Pedro lápiz y papel. Después de ver cómo éste hacía varios gestos un tanto obscenos con sus manos para recordar las medidas exactas de los pechos y el trasero de una mujer, dejó de insistir en su pregunta.


—Vale, ¿cuándo podrás conseguirme esto? —preguntó Pedro tras darle el papel donde había anotado las medidas, así como el recorte de la revista, para que tuviera en cuenta cuál era el modelo de lencería exacto que deseaba adquirir.


—Estos modelitos son un poco caros y no sé si tendré…


Pero antes de que Zoe terminara sus palabras, éstas fueron acalladas por el fajo de billetes que Pedro colocó encima de la barra.


—En serio, ¿de dónde narices sacas tanta pasta? Y, más importante, ¿por qué nunca me pagas las cervezas? —protestó Zoe, haciéndose con el dinero que debería costar ese conjunto y algo más como propina por su inestimable ayuda —. Lo encargaré hoy mismo, pero como esos osados modelitos aún no han llegado al pueblo, tal vez tu pedido tarde algunas semanas.


—No importa, me pasaré de vez en cuando por el bar para ver si ha llegado. Y lo principal: que nadie más se entere, especialmente Paula. ¿De acuerdo?


—No te preocupes, yo sé guardar un secreto —aseguró Zoe con semblante serio, para luego esbozar una maliciosa sonrisa cuando Pedro abandonó su local —. Lo que pasa es que no me da la gana… —susurró, justo antes de sacar la pizarra de su escondrijo y comenzar nuevamente con las apuestas sobre ese hombre que, sin él saberlo, siempre le pagaba las cervezas que consumía en su
bar.


—¿Sobre qué vamos a apostar hoy, Zoe? —se interesó animadamente uno de los jóvenes que se hallaban en el local.


—¡Señoras y señores, Pedro Alfonso ha decidido comprar una lencería escandalosa! —anunció Zoe a gritos, mostrando el anuncio de la revista, y mientras recibía algún que otro desvergonzado silbido, prosiguió con su discurso —. La pregunta del millón es: ¿conseguirá Pedro que Paula se ponga esas bragas o, por lo contrario, será él quien acabe llevándolas de una u otra manera?




CAPITULO 44



Llevaba un mes comportándome como un perfecto niño bueno, a pesar de haber querido salir corriendo de esas espantosas clases en las que los profesores me la tenían jurada. Siempre tenía que cumplir algún estúpido castigo que no me merecía y, así como en otra época mis profesores solamente habrían podido observar mi trasero mientras me alejaba, ignorando por completo sus sermones y reprimendas, ahora me resistía a no finalizar mis estudios, porque esa rubita me había retado, y en parte también porque Paula me había hecho ver lo idiota que
era al no enfrentarme a mi futuro tan decididamente como lo hacía con ella para tenerla a mi lado.


Estaba cumpliendo todo lo que había prometido antes de recibir el beso de Paula, aunque hacerlo fuera mortalmente aburrido. Y lo peor de todo era que, mientras yo intentaba llevar a cabo mi promesa, ella me ignoraba en cada ocasión que podía, acercándose cada vez más a mi primo y a su aburrida y bien planificada vida, así que pensé que era hora de perturbar una vez más a esa rubita para que se diera cuenta de que yo seguía allí y de que por más que lo intentara nunca podría ignorarme.


Mientras pensaba con qué maliciosa ocurrencia podía escandalizarla, me percaté con sorpresa de que algunos de mis compañeros miraban una de esas revistas de chicas, supongo que con la idea de ver alguna porción de cuerpo femenino desnudo, o al menos en lencería. Qué pervertidos… Tal vez, si no se quedaban tontos después de ver tantos anuncios de fajas reductoras, medias de abuela y pestañas postizas, podría decidirme a pasarles alguna de las revistas que guardaba debajo de mi cama.


—¡Dios! ¿En serio llevan esto debajo de la ropa? —exclamó uno de mis compañeros, llamando mi atención.


No tardé ni un segundo en acercarme a ellos y, tras ver un anuncio de una hermosa modelo con un sugerente sujetador de fina tela trasparente y unas pequeñas braguitas de encaje negro con ligueros a juego, no dudé ni un instante sobre a quién le quedaría perfecto ese conjunto.


—¿Dónde consigo esto? —les pregunté a los otros, arrancando la revista de sus manos.


—Si te refieres a la mujer, dudo que te resulte sencillo conseguir una como ella —manifestó uno de esos imbéciles, sin saber que ya había tenido en mi cama a unas cuantas chicas como ésa, cosa que, por otra parte, en esos momentos no era lo que me interesaba.


—No, la mujer ya la tengo, me refiero a esta ropa —aclaré, golpeando la página de la revista donde anunciaban esa nueva lencería que no tardaría en hacerse famosa, sobre todo entre los varones.


—No lo sé, tío. Yo sólo miro esa revista por las modelos.


Suspirando con frustración, me llevé la revista conmigo a pesar de las protestas de mis compañeros y, mientras salía de clase, decidí que el siguiente paso para conquistar a Paula era lograr que se deshiciera de esas horrendas fajas y conseguirle uno de esos escuetos conjuntos.


Pero a quién pretendía engañar… en verdad esa escasa vestimenta era para mi exclusivo disfrute, pensaba maliciosamente, mientras decidía cuál de las escandalosas y cuestionables compañías que en ocasiones rondaba podrían ayudarme con mi problema.