miércoles, 10 de octubre de 2018

CAPITULO 55




Intenté comportarme como un buen chico para llegar hasta Paula. Me vestí como mi insulso primo, llegué con mis mejores intenciones hasta su puerta, con una estúpida carpeta repleta de apuntes, una falsa sonrisa y la compañía de Santiago. Mi primo no dudó en aceptar acompañarme cuando se lo pedí, evidentemente con la idea de reírse de mí. Pero su molesta presencia formaba parte de mi plan, porque, conociendo al padre de Paula, no tenía dudas de que me habría echado a patadas si se me hubiera ocurrido presentarme en solitario.


—¿Y bien, chicos? ¿Qué asunto os ha traído hasta mi hogar? —preguntó amablemente la señora Chaves, mostrándole una de sus mejores sonrisas a Santiago, mientras le ofrecía unas apetitosas galletas en una elaborada bandeja.


Bandeja que no dudó en retirar cuando mi mano se acercó para intentar coger una.


—Mi primo y yo hemos oído de los profesores que Paula necesitaría clases particulares en algunas asignaturas, así que Pedro ha venido a ofrecerse para ayudar. Después de todo, es el alumno con mejores calificaciones del instituto, e incluso se rumorea que este año presidirá el cuadro de honor.


Con estas palabras, Santiago consiguió dos cosas: que los señores Chaves se atragantaran con las pastitas y el té que nos estaban ofreciendo, y que yo sonriera con malicia hacia esas personas que me habían contemplado durante todo ese tiempo creyéndome un mero idiota.


—Bueno, no sé si es buena idea que sea tu primo quien instruya a Paula… después de todo, él no la conoce tanto como tú —repuso la señora Chaves, esperanzada con la idea de que Santiago tomara mi lugar en esas lecciones privadas para su hija, mientras yo me regocijaba secretamente, pensando en lo equivocada que estaba, pues de todos los reunidos, quien mejor conocía a Paula era yo.


Finalmente, cansado de que me dejaran de lado en la conversación y hablaran de mí como si no estuviera delante, me decidí a intervenir.


—No se preocupe, señora Chaves, como su profesor, nos tomaremos el tiempo necesario para conocernos mejor —dije, poniendo cada vez más nerviosa a la mujer con esta posibilidad.


—¿Tienes referencias, chaval? —apuntó bruscamente el señor Chaves, queriendo apartarme de su camino y del de su hija.


—Por supuesto, señor Chaves, ya he dado clases a muchos de mis compañeros. Puede preguntarle sobre ello al profesor Jenkins —respondí, mientras rogaba en mi interior para que a mi tutor no le diera por relatar los lloriqueos con los que le habían ido mis compañeros después de pasar por mis manos.


—Y, dime, ¿han aprobado sus exámenes después de que les dieras clases?


—Por supuesto —contesté, muy orgulloso de que eso fuera cierto. Aunque omití añadir que sólo lo habían hecho bajo la amenaza de que, si suspendían, tendría que volver a ser su profesor.


Sin esperar a que el padre de Paula pensara un nuevo argumento en su búsqueda de razones para evitar que le diera clases a su hija, comencé a rebuscar en la carpeta que había llevado conmigo, donde guardaba los resultados de mi último examen, para refregárselo por las narices al señor Chaves.


Cuando me disponía a mostrarle mis calificaciones, me quedé paralizado al oír las indignantes razones por las que me rechazaba para ser profesor de su hija, y apreté furiosamente los puños, mientras usaba toda mi fuerza de voluntad para retener mi lengua y no insultar con mi insolencia a ese hombre, dándole con ello más excusas para apartarme de Paula.


—No te molestes en mostrarme tus notas, Pedro. Como mi hija no es demasiado lista, no será necesario que pierdas el tiempo con ella. Estoy seguro de que, por más que lo intente, no mejorará sus resultados. Hay mujeres que, simplemente, no han nacido para pensar.


Tras escuchar esas denigrantes palabras, tuve ganas de golpearlo con el libro de texto que llevaba entre mis manos, pero preferí contenerme y tratar de lograr que Paula obtuviera la ayuda que necesitaba para perseguir sus sueños, aunque no fuera la mía.


—Entonces no soy el adecuado, ¿verdad? —le pregunté al señor Chaves, sin molestarme en explicarles a los demás el porqué de mis palabras. Después de todo, ése era un tema que el padre de Paula y yo aún no habíamos zanjado.


—Veo que al fin lo entiendes, chaval.


—Bueno, entonces será mejor que me marche —dije, levantándome del sofá. Y, ofreciéndoles a mis anfitriones una sonrisa tan hipócrita como la que ellos me dirigían a mí, enfilé hacia la salida, no sin antes hacerle una discreta recomendación a Santiago cuando pasaba por su lado—. Consigue este trabajo,
aunque sólo sea para demostrarle a este hombre lo equivocado que está con Paula —susurré, apretándole el hombro con fuerza.


Consciente de que si hacía lo que yo le pedía pasaría más tiempo con Paula, mi primo no tardó en desplegar sus encantos, mientras el señor Chaves me acompañaba hacia la salida.


—¿Por qué no dejas de perseguir a mi hija? Estás perdiendo el tiempo intentando convertirte en alguien que no eres, y más aún si hay candidatos mucho más adecuados que tú para estar junto a Paula —declaró orgullosamente
el señor Chaves, mostrándome la puerta.


—Creo que ha habido un error entre nosotros, señor Chaves: yo no pienso convertirme en el hombre adecuado para usted, sino simplemente en el hombre que Paula necesita a su lado. Y créame cuando le digo que, si ella me elige, nada podrá separarme de su lado —manifesté altivamente, decidido a enfrentarme a ese hombre que tan poco conocía a su hija.


—Cuánta arrogancia en un muchacho que hace apenas unos meses me suplicaba que no pusiera más obstáculos en su camino. ¿Qué ha ocurrido desde entonces? —se burló el padre de Paula, recordándome mi desesperación por
permanecer junto a ella.


—Ha ocurrido que he madurado y me he dado cuenta de que algunos de esos obstáculos siempre estarán en medio y que no es necesario eliminarlos, sino simplemente eludirlos —repliqué, pasando junto al señor Chaves mientras decidía el camino que tomaría mi vida, uno que irremediablemente siempre me llevaría junto a ella.


En el instante en que el señor Chaves cerró la puerta con un sonoro portazo que mostraba su disgusto por mis palabras, yo me dirigí a la parte trasera de la casa, donde estaba ese árbol que ya me había acostumbrado a escalar hacia la habitación de Paula.


Mientras subía, no pude evitar escuchar por la entreabierta ventana de ella las indignadas palabras de mi primo hacia las instrucciones que yo le había dado antes de dirigirnos hacia ese lugar.


—En serio, Paula, no sé por qué tenemos que esperar a Pedro para comenzar las lecciones, cuando yo soy bastante competente. En esta materia, de hecho, saco las mejores notas de mi clase y…


Para acallar rápidamente el discurso de mi primo, no se me ocurrió otra cosa que pegar mis calificaciones contra la ventana, mientras declaraba en voz alta:
—La razón es porque yo no soy «bastante competente», Santiago, yo soy el mejor.


Algo que mi primo no pudo rebatir cuando pasé por su lado y lo aparté de mi camino, ya que aún permanecía aturdido y con la boca abierta al contemplar el resultado de ese complicado examen que él no había sido capaz de resolver. 


Paula con despreocupación y comencé a instruirla sobre esa materia, contestando a cada una de sus preguntas.


Para mi desgracia, mis notas impresionaron a la persona inadecuada y, durante una hora, tuve que enseñar también a mi primo, para que, por lo menos, pudiera simular su papel de profesor en la farsa que nos rodeaba.



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