lunes, 24 de septiembre de 2018
CAPITULO 2
—¡Pedro Alfonso! ¡¿Otra vez te has metido en líos?! ¡Ésta es la última vez que saco tu culo del calabozo! Este verano te irás a vivir con tu tío a Whiterlande, luego te inscribiré en el instituto de allí y, cuando acabes tus estudios, volverás a casa para tomar las riendas del negocio familiar. ¿Tienes algo que decir al respecto? —le preguntó Jeronimo Alfonso a su rebelde hijo, mientras éste no le prestaba la menor atención y se dedicaba a observar con gran interés uno de sus libros.
«Al menos en esta ocasión no se trata de una de esas provocativas revistas», pensaba Jeronimo, al tiempo que revisaba con gesto reprobador el aspecto de su hijo: unos gastados pantalones vaqueros, una camiseta arrugada y una chaqueta de cuero marrón, todo ello acompañado por un horrendo peinado, con todo el pelo engominado hacia atrás, que le daba la apariencia de un tipo en continua búsqueda de pelea. Y su escandalosa motocicleta, una Triumph Tiger roja, un modelo de fabricación inglesa creado para las carreras en el desierto de California, no contribuía demasiado a mejorar su apariencia.
Pedro no era de los que les gustara comenzar una trifulca, pero de algún modo siempre se las arreglaba para estar metido en alguna de ellas. Sobre todo, debido a sus atrevidas contestaciones y a su manera de rebelarse contra todo lo que no le parecía bien.
—¿Qué quieres que te diga, papá? Tú ya has planificado mi futuro a la perfección. Ni yo mismo lo habría decidido mejor... —declaró irónicamente Pedro, mientras seguía prestándole suma atención a aquel libro, tal vez más de la aconsejable.
—Quiero que, por una vez en tu vida, hagas lo que te digo, no que afirmes con la cabeza y luego hagas lo que te dé la gana.
—De acuerdo, papá... —respondió Pedro con desidia, concediéndole a su padre el burlón movimiento afirmativo que éste no quería volver a ver, para, a continuación, seguir contemplando su libro.
Jeronimo, harto de la indiferencia de su hijo, le arrebató el libro que tanto lo distraía, provocando que una de las insultantes revistas que siempre le confiscaba cayera al suelo, mostrándole en qué estaban centrados los pensamientos de Pedro en esa ocasión.
Tras recogerla del suelo, Jeronimo le dirigió a su hijo una de sus más severas miradas, mientras le confiscaba la revista y le preguntaba:
—¿Qué tienes que decir respecto a esto, Pedro?
—Que en las páginas centrales hay un desplegable de una rubia impresionante, papá.
—¿Es ésta la forma en la que piensas en tu futuro? —lo reprendió Jeromimo, agitando la revista violentamente delante de sus narices.
—Bueno, me gustaría pensar que una de estas rubias estará ligada a mi futuro de alguna manera.
—¡Estas indecentes mujeres no son lo mejor para tu vida, Pedro! ¡Debes encontrar una chica dulce, amable y cariñosa, que esté dedicada a su hogar y que sea una obediente ama de casa! ¡Las curvas y las posturas obscenas déjalas para…!
—¿Para las amantes tal vez? —lo interrumpió impertinentemente Pedro, conocedor de muchos aspectos de la vida privada de su padre que su rebelde forma de ser no aprobaba—. Perdona papá, pero prefiero no hacer llorar a ninguna mujer y tenerlo todo en una. Yo no quiero casarme con alguien que solamente sea un bello adorno para mi casa: quiero casarme con una mujer que acelere mi corazón.
—¡Tu vida debe ser respetable, y has de casarte con la mujer adecuada!
—Perdona otra vez, papá… Por un momento llegué a creer que estábamos hablando de mi futuro, pero en realidad lo que estamos haciendo es repasando tu vida, ¿verdad? —declaró insultantemente Pedro, ignorando a su padre mientras sacaba un cigarrillo y lo encendía despreocupado delante de él.
—¡Qué voy a hacer contigo! —exclamó Jeronimo, molesto, mientras le arrancaba de la boca el cigarrillo a su desobediente hijo y lo arrojaba al suelo para apagarlo con brusquedad con la suela de su zapato—. En serio: ¿qué voy a hacer contigo? —repitió, sin hallar una solución a la rebeldía de su hijo.
—¿No es obvio, papá? Continúa planificando mi vida… —replicó Pedro antes de encerrarse en su habitación para poner la música que tanto molestaba a sus padres. Ya que sus palabras no les llegaban, por lo menos que lo hiciera su descontento.
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