domingo, 30 de septiembre de 2018

CAPITULO 22




Tras la escandalosa reunión de té en la que conocí una faceta de mi tía que nunca había llegado a imaginar que tuviera, y muy especialmente cuando mi tío decidió amonestarla con una palmada en el trasero mientras la cargaba sobre su espalda como un lastre y ella no dejaba de insultar a sus invitadas con escandalosas palabras, algunas de las cuales tendría que añadir a mi repertorio, supe que todo cambiaría y que las inoportunas visitas que habíamos tenido ese verano no tardarían demasiado en abandonar la casa del lago.


A pesar de la severa reprimenda que recibí de mi tío por mi inadecuado comportamiento, no me devolvió a casa deshaciéndose de mí, como pensé que haría. Aunque, eso sí, me encontró trabajo en el taller de un amigo suyo, para que me mantuviera lo bastante ocupado como para evitar que me metiera en más líos durante el resto del verano.


Por supuesto, con esta nueva responsabilidad no tuve tiempo de participar en ninguna más de mis escandalosas apuestas en la mesa de algún indecente garito, ya que el duro trabajo me dejaba exhausto y ni siquiera me apetecía intentar escabullirme de casa.


Las molestas visitas no prolongaron su estancia durante mucho tiempo más y al fin llegó el momento de que se marcharan. Realmente no echaría de menos a ninguna de ellas, excepto a esa impertinente rubita que se había negado a
dirigirme la palabra desde que su peculiar postre provocó una fiesta de té que habría sido digna de presenciar.


Después de escuchar de mí tía que, tras terminar el verano, la familia de Paula pensaba mudarse a Whiterlande, pensé que la suerte estaba de mi lado ya que, al contrario de lo que ella pensaba, mi camino volvería a cruzarse con el de esa rebelde mujer, y todavía estaría a tiempo de hacerle ver que lo que ella necesitaba en su vida para alegrarla un poco era, simplemente, a mí.


—Veo que te vas, rubita, ¿por qué será? —la provoqué, mientras me apoyaba en el coche donde ella permanecía rígidamente sentada a la espera de sus padres.


Por supuesto, con mi comentario lo único que conseguí fue que subiera lo más rápidamente posible la ventanilla del vehículo para poder ignorarme con más facilidad, algo que siempre me molestaba de esa empecinada mujer, porque, por más que se empeñara, yo siempre estaría ahí.


—Y yo que venía con toda mi buena intención a hacerte una proposición, totalmente decente, con la que los dos podríamos beneficiarnos...


—Tus proposiciones nunca son decentes —declaró Paula, bajando con celeridad un poco la ventanilla del coche, para luego subirla de nuevo con rapidez.


—La vas a romper —le advertí, señalando la manilla, que no dejaba de mover para mostrar su descontento—. Y eso no pienso arreglarlo como todo lo demás… —le dije, recordándole que, quisiera ella reconocerlo o no, había sido yo quien había acabado solucionando todos los líos en los que se había metido desde que llegó al pueblo.


—No necesito tu ayuda para nada —repuso altivamente Paula, alzando su rubia cabecita con impertinencia.


—¿Ni siquiera para llamar la atención de mi primo?


—Creo que por tu culpa ya he llamado demasiado la atención —respondió, refiriéndose sin duda a ese postre de chocolate que ninguno de los Alfonso podríamos olvidar jamás.


—Por lo menos Santiago sabe ahora que existes, algo de lo que, en mi modesta opinión, antes no llegaba a percatarse, por más que te pusieras en su camino —expuse, señalándole cómo mi primo no apartaba la vista de nosotros, a pesar de que simulaba que prestaba atención a la amable despedida de los Smith.


—¿Cuál es tu proposición? —preguntó Paula, interesada en mis palabras muy a su pesar.


—Sé mi novia —le solté casualmente, como si no me importara demasiado, cuando en verdad mi acelerado corazón estaba impaciente por que Paula cayera en mi trampa, para así poder demostrarle lo adecuado que era yo para ella.


—¡Sí, claro! ¿Ves? Ya sabía yo que se trataba de algo indecente... —rechazó Paula, a la vez que subía con celeridad la ventanilla, decidida más que nunca a ignorarme.


Finalmente, harto de los juegos que se traía con la ventanilla, interpuse mi mano para evitar que la cerrara del todo y la reté a seguir subiéndola, algo que ella probablemente habría hecho si mis siguientes palabras no hubieran sido las acertadas.


—¿Sabes una cosa? Un hombre codicia algo con más intensidad simple y llanamente cuando otro lo posee. Esto lo podemos aplicar tanto a los objetos como a las mujeres. Para compensarte por todo lo ocurrido hasta ahora, me ofrezco a ser tu falso novio por un tiempo. ¿Qué me respondes, rubita? ¿Aceptas mi escandalosa proposición?


—¿Y qué ganarías tú con este trato? —preguntó Paula con recelo.


—Tu presencia alejaría de mí a las inoportunas mosconas que pudieran pretender tener algo serio conmigo, además de que evitaría que mi familia intentase presentarme a alguna decorosa damita que, sin duda, se escandalizaría con mi actitud y mi forma de ver la vida. También podríamos mantener alguna agradable cita y, por supuesto, si en algún momento te invadiera la lujuria, estaría más que dispuesto a dejarte experimentar conmigo... —respondí jocoso,
revelando por unos instantes mis verdaderas intenciones. Algo que, definitivamente, fue demasiado para Paula.


—¡Quita la mano! —exigió, alejándose de mí por completo, levantando de nuevo aquella acristalada barrera entre nosotros.


Cuando pensaba que mis esperanzas se habían esfumado por completo por culpa de mi impaciencia, los padres de Paula subieron al coche apartándome despectivamente de él. Y, tras acomodarse, comenzaron a acosar a Paula con sus reprimendas una vez más.


Vi desde lejos como mi rebelde rubita se convertía en un manojo de nervios y apretaba sus puños con fuerza, reteniendo las ganas de contestar como sólo ella sabía hacer.


Pensé que ésa sería la despedida para nosotros, hasta que, mientras el coche de su padre se alejaba, ella sacó la cabeza por la ventanilla y me gritó:
—¡Pedro Alfonso, acepto tu trato!


Al ver la sonrisa con la que despedía a mi rebelde chica, mi primo no pudo evitar acercarse a mí para preguntarme con curiosidad:
—¿Qué trato?


—Eso, querido primo, es algo entre mi novia y yo.


—¿Qué novia? —preguntó Santiago, muy interesado, tal como yo había previsto, mientras yo lo ignoraba deleitándome con su impaciente carrera detrás de mí, haciéndome preguntas que no estaba dispuesto a contestar.


«¡Cuánto me voy a divertir en lo que queda de verano!», pensé, viendo al niño bueno de mi primo que no dejaba de perseguirme con sus acosadoras preguntas allá donde fuera.




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