miércoles, 26 de septiembre de 2018
CAPITULO 8
Había pensado que en ese pueblo dejado de la mano de Dios solamente encontraría el tedio y el aburrimiento con los que mi padre me había amenazado, para enderezarme y llevarme por lo que para él era «el camino correcto». Pero al parecer no me aburriría ni un segundo en ese lugar: el animado local clandestino que había encontrado, sin duda me permitiría huir de la monotonía, mientras que aquella chica que aparentaba ser tan anodina como las demás niñitas de papá que perseguían a mi primo había llamado mi atención.
Aunque sus atrevidas palabras sólo habían salido a relucir conmigo, no pude evitar percatarme de la rebeldía que se encontraba oculta en esa chica que quería fingir ante todos ser una más de esas mujeres en serie que la sociedad preparaba para el matrimonio.
La verdad era que su hermoso rostro, enmarcado por sus rubios cabellos, me había atraído desde el principio. Y más aún cuando percibí que iba acompañado por unas sugerentes y sinuosas curvas que ella intentaba ocultar, seguramente porque su trasero no cumplía con los estándares establecidos por la moda, algo que a los hombres no nos preocupaba demasiado.
Pero lo que finalmente la había hecho irresistible para mí, a pesar de que me había prometido que durante mi estancia en Whiterlande no me metería en ningún lío con ninguna niña buena como ella, eran sus impertinentes ojos azules, que no habían dudado en reprenderme, señalándome como inapropiado para estar a su lado.
Yo sabía que esa pequeña rubita nunca se fijaría en mí, porque sus miras estaban puestas en mi primo, pero no pude evitar sentirme atraído por esa desafiante mirada, y me reté a mí mismo a sacar a la luz a la rebelde que llevaba dentro y a mostrarle que el hombre más adecuado para ella, sin ninguna duda, era yo.
Dispuesto a quedar bien con mis tíos y sus invitados, fui a buscarla con la intención de establecer una tregua entre esa chica y yo.
Aunque al parecer ella estaba ocupada con otros menesteres, como constaté cuando, tras llamar sutilmente a la entreabierta puerta del cuarto de baño, me la encontré saltando descalza como una loca sobre el vestido que no adoraba tanto como pretendía aparentar.
—No sé yo si será muy efectivo ese original método tuyo para acabar con las manchas —comenté, mostrando una sonrisa ante su inusual comportamiento.
—¡Tú! —exclamó ella, mientras se dirigía hacia mí esgrimiendo uno de sus amenazantes dedos—. ¡Todo esto es por tu culpa! ¡No vuelvas a cruzarte en mi camino nunca más!
—¡Vaya! Y yo que venía dispuesto a pedirte disculpas y a proponerte un cese en las hostilidades entre nosotros… —respondí, alzando las manos para demostrar que mis intenciones eran de lo más inocentes, aunque tal vez la pícara sonrisa que exhibía mi rostro cada vez que veía su enfado me delataba, señalando que, por más que intentara ocultarlo, siempre sería un sinvergüenza.
—¡Si tú no hubieras llegado tarde, mi vestido no habría estallado y yo tendría la atención de todos esta noche!
—Cariño, esa atención ya la tienes. Sobre todo la de mi primo Santiago, al que has dejado sin respiración con tus… encantos —anuncié, sin poder evitar recordarle el incidente del botón de su vestido. Algo que me haría reír durante mucho mucho tiempo.
—¡Eres un… un…! —comenzó Paula, apuñalándome con su dedo sin saber cómo terminar su frase, ya que su perfecta educación no le permitía recordar un buen insulto con el que injuriarme.
Para molestarla un poco más, cogí ese impertinente dedo y, atrayéndola hacia mí, le susurré al oído unos cuantos calificativos malsonantes que alguna vez me habían dedicado algunas de mis amistades menos respetables.
Tras sacarle los colores con cada uno de ellos, la solté para observar perversamente su reacción, que no tardó nada en pasar de un avergonzado sonrojo a una airada furia con la que se enfrentó de nuevo a mí con sus hermosos ojos azules que siempre llamarían mi atención.
—Sí, eres todo eso y mucho más… Espero sinceramente no tener la desgracia de volver a cruzarme contigo nunca más.
—Encontrarte con una persona como yo no entraba en tus planes, ¿verdad, preciosa? —le pregunté, pensando en que el que ella se cruzara en mi camino tampoco había formado parte de los míos—. Tan sólo tienes que ignorarme y seguir el rumbo que tus papás te han señalado —le dije, mientras encendía impertinentemente un cigarrillo frente a ella, para escandalizarla un poco más.
—¡Sin duda eso es lo que haré! —respondió decidida, adoptando una recta postura de niña buena con la que me pretendía alejar.
Una rígida y falsa fachada que me sentí tentado de deshacer. De modo que, acercándome provocadoramente a ella, le di un impulsivo beso en los labios, tan sólo un leve roce antes de huir de la sonora bofetada que sin duda me daría si me quedaba demasiado cerca.
—El único problema, Paula, es que yo no soy fácil de ignorar —afirmé impertinente antes de irme, mientras le guiñaba burlón un ojo.
—Sí lo serás, porque ni siquiera sé tu nombre —replicó ella, decidida, mientras daba un indignado portazo delante de mis narices, negándome que tuviera lugar alguno en su vida.
—Eso tiene fácil solución —manifesté, sonriéndole maliciosamente a la puerta que nos separaba, resuelto a lograr que Paula no pudiera olvidarse jamás de mi nombre si nuestros caminos volvían a cruzarse.
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