lunes, 1 de octubre de 2018
CAPITULO 25
—Tu primo no está aquí —dije molesta por haber caído en otro de los viles trucos de ese sujeto.
—Tú dale tiempo —respondió Pedro con indiferencia, mientras me conducía hacia la barra del bar. Y tras arrebatarle el taburete a un desconocido, me lo ofreció con amabilidad, intentando aparentar ser un caballero.
—¡Zoe! ¡Dos cervezas! —gritó hacia una chica pelirroja, que, tras dirigirle una furiosa mirada, le respondió con un grosero gesto de su dedo corazón—. Vale, yo también te quiero… ahora ponme dos cervezas, por favor —pidió Pedro,
lanzándole desvergonzadamente un beso.
—No sirvo alcohol a menores, tú no tienes cuenta en este establecimiento y aún me debes una cerveza.
—Cielo, no te preocupes. Si quieres, mañana le digo a mi tío que venga a pagarla —contestó Pedro con una maliciosa sonrisa que delataba que estaba cometiendo una de sus maldades.
—Chantajista de mierda… —masculló Zoe, deslizando dos cervezas por la barra, que Pedro se apresuró a coger—. Espero que te atragantes...
—Tranquila, Zoe, esta vez tengo dinero —dijo Pedro. Y tras pagar las bebidas, las abrió y me pasó una botella que no dudé en rechazar.
—Nunca en mi vida he probado el alcohol. No bebo, ni fumo, ni... — interrumpí mi discurso cuando vi que me ignoraba, mientras dejaba las cervezas en la barra y sacaba un cigarrillo para ponerlo en su boca con gesto chulesco.
Molesta por que no me prestara atención cuando había sido él quien me había llevado hasta allí, le arrebaté el cigarrillo antes de que lo encendiera y lo partí por la mitad. Después lo arrojé al suelo y esperé su reacción. Como siempre, ese sinvergüenza solamente me dedicó una de sus pícaras sonrisas antes de provocarme una vez más.
—Ahora tienes toda mi atención, querida, y estoy sumamente interesado en conocer el tercer elemento de esa lista de cosas que nunca has hecho.
—Decía que no bebo, ni fumo, ni hago cosas pervertidas con...
—Entonces harás de tu futuro marido un hombre muy infeliz —me interrumpió Pedro, mientras se aproximaba insinuantemente a mí—, pero no te
preocupes, rubita, para eso estoy yo aquí, para enseñarte lo osada que puedes llegar a ser.
La cercanía de sus labios me tentó por unos instantes, durante los que quise probar cómo sería dejarme llevar por el alocado Pedro que tanto me incitaba en más de una ocasión para que cediera al pecado. Pero no tardé en descartarlo cuando recordé que, para él, yo seguramente sólo sería uno más de sus juegos.
—Nunca las haré con el hombre inadecuado —terminé, susurrándole provocativamente al oído, para luego alejarme, mientras me reía de su asombrado rostro.
Riéndome a carcajadas, me dirigí hacia la pequeña pista de baile que habían improvisado en ese local y, abriéndome paso entre la multitud, moví mi cuerpo con tanta desenvoltura como hacía en casa cuando nadie me observaba, para deshacerme de toda la frustración que me invadía por no poder ajustarme nunca al papel que otros querían otorgarme.
Mostrando mi verdadero yo ante todos esos desconocidos que me rodeaban, bailé sin preocuparme por nada, sintiéndome libre al encontrarme alejada de la prisión que mis padres me imponían, hasta que los fuertes brazos de Pedro rodearon mi cintura. Y haciendo que me apoyara en él, susurró a mi oído:
—Esta faceta tuya es la que más me gusta, ¿por qué no la sacas a relucir más a menudo?
—Porque tú eres el único al que le gusta —respondí sinceramente, volviéndome hacia él, asombrada de que alguien prefiriera mi verdadero ser a la impecable muñequita que mi madre había modelado.
—Entonces, rubita, apuesta sólo por mí y olvida todo lo demás —declaró Pedro con seriedad, mientras sus manos cogían fuertemente las mías para que, por una vez, lo mirara de verdad y me diera cuenta de que lo que él sentía por mí no era una broma.
Asustada ante lo que mi acelerado corazón comenzaba a sentir por el hombre inadecuado, intenté apartarme. Pero Pedro no me dejó y, acercándome a él, me arrebató un beso una vez más. Aunque en esta ocasión no fue un simple roce de nuestros labios lo que él reclamó, sino un lujurioso beso que cada vez me resistía menos a experimentar.
Sus labios probaron tentadores los míos, con suavidad, haciéndome gemir quedamente cuando él me atrajo de nuevo al calor de sus brazos. Sus dientes mordieron atrevidamente mi labio inferior y, cuando intenté protestar, su lengua invadió mi boca buscando una respuesta que yo no sabía darle, pero que no tardé en aprender ante sus exigentes avances.
Mi cuerpo ardía y yo me derretía entre sus brazos, perdiéndome en el momento y dejándome llevar hacia donde él quisiera guiarme, hasta que las audaces manos que apretaron mi trasero atrayéndome más hacia él me hicieron notar la evidencia de su deseo, mostrándome lo peligroso que podía llegar a ser un hombre como Pedro.
—¿Qué es eso? —dije escandalizada, poniendo fin a ese beso, mientras intentaba alejarme de él.
—Eso, cariño, se llama «erección», y es la muestra de lo mucho que me gustas. Si no quieres que todos lo noten, será mejor que permanezcas a mi lado para ocultarlo —apuntó, reteniéndome y acercándome nuevamente a él más de lo debido.
—No creo esta proximidad te sirva demasiado para… calmarte —murmuré escéptica, al notar que esa parte de su anatomía parecía avivarse aún más al tenerme más cerca.
—Tú simula que estamos bailando y… ¡y por Dios, no te muevas así! — exclamó entre dientes, cuando intenté bailar junto a él.
—¡Deshazte de eso, pero ya! —grité escandalizada, cuando noté el tamaño que había llegado a alcanzar al rozarse de nuevo conmigo.
—Cariño, lo haría encantado, pero sólo baja con frío o con…
—¿Con qué?
—Pues con tus atenciones, si tú, como un alma caritativa, te apiadas de mí y me dedicas tus cuidados... —respondió atrevidamente, mientras cogía una de mis manos para colocarla con audacia sobre su erección.
Furiosa a causa de su descaro y de su vulgar propuesta, retiré la mano despacio. Y, luciendo la falsa sonrisa que sólo mostraba con ocasión de las visitas de mi madre, declaré con ironía:
—¡Oh, pobrecito! No te preocupes, yo te daré mis más cariñosos cuidados.
Y tras dejarlo boquiabierto con mi respuesta, no dudé en gritar hacia Zoe:
—¡Zoe, pásame una cerveza! ¡La más fría que tengas, por favor!
La pelirroja alzó hacia mí una interrogativa ceja, y después de pensarse durante unos segundos si aceptar mi pedido o no, finalmente deslizó una cerveza helada por la barra, luciendo una sonrisa igual de maliciosa que la mía. Después de coger mi bebida, la coloqué entre Pedro y yo y, ocultándolo de todos, le
dediqué los debidos cuidados que él había pedido, con la delicadeza que se merecía esa parte de él que tanto me perseguía.
—¿Ya estás mejor? —le pregunté sonriente cuando lo vi encogerse de frío, mientras me fulminaba con la mirada—. Si quieres, podemos seguir así el tiempo que desees —propuse, tan escandalosamente como él me había pedido
con anterioridad.
—No, déjalo —masculló entre dientes, arrebatándome la cerveza.
Cuando intentó alejarse de mí, no pude evitar molestarlo un poco más, como siempre hacía él conmigo. Así que, antes de que diera su primer trago a la helada cerveza, se la quité.
—Ésta es mía. Después de todo, me la he ganado —dije, señalando su entrepierna, mientras daba un gran sorbo de esa bebida que nunca me había tentado hasta ese momento.
Pedro simplemente me sonrió tan audaz como siempre y me recordó al pasar a mi lado:
—Rubita, ya no podrás decir que nunca has bebido alcohol. Y realmente has sido muy pervertida conmigo… —murmuró, señalando su entrepierna con su mirada—. Estoy impaciente por ver cuántas prohibiciones más te saltas esta noche, y más que dispuesto a acompañarte en todas y cada una de ellas…
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario