martes, 2 de octubre de 2018
CAPITULO 27
Seguir a la rebelde Paula en aquel interminable paseo en bici fue bastante difícil.
Y más aún cuando iba haciendo eses durante todo el camino, pero al menos el objetivo de que esa damita llegara de una pieza a casa tenía su recompensa, pensaba mientras la veía mover su trasero delante de mi motocicleta, que estaba demostrando su resistencia al ir a paso de tortuga, cuando estaba hecha para correr como el viento.
A pesar de la lentitud de nuestra marcha, me estaba divirtiendo al ver una vez más a Paula perdiendo esa fachada respetable que tanto se empeñaba en representar. Y habría sido un trayecto mucho más agradable de no ser por un insignificante y molesto problema que se empeñaba en cruzarse últimamente en mi camino…
—¡No le mires tan desvergonzadamente el trasero! —me sermoneó una vez más el siempre virtuoso Santiago, como si sus ojos no estuvieran fijándose tan descaradamente como los míos en algunas de las cualidades de Paula.
—Te recuerdo, querido primo, que soy yo el que conduce y que no debo apartar la vista de la carretera. ¡Gracias a Dios que ese lindo culito está en ella, de lo contrario, este viaje sería de lo más aburrido! —repuse, mirando con desagrado una vez más hacia el acompañante que se había colado en mi moto sin invitación alguna.
—Espero que tu forma de conducir no sea siempre igual o comenzaré realmente a cuestionarme tus habilidades respecto al manejo de este vehículo.
Con ganas de parar en el arcén sólo para abandonar a mi primo en la cuneta, meneé un poco la inestable motocicleta a ver si así se callaba un ratito con sus aburridas charlas y me dejaba disfrutar de las vistas, pero el muy zopenco se agarró fuertemente a mí, haciéndome gruñir de disgusto, ya que, si él no se hubiera presentado en el bar, ahora sería Paula quien estaría abrazándose a mí y no el nenaza de mi primo.
—¿Por qué no la adelantas o te pones a su lado? Así tal vez no tendrías tantos problemas para manejar este cacharro.
—Si fueras tú el que estuviera en esa bicicleta no dudaría en dejarte atrás — repliqué, mientras un escalofrío recorría mi cuerpo al pensar por un segundo en el trasero de mi primo bamboleándose sobre la bicicleta. ¡Puaj!—. Pero siendo Paula, prefiero seguirla desde esta desventajosa posición. O ventajosa, según se mire —respondí sonriendo ladinamente, mientras veía una vez más cómo las mallas se pegaban a su redondito culito respingón.
—No eres nada caballeroso —musitó reprobador mi primo.
—No, simplemente soy sincero sobre lo que deseo alcanzar, y no me gusta esconderme detrás de ninguna falsa fachada de niño bueno. Eso te lo dejo a ti.
—¿Y crees que vas a conseguir lo que quieres manteniendo siempre esa actitud rebelde? —preguntó Santiago, recordándome que, si conseguía hacerme con el corazón de Paula, sin duda muchos más impedimentos se cruzarían en nuestro camino, ya que yo no sería el hombre adecuado en opinión de muchos.
—¿Y tú crees que vas a conseguir siempre lo que quieras sin ensuciarte un poco por el camino? —pregunté a mi vez, dejando un poco de distancia entre Paula y nosotros para pasar rápidamente sobre un charco de barro con mi motocicleta, ensuciándonos a ambos en el proceso.
—¡Lo has hecho adrede! —exclamó acusador mi primo, sintiéndose tremendamente incómodo con su situación.
—¿Yo? —ironicé, intentando hacerme pasar por el inocente que nunca sería —. Si quieres, paro en el arcén y así podrás ir a cambiarte.
—No, déjalo. Quiero asegurarme de que Paula llega sana y salva a casa y de que no la obligas a seguirte en una más de tus perversas acciones.
—No te equivoques, primito, yo nunca la obligo a seguirme. Simplemente le muestro un camino mucho más divertido que el que todos tenían marcado para ella. Paula siempre podrá elegir lo que quiera hacer. Por lo menos mientras esté a mi lado. ¿Puedes decir tú lo mismo? —apunté, molesto por el papel que me había adjudicado Santiago, porque, por más que deseara a Paula, yo jamás la presionaría, como hacían todos, obligándola a adaptarse a un molde en el que no
encajaba. Yo solamente quería que fuera ella misma, me eligiera a mí o no.
Consiguiendo con mis palabras que mi primo al fin se callara, pude disfrutar un poco de mi trayecto a pesar del barro, el frío o la molesta presencia que tenía a mi espalda, ya que siempre sería un placer ver cómo Paula corría libre y remontaba el vuelo con esas alas que todos se habían empeñado en cortarle.
Cuando llegamos a la casa que los Chaves habían alquilado, agradecimos mucho que éstos no hubieran llegado aún. Especialmente cuando una ebria damita, tras darse cuenta de que había olvidado las llaves en el interior, comenzó a emprenderla a patadas con la puerta.
—No te preocupes, rubita, ¡nosotros te ayudaremos! —dije, cogiéndola por los hombros para calmar sus berridos, que comenzaban a ser bastante lamentables.
—¿Cómo? —preguntó Paula, dirigiendo sus esperanzados ojos, ¡cómo no!, al siempre adecuado Santiago.
—Podríamos llamar a un cerrajero —propuso Santiago, ofreciendo una respuesta muy estúpida a nuestro problema.
Al parecer, mi rubita estuvo de acuerdo por una vez conmigo en que mi primo era idiota, porque, descartando rápidamente a Santiago, no tardó en dirigir sus lastimosos ojitos hacia mí pidiéndome una solución.
—Podría colarme en la casa si alguna de las ventanas está abierta y abriros desde dentro.
Para mi desgracia, la única ventana que se encontraba abierta era la del segundo piso, y cuando me dispuse a trepar por el canalón para mostrar mis habilidades ante todos, Paula exclamó:
—¡No puedes entrar en mi casa así, y menos en esa blanca e impoluta habitación!
—Tú lo que quieres es que me desnude ante ti, ¿eh, rubita? —dije para escandalizarla, mientras me desprendía de mis sucias ropas, reconociendo para mí que la observación de Paula era cierta y que cualquier estancia de la casa quedaría manchada por el rastro de mis ropas mojadas y cubiertas de barro.
Al no recibir contestación alguna de su parte, sonreí divertido. Y más aún cuando vi cómo, a pesar de su arrogante postura, con los brazos impacientemente cruzados, recorría mi cuerpo con una osada mirada que nunca antes se había atrevido a dirigirme.
—¿Quieres que me quite algo más antes de adentrarme en tu casa? —le pregunté con sorna, comenzando a bajarme el elástico de los calzoncillos, hasta que intervino mi primo, empujándome hacia la casa cuando las cosas se ponían interesantes, ya que Paula en ningún momento llegó a contestar negativamente a mi atrevida pregunta.
—¡No pierdas más el tiempo y sube ya por ese canalón! —me ordenó un molesto Santiago, mientras me alejaba de Paula.
Tras llegar sin problemas a la ventana seleccionada, la abrí y me introduje a través de ella. A oscuras tanteé la pared hasta dar con el interruptor y encender la luz. Cuando vi lo que había en esa estancia tan blanca e impoluta como Paula había asegurado que era, alcé las cejas tan reprobador como Santiago era
conmigo en alguna que otra ocasión: decenas de muñecas, perfectamente vestidas, peinadas y con posturas de lo más adecuadas y pudorosas, descansaban en unos estantes de la pared, pareciendo pedir mi aprobación en todo momento.
Me sentí tentado de colocar a cada una de esas condenadas muñecas en una postura obscena tan sólo para fastidiar a la señora Chaves, y más cuando vi que algunas de ellas vestían los modelos que Paula había lucido en más de una
ocasión. Finalmente desistí de mi maldad, sabiendo que si llevaba a cabo alguna de mis rebeldes acciones en esa habitación metería a Paula en problemas, y bastante tenía ya con poder llegar de una pieza a su habitación.
Tras bajar la escalera, me apresuré a abrir para dejar que Paula entrara en su casa. Estaba dispuesto a cerrar la puerta ante las narices de Santiago para concedernos unos instantes de intimidad a mi rubita y a mí, ahora que por fin había conseguido llamar su atención, cuando Paula dirigió una pícara mirada a mi primo, mientras, con un tono de niña buena bastante seductor, le decía:
—Tú tampoco puedes entrar así en mi casa.
Pensé que mi primo se resistiría a la atrevida reclamación de Paula, o que tal vez se escandalizaría por su comportamiento, alejándose finalmente de nosotros… pero ¿qué hombre se resistiría a esa tentadora y dulce voz? Así que, para mi sorpresa, vi a mi primo jugar tan sucio como yo por primera vez y, tras desnudarse, ocultó sus ropas junto a las mías entre los arbustos para adentrarse en ese hogar con el mismo aspecto que yo.
—Sólo lo hago para conducirla sana y salva a su habitación —declaró Santiago, hinchando el pecho como si fuera el mejor de los hombres.
—Sí, claro... —respondí irónicamente, mientras cerraba la puerta y ambos comenzábamos a ayudar a la inestable Paula a subir la escalera hacia su habitación.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario