martes, 2 de octubre de 2018

CAPITULO 28





Sin duda estaba soñando, ya que no llevaba puesto ninguno de mis restrictivos vestidos y tenía a dos hombres casi desnudos en mi habitación. Unos hombres que no eran otros que el rebelde Pedro, con el que cada vez me importaría menos pecar, y el maravilloso Santiago, que parecía ser perfecto en todo. Sin pararme a pensar, dado que ése era mi sueño, decidí ser tan atrevida como nunca podría serlo en la realidad, de modo que saqué una chocolatina de mi escondite y comencé a degustarla lentamente, sin dejar de observar con admiración a mis acompañantes.


Eran tan parecidos, pero a la vez tan distintos… y cada uno me atraía hacia el pecado a su manera: el correcto Santiago, con su impecable apariencia, sus músculos torneados por los deportes, sus sinceros ojos azules, sus rubios e impecables cabellos y su amigable rostro que aseguraba que siempre sería un hombre en el que confiar; y por otro lado el inadecuado Pedro, con su rebelde postura, su cuerpo curtido por el trabajo duro, sus licenciosos ojos azules que me
atraían hacia el pecado, sus revueltos cabellos y su maliciosa sonrisa que siempre me tentaba para cometer alguna locura.


—Es una elección tan difícil —declaré en voz alta, mientras mordía mi chocolatina con frustración—. ¿Con quién debería quedarme: con el perfecto Santiago… —suspiré, mientras recorría lentamente su torso con un dedo—… o
con el pecaminoso Pedro? —terminé, dándome la vuelta y pasando perversamente las uñas por el pecho de Pedro mientras marcaba levemente su piel.


—Creo que deberíamos marcharnos antes de que ocurra algo de lo que podamos llegar a arrepentirnos —apuntó Santiago, alejándose de mí como siempre.


—¡Tú a callar, que éste es mi sueño! —exigí molesta, gritando lo que nunca me atrevía decir en voz alta en su presencia.


—Vete tú, que yo me quedo. Después de todo, esto se está poniendo interesante —dijo tan osado como siempre Pedro, haciéndome decidir empezar por él.


—¿Sabes lo guapo que estarías si te mantuvieras callado alguna vez?


—¿Ah, sí? Pues cállame —me retó Pedro, como siempre hacía, alzando burlonamente una ceja, señalándome con ello que yo nunca me atrevería a hacer algo tan provocador como para que él se quedara sin habla.


Y como era cierto, decidí taparle la boca con uno de mis dedos impregnados de chocolate, para impedir que me dedicase alguna más de sus atrevidas palabras, pero como era de esperar, Pedro no pudo ser un chico bueno ni en mis sueños, y en vez de apartarme de él como cualquier hombre decente haría, atrajo mi mano hacia su boca y comenzó a lamer lujuriosamente cada uno de mis dedos.


Supe sin lugar a dudas que todo lo que estaba sucediendo era sólo en mi calenturienta imaginación, cuando Santiago cogió mi otra mano y mordisqueó atrevido el trozo de chocolatina que sostenía en ella, rozando sensualmente con sus dientes la yema de mis dedos.


En ese momento miré a Santiago con asombro, hasta que Pedro me mordió un dedo para atraer mi atención, sin dudar ni por un momento en tirar de mí hacia sus brazos, donde con su desnudez nada podía hacer para ocultar su deseo.


—Rubita, no me tortures más y elígeme a mí de una vez —pidió serio, mirándome con aquellos profundos ojos azules que tanto me atraían.


—¿Por qué debería conformarse contigo, si me tiene a mí? —intervino impertinente Santiago, haciendo que me volviera hacia sus fuertes brazos.


—Tal vez porque yo la tiento demasiado como para poder resistirse — susurró Pedro pecaminosamente junto a mi oído, acercando su cálido cuerpo a mi espalda y la erección que rozaba mi trasero confirmaba que sus palabras eran totalmente ciertas.


—Pero yo también puedo llegar a tentarla... —replicó Santiago, mostrando una faceta suya desconocida para mí, ya que, mientras decía estas palabras, acercó su cuerpo al mío y me arrebató un beso.


Fue dulce, cálido, apenas un leve roce de nuestros labios, el beso maravilloso con el que todas las chicas sueñan, el beso perfecto que todas mis amigas me habían descrito…, pero para mí no fue suficiente. Eché de menos algo…


—¡Suficiente! Es hora de que experimentes a qué sabe lo prohibido... — anunció gritando Pedro, antes de arrebatarme de entre los brazos de su primo para avasallar mi boca con un apasionante beso que hizo que todo mi cuerpo temblara entre sus brazos. Y supe, sin lugar a dudas, que esa pasión era lo que había faltado en el idílico beso que había recibido de Santiago. Tal vez si éste hubiera
sido el primer hombre en besarme, no habría echado en falta nada y nuestro beso habría sido perfecto. Pero tras probar los pecaminosos labios de Pedro, nada podía atraerme como esa pasión que me demostraba con cada uno de los roces de su lengua.


Dejándome llevar, gemí desvergonzadamente mientras lo atraía hacia mi cuerpo. Y cuando mi sueño comenzaba a ponerse de verdad interesante, oí que se abría la puerta de mi hogar y a mis padres entrando en casa. No me extrañó nada que su presencia en mi sueño acabara con toda mi diversión. Después de todo, eso era algo que acostumbraban a hacer en la vida real, ¿por qué no iban a fastidiar también mis fantasías?


Lo que de verdad me dejó desconcertada fue ver a aquellos dos hombres maravillosos discutiendo cómo escapar de esa situación, porque, después de todo, tan sólo eran una ilusión de mi aturdida y embotada mente.


—¿Se puede saber qué hacemos ahora? —preguntó nerviosamente Santiago, paseando inquieto de un lado a otro de la habitación.


—Salir pitando por la ventana, lumbreras —respondió Pedro, justo antes de asomarse y ver que mi padre disfrutaba en el exterior del último cigarrillo, a escondidas de mi madre—. ¡Mierda! —maldijo, al ver que su huida había sido obstaculizada.


—Creo que la señora Chaves viene hacia aquí —señaló Santiago, tras oír los pasos de mi madre acercándose.


—¡Escóndete debajo de la cama! —le ordenó Pedro a su primo, mientras me conducía hacia allá. Y, tras taparme con las sábanas, me dijo suavemente al oído —: Dulces sueños, princesa. Espero que sueñes conmigo.


Me quedé algo confusa con sus palabras, ya que se suponía que hasta el momento todo había sido un sueño. Luego apagué la luz de mi habitación. Y cuando lo vi ocultarse junto a su primo, pensé que a partir de ese momento ya no les tendría miedo a los monstruos que pudiera haber debajo de mi cama, pero sí a los desvergonzados chicos que podían colarse bajo ella.


Cuando mi madre llegó, abrió la puerta de mi habitación y encendió la luz.


Como solía suceder cuando salía con mi padre, se encontraba un poquito bebida, así que no dudó a la hora de sentarse en mi cama y ponerse melancólica.


Gracias a su estado de embriaguez, no oyó los gruñidos de protesta provenientes de debajo de mi cama cuando ésta se hundió un poco bajo su peso.


Yo, por mi parte, continué haciéndome la dormida para que mi madre se explayara lo menos posible en su nostálgico discurso.


—Y pensar que hace apenas unos años eras la niña de mamá y ahora te has convertido en toda una mujer... Seguramente, cuando menos me lo espere, estarás casada y con hijos. Ojalá el aburrido de Santiago Alfonso se dé cuenta de
que existes. Sin duda es el hombre más adecuado para ti, ya que nunca te meterás en ningún escabroso lío si permaneces a su lado, y tendrás un futuro estable junto a él —dijo mi madre, ignorando los gruñidos del apacible Santiago, al que no le gustó verse señalado como la opción más segura y aburrida—. Eso sí: ¡por nada del mundo debes acercarte a un hombre como Pedro Alfonso! Ese rebelde sin duda te meterá en más de un problema y tu futuro estaría lleno de contrariedades. —Esta vez los gruñidos de protesta provinieron de un rebelde al que Santiago tuvo que retener para que no diera alguna osada contestación desde su precario escondite.


—Pero yo sé que mi niña no es una de esas chicas escandalosas que se dejan tentar por los hombres, y sin duda mi Paula escogerá al mejor... —acabó orgullosamente mi madre, mientras se tumbaba a mi lado en la estrecha cama, hundiendo un poco más el colchón.


—¡Mierda! —exclamaron al unísono los hombres que ocultaba debajo, al verse agobiados por el trasero de mi madre. Y sin importarles demasiado revelar su comprometedora situación, salieron de su escondite para dirigirse precipitadamente hacia la ventana.


—¡Aaaah! ¡¿Se puede saber qué significa esto?! —gritó mi madre muy alterada, al verlos salir con sus escasas vestimentas de debajo de mi cama. 


Yo, por mi parte, seguí haciéndome la dormida.


Pero no pude evitar sonreír y entreabrir un poco los ojos cuando oí una vez más al rebelde de Pedro dar una de sus contestaciones poco antes de saltar por la ventana.


—¿No es obvio, señora Chaves? Paula aún no ha decidido a cuál escoger y ha determinado que es mejor explorar antes todas nuestras cualidades.


Tras un airado grito de parte de mi madre antes de desmayarse, los dos hombres salieron de mi estancia con gran celeridad. En mi sueño pude escuchar a mi padre corriendo hacia mi habitación después de oír el alterado chillido de mi madre. Y, tras cogerla entre sus brazos, esperó a que recuperara un poco la conciencia antes de pedirle una explicación.


—¿Se puede saber qué es lo que ha ocurrido, Melinda?


—¡Dos hombres han salido de debajo de la cama de tu hija y se han tirado por la ventana!


—Ya te has vuelto a pasar con la bebida, ¿verdad? —preguntó inalterable mi padre, mientras conducía a mi madre fuera de la habitación—. Mejor vámonos de aquí antes de que despiertes a Paula y te vea en este lamentable estado.


—Pero ¡Tomas! ¡Estoy segura de que he visto a Pedro y a Santiago Alfonso saliendo de debajo de la cama de Paula y…!


—Sí, por supuesto querida… —respondió mi padre, dándole falsamente la razón a mi confusa madre, mientras la alejaba de mí.


Yo, por mi parte, seguí durmiendo, al tiempo que sonreía ante lo locos y divertidos que se habían vuelto mis sueños desde que Pedro se había cruzado en mi vida desorganizando ese camino que muchos habían creado para mí.




No hay comentarios:

Publicar un comentario