jueves, 4 de octubre de 2018

CAPITULO 35




Santiago intentaba seguir a su primo, algo que le resultaba imposible, porque tenía que abrirse paso entre una multitud que reclamaba su cabeza.


Definitivamente, después de ese día, la feria se había acabado para los Alfonso y cualquiera de sus acompañantes.


Mientras perseguía a Pedro, Santiago se dio cuenta del rumbo que tomaban sus pasos y, tirando una vez más de la reticente Barbara, alquiló una de las barcas de paseo para no perder de vista las impúdicas acciones que pudiera llevar a cabo Pedro.


—Tomaría esto como un gesto romántico, si no supiera que sólo te has subido a este trasto para perseguir a esos dos —señaló Barbara, hastiada, mientras intentaba espantar a los mosquitos que se encontraban a su alrededor, a la vez que observaba cómo Santiago remaba desesperadamente para alcanzar a su primo y a esa chica que, a pesar de no tener demasiadas cualidades, había acabado llamando su atención.


—Si ayudaras un poco, tal vez podríamos alcanzarlos —se quejó Santiago, pasándole el par de remos de más que había en la barca.


—¿En serio me estás proponiendo que te ayude a alcanzarlos? Pero ¡¿qué te pasa?! ¡Eres idiota! —gritó finalmente Barbara, perdiendo su fachada de correcta damisela cuando ese Alfonso en concreto acabó con su paciencia y ella decidió que ya no valía la pena ir detrás de un hombre tan ciego como él. 


Santiago, asombrado ante el comportamiento de esa chica que únicamente había tenido amables palabras hasta entonces, se quedó boquiabierto y dejó de remar, mientras escuchaba atentamente cada una de sus palabras, que le hicieron abrir los ojos a lo idiota que había sido siempre.


—¡Sinceramente, me alegro de que Paula haya elegido al otro Alfonso! Y no
porque sea competencia para mí, ¡sino porque ninguna chica se merece estar al lado de un hombre tan imbécil que no se da cuenta de cuánto vale hasta que otro pone sus ojos en ella! ¿Es que acaso crees que las mujeres no tenemos otra cosa mejor que hacer que perseguirte hasta que tú decidas fijarte en nosotras? Créeme cuando te digo que yo no lo haría si no fuera por la continua insistencia de mis padres. No me explico cómo ha tenido Paula la bendita paciencia de seguirte todos los veranos, si a mí únicamente con uno me ha bastado para averiguar lo idiota que eres. ¡Así que haznos un favor a todos y desiste de perseguir a tu primo! ¡Él se la ha ganado! —concluyó Barbara, mientras señalaba la barca con la que Pedro y Paula se alejaban. A continuación, para dar mayor énfasis sus palabras, arrojó todos los remos de su barca al agua, imposibilitándole a Santiago seguir a la pareja.


—¡Vaya! ¿Desde cuándo eres así, Barbara? —preguntó él, asombrado con la otra cara de la siempre sonriente Barbara, que lo había aburrido con sus insulsas charlas durante todo el verano.


—¡Desde siempre, idiota! Solamente que sé ocultarlo muy bien. Como tú — declaró Barbara, señalándolo como uno de esos necios que siempre trataban de aparentar ser lo que no eran.


—Yo… ¡yo no soy así! Mi primo... —respondió nerviosamente Santiago, mesándose frustrado los cabellos con la mano.


—El rebelde de tu primo siempre será una buena excusa para esconder la verdad. Para Paula, para ti, para todos… pero él no habría conseguido que asomara esa parte rebelde de nosotros si ésta no hubiera existido previamente. Él sólo es un provocador.


—¿Piensas que irá en serio con Paula? —preguntó Santiago, renunciando a la mujer que había perdido por no percatarse antes de su presencia, a pesar de que ella siempre había estado a su lado.


—No concibo que un hombre como Pedro persiga a una chica como Paula si sus intenciones no fueran serias.


—Yo creo que comenzaba a sentir algo por Paula cuando él me la arrebató —confesó Santiago, intentando desnudar sus confusos sentimientos ante la mujer que lo enfrentaba a la realidad.


—No te engañes, Santiago, tú no amas a Paula. Solamente la deseas porque tu primo va detrás de ella.


—¿Y por qué dices algo así? ¡¿Por qué crees conocerme tan bien?! —gritó frustrado Santiago, lleno de una confusión y unas dudas que hasta entonces no habían formado parte de su organizada vida.


—¿No te parece obvio? Porque si Paula fuera la persona que tú quieres, nada te detendría en tu afán por alcanzarla —respondió Barbara, mientras señalaba el agua, a la vez que se ponía de pie en aquella inestable embarcación.


—¡Barbara, siéntate o… —dijo Santiago, alarmado por la precaria posición en la que se encontraba su acompañante—… te caerás! —apuntó, justo antes de ver que los infructuosos intentos de Barbara para espantar a uno de aquellos condenados mosquitos acababan con ella en el agua.


No fue para hacerse pasar por el típico niño bueno de siempre, ni tampoco para aparentar, ya que nadie los observaba. Sin tiempo para pensar en nada, Santiago acabó lanzándose también junto a Barbara, que, con su corrido
maquillaje, su estropeado peinado y escupiendo agua, lo miraba declarándolo culpable de todas sus desgracias por haberla subido a esa embarcación.


Santiago halló ante él a una mujer alejada de su acostumbrada apariencia perfecta y no pudo evitar observarla con más atención. Así que, evitando cometer dos veces el mismo error y ser igual de necio en esta ocasión, nadó hacia ella para apresarla entre sus brazos.


—¿Se puede saber qué narices estás haciendo? —gritó Barbara con voz chillona, mientras su rostro se sonrojaba por la proximidad de sus cuerpos, mostrando que no era tan indiferente a él como aseguraba.


—¿A ti qué te parece? Fijarme bien en lo que tengo delante —dijo Santiago, a la vez que le dedicaba una de las lascivas miradas que su primo solía usar—. Creo que he aprendido la lección que todos queríais darme y ahora no pienso dejar escapar tan fácilmente a la mujer que he comenzado a ver de verdad — declaró, antes de arrebatarle un beso a esa chica que, a pesar de derretirse entre sus brazos, no tardó demasiado en separarse furiosamente de él.


—¡Yo nunca seré el segundo plato de nadie! —exclamó Barbara airada mientras intentaba alejarse de él lo más digna y rápidamente posible.


Para su desgracia, no era demasiado buena en natación y acabó utilizando un espantoso estilo perrito, lo que hizo a Santiago sonreír mientras nadaba despacio tras ella y pensaba que ya comprendía por qué le gustaba tanto a su primo jugar: definitivamente, con algunas mujeres era algo digno de probar.




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