jueves, 4 de octubre de 2018

CAPITULO 36




—En serio, tu forma de remar es pésima, ¡estamos totalmente empapados! —se quejó Paula, despegando las mojadas ropas de su cuerpo, cuando llegaron a un viejo embarcadero donde nadie los buscaría—. Y, además, no creo que ésta fuera la dirección que te estaba indicando el hombre que tomaras cuando has pagado para alquilar esta embarcación, ya que lo he oído maldecirte mientras nos alejábamos.


—Perdona, rubita, pero no me he parado a pensar demasiado. Cuando esa multitud furiosa ha empezado a perseguirnos, simplemente he decidido correr hacia un lugar más seguro.


—Multitud que no habría comenzado a seguirnos si no fuera por ti. ¿Y se puede saber por qué has tirado al agua todos los peluches que me ha regalado tu primo?


—Teníamos que deshacernos de algo de peso para ir más rápido —respondió Pedro, con una maliciosa sonrisa al recordar lo placentero que había sido librarse de los presentes con los que Santiago había pretendido agasajar a Paula. 


Qué pena que no fuera igual de fácil deshacerse de su molesto familiar.


—¿En serio? —preguntó con escepticismo Paula, mientras dirigía a Pedro una de sus reprobadoras miradas.


—Bueno, rubita, ahora lo importante es secarnos la ropa y marcharnos de aquí antes de que finalice el severo toque de queda de tu padre y éste decida salir a buscarnos para reclamar mi pellejo —indicó Pedro, adentrándose en el terreno y comenzando a preparar una pequeña fogata.


—¿Y por qué no el de Santiago? —preguntó Paula, alzando impertinentemente una ceja mientras se acercaba al calor de la pequeña llama que apenas era suficiente para hacerla entrar en calor.


—Porque Santiago nunca haría cosas divertidas contigo —bromeó Pedro, para no tardar en musitar en voz baja—, aunque el muy condenado está aprendiendo…


—Entonces, tal vez lo mejor sería volver a la feria y… —propuso Paula, caminando hacia la embarcación.


—No te preocupes, ¡soy un hombre de recursos! —manifestó Pedroperdiéndose un instante entre los arbustos, para sacar de entre ellos su motocicleta.


Tras abrir una enorme caja que llevaba atada a la parte trasera, sacó una manta. Cobijándose bajo ella, extendió sus brazos hacia Paula, tentándola a acudir junto a él. Paula supo que, como siempre, podía alejarse y poner distancia
entre ellos. Que Pedro, a pesar de ser sincero en sus deshonestas intenciones, solamente bromearía para luego dejarla marchar cuando ella tuviera demasiado miedo de dar ese paso hacia él, un paso que haría que su corazón terminara de decidirse.


Paula tenía muy bien aprendido lo que debía hacer, lo que era más adecuado para llevar esa vida decente con la que sus padres siempre la atosigaban. Pero la tentación de los brazos de Pedro y el miedo a olvidarlo, ya que muy pronto sus caminos se separarían, le impidieron alejarse nuevamente. Y, ante el asombro de ese sinvergüenza, Paula corrió hacia él, reclamando no sólo un lugar debajo de la manta, sino también en el corazón de ese hombre, para que nunca la olvidara.


—¿Sabes lo que estás haciendo, rubita? —preguntó seriamente Pedromirando con sus profundos ojos azules a la mujer a la que nunca podría dejar marchar. Y menos a partir de entonces, que sus brazos habían elegido el calor de su cuerpo.


—No, pero no me importa. Lo único que sé es que dentro de unas semanas finalizará el verano, que tú te alejarás de este pueblo dejándome en él, y que por nada del mundo quiero olvidar al único hombre capaz de valorar a la verdadera Paula. Y ya que tal vez nuestros caminos no vuelvan a cruzarse nunca, no quiero preguntarme mañana cómo habría sido estar entre los pecaminosos brazos del único hombre que me conoce de verdad.


Tras estas palabras, Pedro intentó hablar, sacar a Paula de ese error en el que había caído al pensar que su historia duraría apenas un simple verano, pero los cálidos y seductores brazos que lo atrajeron hacia ella, y los labios que buscaron su boca, fueron demasiado tentadores como para comportarse como el chico bueno que nunca había aprendido a ser, y finalmente se olvidó de todo lo que no fuera grabar su nombre en el cuerpo de la mujer que amaba, para que cuando Paula descubriera su engaño, éste ya no importara demasiado.



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