martes, 9 de octubre de 2018
CAPITULO 50
Paula cada vez tenía más claro lo que quería hacer en la vida: definitivamente, no quería ser conocida por ser la mujer de un Alfonso, un Smith, un Madison o cualquier otro apellido. Ella quería ir a la universidad, estudiar Literatura y convertirse en escritora. Los planes que sus padres habían preparado para ella a lo largo de su vida, y de los que nunca se había quejado hasta entonces, se le hacían cada vez más asfixiantes y últimamente le resultaban muy difíciles de seguir como siempre había hecho, con silenciosa obediencia.
Conocer al rebelde de Pedro le había abierto los ojos y dado esa fuerza que necesitaba para hacerse oír ante sus padres y convencerlos de que el molde que le habían preparado no era de su agrado.
A escondidas de ellos, Paula se estaba preparando para presentarse a un examen para una beca con la que poder ir a la universidad. Si sus calificaciones eran lo bastante altas, podría tener cubiertos prácticamente todos los gastos de su carrera y conseguir cumplir el sueño que tanto ansiaba.
«Pero todos los sueños tienen sus trabas», pensó Paula, cuando su madre acudió una vez más a su habitación con una de sus charlas sobre su tema favorito: cómo atrapar a un buen marido.
—A Santiago, como a cualquier hombre, tienes que conquistarlo con tu cocina y… Paula, ¿me estás escuchando? —se interrumpió Melinda, ofendida porque su hija les prestara más atención a los libros que a sus sabias recomendaciones.
—Mamá, en estos momentos estoy estudiando, así que creo que será mejor que dejes tus consejos para más tarde.
—¡Ah, ya lo entiendo! Quieres impresionar a Santiago con tu espléndido intelecto. ¡Estupendo! Pero no olvides que no debes mostrarte mucho más inteligente que él y…
—No, mamá, quiero saber hasta dónde soy capaz de llegar por mí misma — declaró Paula, mostrándole los exámenes a los que pretendía presentarse y las posibilidades que se abrían ante ella de tener un futuro lejos del matrimonio.
—No entiendo lo que pretendes —comentó Melinda enfadada, mientras arrojaba despectivamente los papeles de su futuro hacia un lado—. ¿Quieres estudiar una carrera? ¿Ir a la universidad? ¿Para qué? ¿Para acabar trabajando como secretaria o como maestra, con un salario que no llegará ni a la mitad que el de un hombre, mientras eres explotada trabajando más horas que cualquiera de ellos?
—Mamá, los tiempos están cambiando, las mujeres cada vez tenemos más derechos laborales y muy pronto seremos tratadas como iguales. Yo quiero ser escritora, tal vez escribir en algún periódico o publicar un libro, pero quiero ser algo más que una simple ama de casa.
—¡¿Crees que ser ama de casa es un trabajo simple?! ¡Yo soy la administradora de la economía de nuestra casa, soy un chef particular para ti y tu padre, tengo que limpiar la casa, asegurarme de que se hacen todos los arreglos oportunos en ella, buscar la modista para tus vestidos, comprar la ropa de tu padre, asegurarme de que el coche está en perfecto estado, escuchar todas las preocupaciones tuyas y de él y cerciorarme de que no te equivoques en tu futuro, algo en lo que parezco haber errado, ya que desde que te juntas con ese tal Pedro, decididamente, no eres la misma de siempre!
—Mamá, siempre he sido la misma. Lo que pasa es que ya estoy harta de que intentes forzarme a entrar en un molde en el que no encajo y de que trates de convertirme en una más de las muñequitas que coleccionas y manipulas a tu gusto. Mamá, yo no soy de plástico, y a pesar de lo que creas, tengo mis propias opiniones. Especialmente cuando se trata de mi futuro.
—Paula, no sé lo que te ha hecho ese chico para que te comportes así, pero es una malísima influencia para ti, ¡por lo que te prohíbo que lo vuelvas a ver! —exclamó furiosa Melinda, cerrando airadamente la puerta de la habitación de su hija, mientras, una vez más, ignoraba sus palabras.
—Lo siento, mamá, pero en esta ocasión no pienso hacerte caso, porque sólo Pedro me ha dado el aliento que necesitaba para encontrar mi voz, a pesar de que ésta sea ignorada —suspiró Paula a la puerta que se había cerrado empecinadamente para ella.
Tras la irascible partida de su madre, Paula pensó que tendría que pasar un poco más de tiempo hasta que la convenciera de que le permitiera perseguir su sueño, pero en el instante en que su colérico padre entró en su habitación sólo para hacer trizas delante de ella su solicitud para el examen, Paula se sintió
traicionada por la confianza que había depositado en su madre en alguna ocasión.
Mientras intentaba desesperadamente detener las furiosas manos de su padre antes de que hiciera añicos sus posibilidades de futuro, la contundente bofetada que recibió le dejó muy claro que junto a ellos ese futuro nunca podría existir.
Paula se durmió escondiendo sus lágrimas de todos y envidiando la forma que tenía Pedro de conseguir ser escuchado por otros, mientras que ella, cuando apenas comenzaba a alzar su voz tímidamente, era silenciada con dureza.
Y mientras se preguntaba cómo conseguía él ese milagro, también se preguntó cuántos golpes habría recibido por su insolencia a lo largo de su camino de rebelión ante lo que no le gustaba.
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