martes, 9 de octubre de 2018
CAPITULO 51
Ciertamente, las clases en el instituto cuando Paula no asistía no eran para mí. Aunque fuéramos a aulas distintas, siempre podía verla en los descansos o fastidiarla un poquito cuando pasaba corriendo por mi lado durante su clase de educación física, momento en que me dedicaba a entonar una obscena cancioncilla con la que siempre conseguía que ella se ruborizara, y que el profesor de gimnasia me persiguiera para tirarme de la oreja.
Si Paula no estaba, el día era tremendamente aburrido. Me sonó extraño que sus compañeras me dijeran que sus padres habían llamado al instituto para informar de que estaba enferma por un resfriado, cuando el día anterior la había visto contemplar alegremente unos papeles que le entregó el profesor.
Decidido a saltarme la siguiente clase para colarme en casa de Paula y ver de primera mano qué le ocurría, intenté evitar al señor Jenkins. Para mi desgracia, él estaba totalmente decidido a hacer de mí un hombre de provecho y no me lo permitió. Pero para la suya, la siguiente clase era una charla sobre educación sexual, en la que nos hablaban de las relaciones seguras y los métodos que debíamos seguir para evitar embarazos no deseados y posibles enfermedades.
Con mi experiencia, yo mismo podría dar la clase, pero bajo la atenta mirada del profesor, que no se separaba de mí, no podía hacer nada, por lo que simplemente me comí el plátano que nos habían dado para practicar la colocación de un preservativo, porque tenía hambre, y escuché pacientemente cada una de las palabras de la mujer que nos estaba aleccionando.
Después de media hora hablando sobre la castidad y la necesidad de llegar puros al matrimonio y tonterías similares, al fin pasó a lo interesante. Pero como mi paciencia ya se había acabado y yo quería ver a Paula a toda costa, decidí escandalizarlos a todos para que me echaran de clase, de modo que cuando la mujer cogió un preservativo de muestra para mostrarnos cómo usarlo con el plátano, yo abrí el condón que me habían entregado, mientras comenzaba a desabrocharme los pantalones.
—¡Se puede saber que estás haciendo! —gritó histérica la mujer, y eso que aún no había mostrado mi ropa interior.
—Es que me he comido el plátano, así que he pensado usar el preservativo de un modo más realista… —me excusé, mientras señalaba cómo mis compañeras colocaban la protección a esa fruta dubitativamente y veía a mis compañeros pensándose si hacer lo mismo que yo. Y, como ya tenía previsto, antes de que terminara de desabrocharme los pantalones, el señor Jenkins me miró al tiempo que me gritaba:
—¡Pedro, fuera de clase!
Contento, volví a abrocharme los pantalones y me despedí de mi profesor con una sonrisa, ya que, si él me había echado, nada podía hacer para retenerme y por fin era libre para correr hacia Paula para ayudarla a curarse de su resfriado.
Y lo mejor para eso, sin duda alguna, era sudar mucho debajo de las sábanas…
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