jueves, 11 de octubre de 2018
CAPITULO 58
Como el hijo responsable que era, la respuesta de Santiago ante los problemas de su padre fue buscar un trabajo para después de las clases con el que ayudarlo a cubrir sus gastos. Para un chico que nunca se había manchado las manos, fue algo complicado comenzar a hacerlo. Y más aún si el grano en el culo que lo acompañaba desde ese verano no dejaba de atosigarlo.
—Comprendo por qué estoy trabajando en este cochambroso lugar, ya que aún estoy castigado —comentaba Pedro, moviendo despreocupadamente la llave inglesa, mientras señalaba con ella el viejo taller de Tony—, pero ¿me puedes explicar qué narices haces tú aquí? —terminó, extrañado, observando cómo desentonaba el estirado aspecto de su primo en ese lugar, a pesar de que fuera ataviado con un grasiento mono de mecánico.
—Eso, querido primo, no es de tu incumbencia —respondió Santiago, mientras proseguía con la limpieza del vehículo de Tony, el dueño.
—¡Mi negocio no es cochambroso! ¡Y dame eso antes de que dañes a alguien! —gritó enfadado Tony, arrebatándole la herramienta al más lamentable de todos los aprendices que había tenido, a la vez que le señalaba nuevamente el trapo con el que debía sacar brillo a su vehículo. Si no fuera porque esas manos le salían gratis, ya haría tiempo que habría expulsado de una patada a ese chaval de su taller.
—En serio, no puedo concentrarme en el trabajo si tengo alguna incógnita rondando por mi cabeza. Y tu presencia aquí lo es —declaró Pedro, ignorando a Tony y sus exigencias, sin dejar de presionar a su primo para que le dijera la verdad de lo que estaba ocurriendo—. Tus padres y tú estáis últimamente muy raros. Sobre todo después de que decidieran que os mudarais a un lugar más céntrico. ¡Esa nueva casa es como una lata de sardinas, y esas literas tan estrechas me hacen desear dormir en el suelo! Pero en fin...
—Si no te gusta cómo hace las cosas mi familia, siempre puedes marcharte del pueblo —declaró furiosamente Santiago entre dientes, mordiéndose la lengua para no delatar la lamentable situación de los suyos y para evitar desahogar su rabia con sus puños en la cara de su impertinente primo.
—Sabes que tarde o temprano averiguaré qué haces aquí, y entonces me regodearé en mi victoria. Así que, ¿por qué no te ahorras mis futuras burlas y me cuentas lo que está ocurriendo?
—Creo que correré el riesgo —dijo cínicamente Santiago, mientras proseguía con su labor.
—¡Vamos, chicos! ¡No os pago para que perdáis el tiempo! —gritó Tony desde un grasiento rincón.
—De hecho, a mí no me pagas —recordó Pedro, molesto con las horas perdidas que pasaba en ese lugar, debido al imaginativo castigo de su tío—. ¡Espera un momento! ¿A él le pagas? —preguntó con asombro, señalando la satisfecha sonrisa que asomaba al rostro de su primo.
—Él no me destroza todo lo que toca —señaló Tony, haciendo referencia a algún que otro coche que había tenido que reparar después de que pasara por las manos de Pedro para un simple cambio de aceite.
—¡Sólo se me dan bien las motos, no tengo ni idea de coches! Además, estas manitas no están hechas para estas duras tareas —bromeó Pedro, para luego añadir, mientras señalaba las de su primo—: Y creía que ésas tampoco.
—No, pero aprenden rápido —repuso Santiago, mirando con determinación sus manos manchadas de grasa.
—Y dime, primo, ¿qué es lo que te ha hecho cambiar de opinión y provocar que ahora estés tan dispuesto a manchar tu impoluta presencia? —inquirió sarcásticamente Pedro, intentando burlarse de él.
—¿Tú qué crees…? Paula —contestó Santiago, a pesar de que esa afirmación quedaba muy lejos de ser cierta. Lo había dicho sólo para fastidiar a su primo, aprovechando el único punto débil que siempre tendría.
Las furiosas advertencias que Pedro pretendía hacerle a Santiago quedaron calladas por las órdenes de Tony, que les exigía volver al trabajo, así que Pedro simplemente gruñó su descontento, mientras volvía a su deber, aunque, eso sí, más decidido que nunca a saber lo que estaba ocurriendo, sobre todo si Paula estaba implicada en ello de alguna manera.
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