viernes, 12 de octubre de 2018
CAPITULO 61
—Me alegro mucho de que accedieran a mantener este encuentro unas horas antes de lo acordado y que no les importe que sea yo quien les muestre la casa en lugar de mi querido mentor, Gael Bramson —declaró amablemente el joven vendedor, mientras enseñaba la casa a una anciana pareja que tal vez habrían sido los mejores para ocupar aquella bonita propiedad si no fuera por el pequeño detalle de que, por más que todos se empeñaran en ello, no estaba en venta.
—No te preocupes, jovencito, no nos ha importado madrugar un poco. Después de todo, tras nuestra jubilación tenemos poco que hacer, por eso hemos decidido que queremos pasar el resto de nuestros días en una casita junto a un bonito lago. Sin duda, ésta es la más apropiada —respondió con decisión el anciano, abrazando afectuosamente a su mujer.
—Les pido disculpas por lo deteriorada que se encuentra, pero es que hemos tenido algunos problemas y… —comenzó a relatar el joven vendedor, para luego callarse de golpe, sin mencionar qué problemas había.
—No te preocupes, muchacho —lo alentó amablemente la anciana mujer, cogiendo las manos del chico entre las suyas para darle ánimos —. Mi marido es un as con las reformas. Sin duda, con un poco de tiempo, devolverá esta casa a su antiguo esplendor. Y tiempo es precisamente lo que ahora en nuestra vejez tenemos de sobra.
—Como pueden observar, las paredes están recién pintadas —señaló el vendedor, guiando a sus clientes hacia el interior—. Y esto no se debe a que queramos ocultar algún mensaje amenazante, ni mucho menos… —aclaró el joven, justo antes de morderse la lengua.
—Nos estás escondiendo algo, ¿cierto? —inquirió la mujer, mirando suspicaz al joven que los atendía.
—No… sí… bueno, verán... —comenzó a balbucear nerviosamente el chico, cediendo finalmente ante esos exigentes y reprobadores ojos que le reclamaban la verdad de lo que estaba ocurriendo en esa casa. Así que, tras coger aire, comenzó a relatar todo lo que había ocurrido—. Primero hubo un problema con unos vándalos borrachos, que destrozaron las ventanas. Luego, una banda de moteros se apropió de este lugar, lo reclamó como sede para sus actividades ilícitas y realizaron pintadas bastante amenazantes u obscenas, según el caso, pero como pueden comprobar, hemos conseguidos echarlos a todos y…
—¡Vaya por Dios! ¡Cuántas cosas nos ha ocultado el señor Bramson al ofrecernos este lugar! —declaró la alarmada anciana, mientras se acurrucaba en los brazos de su marido.
—¿Hay algo más que debamos saber, muchacho? Como, por ejemplo, ¿quién es ese hombre de ahí? —quiso saber el anciano, señalando a un desaliñado individuo que llevaba el rostro cubierto por una máscara de hockey y un hacha en la mano.
—¡Oh! ¡Es inofensivo, no se preocupen por él! —repuso el vendedor, quitándole importancia a aquella inquietante presencia, que, ante el asombro de los clientes, arremetió con su hacha contra una de las puertas—. Solamente es el perturbado que vivía aquí antes, que todavía no se ha hecho a la idea de que éste ya no es su hogar. Viene de vez en cuando y rompe una puerta o una ventana, pero vamos, es totalmente inofensivo. Siempre que no lo miren a los ojos ni lo hagan enfadar ni… ¡Mierda! ¡Lo he mirado a los ojos! ¡Corran! —gritó alarmado el joven comercial, mientras comenzaba a alejar a sus clientes del airado loco que los perseguía.
Cuando la anciana pareja se encontraba ya en su coche, muy lejos de la casa que tan prometedora les había parecido en un principio, el joven vendedor se desarregló los estirados cabellos y se aflojó la corbata, se quitó la chaqueta y, echándosela por encima de un hombro, volvió silbando hacia el camino que lo llevaba a la deshabitada casa y al desquiciado que había en ella, que lo esperaba moviendo perturbadoramente su arma en el aire.
—Para ser un niño bueno, te gusta demasiado representar el papel de chico malo.
—Tú eres quien me ha dado este maldito disfraz. Ahora no te quejes — replicó Santiago, quitándose la máscara.
—Anda, vuelve a ponerte la máscara, estás más guapo con ella —bromeó Pedro, mientras le pasaba a su primo una de las cervezas que escondían debajo de las tablas sueltas del porche para celebrar victorias como aquélla, con las que pretendían alejar a todos de ese lugar.
—¿Tenías que decirles a esos ancianos que era un perturbado? Pensé que les iba a dar un infarto cuando corrían para alejarse de aquí.
—Si te parece, la próxima vez te presento a los compradores y los asustas con tus encantos —ironizó Pedro, alzando una ceja.
—Sé que tengo que alejarlos de aquí para conseguir lo que quiero —declaró Santiago, masajeándose nerviosamente el cuello—, pero ¿por qué tengo que hacer yo el papel de loco y tú el de buen chico, si no te pareces en nada a uno?
—Porque lo sé disimular muy bien, ¿verdad, primo? —repuso jocosamente Pedro, mientras le guiñaba un ojo.
—Sí, condenadamente bien —confirmó Santiago, rindiéndose ante su primo al recordar cómo había representado a la perfección ese rol.
Harto de las quejas de Santiago mientras intentaba deleitarse con su cerveza, Pedro suspiró y comenzó a recitar punto por punto por qué razón él no podría nunca interpretar su papel, mientras contaba con los dedos:
—Santiago, tú no puedes ser el vendedor en esta historia porque, primero, no mientes tan bien como yo; segundo, no tienes tanta soltura con las palabras; tercero, de ningún modo eres convincente… y, además de todo esto, está el pequeño problema de que todo el mundo te conoce en este pueblo. Así que, lo siento, primo, pero deberás seguir siendo el perturbado y yo el pésimo vendedor. Dicho esto, cuéntame: ¿quién es el siguiente comprador al que debemos espantar? —lo apremió Pedro, en tanto Santiago revisaba la agenda del señor Bramson, algo que su primo habría conseguido indudablemente haciendo uso de métodos nada honrados, ya que, según los rumores, el agente inmobiliario nunca se separaba de su preciada pertenencia.
—El próximo es… —musitó Santiago en voz alta, mientras su primo imitaba burlonamente los redobles de un tambor, hasta que fueron interrumpidos por unas firmes manos que le arrebataron la agenda a Santiago, poniendo fin a sus peligrosos juegos.
—¡Nadie! —exclamó Kevin severamente, cerrando de golpe la agenda de la que se había apoderado y reprendiendo con una dura mirada a los jóvenes que tenía ante él—. ¿Sabéis que por poco no les da un infarto a esos ancianos en la carretera? Gracias a Dios que se han topado conmigo de camino al pueblo y he podido calmarlos asegurándoles que habían sido víctimas de una estúpida broma de unos aún más estúpidos adolescentes. Si no llego a aparecer en ese momento, estaban más que decididos a llamar a la policía. ¿Tenéis siquiera una idea de lo que estáis haciendo? —preguntó secamente Kevin, ante lo que los dos jóvenes, tras mirarse el uno al otro, por una vez contestaron con sinceridad a una pregunta.
—No.
Tras un gran suspiro de resignación, Kevin comenzó a intentar meter un poco de sensatez en esas locas cabezas, que, en ocasiones, en tantos problemas podían llegar a meterse.
—Ésta no es la forma de solucionar los problemas. Sé que tú sólo quieres ayudar, Pedro, pero tus ideas únicamente consiguen empeorarlo todo. Por otra parte, Santiago, comprendo que no quieras desprenderte de esta casa, pero por desgracia ya no nos pertenece. Y ahora, vayámonos de este lugar antes de que venga la policía y nos detenga a todos —sugirió Kevin, señalando el camino. Y, mientras se dirigía hacia su coche, no pudo evitar tirar aquella fastidiosa agenda que llevaba en las manos al fondo del lago, donde sus datos se perderían para siempre.
Las interrogantes miradas de los rebeldes jóvenes siguieron cada uno de sus movimientos, mostrando una irónica sonrisa ante sus acciones.
—¡Qué! No pienso actuar como vosotros, pero tampoco voy a contribuir a la venta de esta casa... —manifestó Kevin, mientras guiaba a sus díscolos chicos de vuelta a su hogar, un hogar tal vez más pequeño, no tan hermoso como el anterior y carente del encanto que siempre tendría la casa del lago, pero un hogar al fin y al cabo, ya que éste no lo constituyen unas simples paredes y un techo, sino que es el lugar donde se reúnen todos los seres queridos que forman una familia.
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