viernes, 12 de octubre de 2018

CAPITULO 62




Cada día que pasaba veía menos al sinvergüenza que había robado mi corazón, y no podía evitar echarlo de menos, tanto a él como sus alocadas bromas que siempre me sacaban una sonrisa.


Sin saber la razón, las clases particulares que él me daba en compañía de su primo habían disminuido en número, seguramente porque ambos estaban demasiado ocupados con sus trabajos y sus estudios, aunque deduje que habría algo más cuando comencé a oír los rumores que rodeaban la casa del lago: historias de fantasmas, de perturbados, de gamberros y de peligrosos motoristas en aquel lugar pacífico y apacible, donde la única posibilidad de diversión hasta entonces había sido contemplar las cristalinas aguas. Solamente podían ser descabelladas invenciones de ese chico que siempre me volvía loca.


Harta de suspirar por un hombre que parecía hallarse demasiado ocupado para verme, no tardé en acceder a salir con mi amiga Penélope. Para mi desgracia, ella siempre iba acompañada de su novio Mauricio un joven que, aunque tuviera una apariencia aceptable para algunos adultos como mi padre, a mí me desagradaba. Sobre todo, cuando trataba a mi amiga como un accesorio en vez de como a su novia.


—¡Vamos, Penélope, no te quedes atrás! —le gritó airadamente Mauricio, mientras aceleraba el paso.


Yo, pese a mi habitualmente tranquilo temperamento, deseé pegarle un puñetazo a ese idiota. Y más aún cuando oí cómo la despreciaba una y otra vez, sin preocuparse de dirigirle una sola mirada. Supongo que él pensaría que para qué iba a hacerlo: Mauricio ya sabía que Penélope siempre lo seguiría allá donde fuera, a causa de su estúpido enamoramiento.


—No me puedo creer que seas tan lenta, ¿es que nunca puedes hacer nada bien, ni siquiera seguir mi paso?


—Vas demasiado rápido para mí o para Penélope, Mauricio. Y te aviso desde ya que no pienso correr, así que, si quieres llegar el primero, adelante, nosotras te seguiremos, pero a mi paso. Si es que decidimos seguirte… —intervine, sin importarme en absoluto meterme en su conversación.


Y, cogiendo el brazo de mi amiga, me propuse ir más lenta que un caracol solamente para molestar a ese desagradable individuo que me sacaba de quicio y al que cada vez tenía más ganas de patearle el culo.


Penélope me sonrió, acostumbrada ya a mi rebelde comportamiento, que cada vez estaba menos dispuesta a reprimir, y finalmente Mauricio redujo su precipitado paso, poniéndose a nuestro lado. Aunque, como el energúmeno que era, no pudo evitar expresar en voz alta cada una de sus quejas, algo que yo ignoré para mantener una alegre conversación con mi amiga.


Los tres fuimos al cine y a patinar, un plan que habría sido tremendamente divertido para Penélope y para mí de no ser por un pequeño inconveniente, o mejor dicho, un gran inconveniente llamado Mauricio. Cuando se acercaba la hora del toque de queda impuesto por mi padre, Mauricio reclamó un poco más
de nuestro tiempo. Yo, sin dudarlo, lo habría ignorado por completo, pero no quería dejar a mi amiga a solas con ese idiota, así que me dejé guiar por ellos. 


Mauricio nos condujo hacia un local que, según él, ninguna de nosotras debíamos conocer, mientras no podía evitar presumir de ello arrogantemente. Y en el momento en que sujetaba la puerta, mostrando el primer gesto caballeroso de la noche, le comenté con intención de bajarle los humos:
—Siento desilusionarte, pero yo ya he estado en el bar de Zoe en más de una ocasión.


Mis palabras llamaron su atención y, cuando pasé a su lado, Mauricio susurró atrevidamente a mí oído sin que mi amiga se percatara de ello:
—Entonces no eres una chica tan buena como todos piensan, ¿verdad?


Me estremecí llena de repulsión ante el acercamiento de ese sujeto. Y más todavía cuando recorrió mi cuerpo de arriba abajo con una mirada libidinosa, como si me deseara. En ese preciso instante deseé que el chico que tanto echaba de menos se encontrara a mi lado para alejar a Mauricio de mí. Y, casualmente,
cuando eché un vistazo hacia el fondo del local, vi que allí estaba mi salvador, el hombre al que tanto había deseado ver durante todo ese tiempo. Pero había un pequeño problema: que Pedro no me esperaba de la manera que yo pensaba que haría, ya que, mientras yo me había pasado días lamentándome por no verlo, su primo y él se encontraban disfrutando alegremente de abundante compañía femenina.


Decidida a hacer notar mi presencia a esos dos, me dirigí hacia la barra donde ellos se encontraban e, ignorando a mis acompañantes, a los que había dejado atrás, pedí una cerveza bien fría. Zoe, alzando una ceja burlonamente, me ignoró y puso ante mí un refresco.


—¡Rubita! ¿Es que ya ni siquiera saludas a tu novio? —preguntó Pedroatrevido, intentando desprenderse de las mujeres que lo atosigaban.


—¿Qué novio? —repuse, volviéndome hacia él, mientras daba un gran trago a mi refresco.


—¿Con quién has venido? —quiso saber Pedro, preocupado, recibiendo cada una de mis pullas con una ladina sonrisa.


—Con quien a ti no te importa.


—¡Vaya! ¿Y qué has venido a hacer aquí?


—Vengo por la cerveza, por supuesto —dije, alzando mi bebida, mirando molesta a Zoe y retando a Pedro con la mirada para que dijera algo sobre mi presencia en ese local.


—¿Y a qué más? —insistió él, acercándose peligrosamente a mí, mientras ignoraba a todas las chicas que lo rodeaban.


—A… —comencé a susurrar a su oído cuando se hallaba más cerca de lo aconsejable— ¿a ti qué te importa?


Riéndose de mi desafiante contestación, Pedro comenzó a alejarse de mí. En ese momento no dudé en provocarlo y dije:
—Al igual que tú, he venido aquí a divertirme. Aunque ya veo que tú has encontrado más diversión de la que puedes abarcar... —manifesté, señalando a las chicas que él había dejado atrás y que sin duda lo seguían esperando—. Veamos si yo puedo hacer lo mismo —finalicé, mientras le colocaba atrevidamente la helada botella de mi refresco en una parte que yo sabía que se alzaba con demasiada facilidad frente a los encantos femeninos.


—No, no puedes —dijo Pedro seriamente, a la vez que me arrebataba la botella y cogía una de mis manos para intentar retenerme a su lado.


—¿Qué te apuestas? —lo reté, zafándome de su agarre para dirigirme hacia la pista de baile. 


Por desgracia, mientras lo provocaba olvidé cuánto le gustaba a Pedro apostar, así como su disposición a adentrarse en cualquier juego para conseguir la victoria.



No hay comentarios:

Publicar un comentario