martes, 16 de octubre de 2018

CAPITULO 73




Tomas Chaves estaba harto de esa estúpida guerra contra un simple bar, motivada solamente porque algunos de los muchachos se habían descontrolado un poco. Tal vez si su hija hubiera estado implicada de alguna manera en todo ese asunto no sería tan indulgente con la lucha de esos muchachos, pero él ya tenía bastante con su trabajo, con los gritos de su mujer, con el nefasto individuo que osaba perseguir a su hija y con la rebelión de ésta, como para encima no poder disfrutar a gusto de una cerveza.


Así que, ignorando las fisgonas y entrometidas miradas de los cotillas del pueblo, Tomas traspasó las puertas del bar, muy dispuesto a tomarse su merecido descanso de todos los problemas que lo acosarían en cuanto llegara a casa. No le extrañó demasiado encontrarse a su amigo Kevin sentado a la barra del bar, tomándose despreocupadamente una cerveza, aunque sí se asombró al ver al hijo de éste arreglando unas destartaladas mesas.


—Hola, Kevin, veo que tu hijo ha madurado… ¿A qué se debe semejante milagro? —preguntó Tomas con una sonrisa, mientras se sentaba junto a su amigo para disfrutar de una bebida que no tardó en pedir con un simple gesto de la mano.


—A mi sobrino Pedro. Creo que él es quien lo ha animado a ensuciarse las manos.


—Ya me has amargado la cerveza... —declaró Tomas, sin llegar a disfrutar de su bebida cuando salió a la conversación ese chico que tan locamente perseguía a su hija.


—No es tan malo como crees, Tomas. Es un poco alocado, pero creo que sin él y sus retos Santiago se habría derrumbado cuando recibió la noticia de que su brillante futuro ya no era posible.


—¿Cómo? ¿Y por qué no es posible? Con un poco de ayuda por tu parte, seguro que llegará a convertirse en lo que quiera y…


—Tomas, a partir de ahora va a ser Santiago quien tendrá que ayudarme a mí: perdí mi trabajo y desde este verano no he parado de buscar algo para…


—¿Qué? —exclamó Tomas sorprendido—. Pero ¿por qué demonios no me lo dijiste? ¿Para qué estamos los amigos sino para ayudarnos?


—Me sentía demasiado avergonzado…


—Algo bastante estúpido por tu parte, Kevin. Nos conocemos desde el instituto y no hemos dejado de estar en contacto todos estos años. ¡Si hasta teníamos la esperanza de que algún día nuestros hijos se casaran y fuésemos incluso familia!


—Cosa que ya sabrás que no ocurrirá, ¿verdad? —preguntó Kevin, alzando burlonamente su cerveza.


—¡No me lo recuerdes! ¿Por qué no pudo mi hija enamorarse de alguien como Santiago? Y sin embargo tuvo que ir a fijarse en ese tarambana de Pedro… Ese chico no es el más adecuado para mi hija y…


—En serio, Tomas, Pedro no es un mal chico. ¿Sabes que es incluso más inteligente que algunos de sus profesores?


—¿Ah, sí? Entonces, ¿por qué no ha terminado el instituto todavía?


—Según su padre, porque no le da la gana. Según Pedro, porque no quiere darle esa satisfacción a su padre. En cualquier caso, por más que te empeñes en no verlo, y a pesar de sus locuras, Pedro es una buena persona.


—¿Estáis hablando de Pedro Alfonso? —preguntó Mario, uniéndose a la conversación—. ¡A ese muchacho hay que hacerle un monumento! Le dio a Zoe el dinero que el seguro se negaba a pagarnos, y fue el primero que se atrevió a entrar en nuestro bar después de que todos nos censuraran.


—¡Vaya! Y yo que creía que éramos los más valientes por atrevernos a estar aquí y ahora, resulta que mi sobrino tiene más agallas que nosotros.


—Seguro que para él no resultó ningún problema, ya que está acostumbrado a estar en medio de las situaciones más escandalosas —gruñó Tomas, sin querer dar su brazo a torcer en lo que se refería a su opinión sobre Pedro—. Además, ¿de dónde demonios pudo sacar tanto dinero?


—Creo que de las apuestas. Para él tan sólo son un juego, ya que nunca pierde. O eso al menos es lo que he oído —le contestó despreocupadamente Kevin a su amigo.


—¡Ahí lo tienes! Algo ilegal en lo que ningún hombre decente debería incurrir y…


Sus palabras fueron acalladas cuando Mario sacó una vieja pizarra que ahora volvía a ser utilizada, recordándole a Tomas alguna de sus locuras de juventud.


—¿Decías? —preguntaron burlonamente tanto Mario como Kevin, acabando de lleno con sus protestas.


—Pero ¡lo nuestro eran inocentes juegos que…! Oye, ahí hay apuntadas nuevas apuestas… ¡y está el nombre de mi hija! ¡Y el de ese sujeto y… y el de Santiago! ¡No me jodas! ¿Quién es el que se ha atrevido a poner a mi niña en esta pizarra? —preguntó Tomas con tono amenazante, fulminando a cada uno de sus amigos con su fría mirada.


—Ahora es la pizarra de Zoe —confesó Mario, haciendo que todas las miradas se volvieran hacia ella.


—¡Eh! Que el primero que hizo una apuesta en esa pizarra fue Pedro — declaró Zoe, alzando las manos en gesto de rendición.


—¿En serio queréis que le dé una oportunidad a ese tipejo? —preguntó cínicamente Tomas.


—Bueno, las apuestas son un poco imaginativas, pero… —comenzó Mario, defendiendo de nuevo a ese muchacho.


—No son tan malas como parecen —finalizó Kevin por él, intentando suavizar el enfado de su amigo.


Tras un suspiro de frustración, Tomas volvió a darle un trago a su cerveza para calmarse antes de decir:
—De acuerdo, lo habéis conseguido, le concederé una oportunidad. Pero ¡eso sí, tendrá que demostrarme de lo que está hecho, antes de que me decida a aprobar su relación con mi hija! —concluyó Tomas, luciendo una maliciosa sonrisa en su rostro que contradecía sus palabras, o por lo menos garantizaba que para Pedro no sería algo tan fácil de demostrar como aseguraba.




No hay comentarios:

Publicar un comentario