viernes, 28 de septiembre de 2018

CAPITULO 15




Paula creyó que se había establecido una tregua entre ese rebelde de Pedro Alfonso, que siempre la molestaba, y ella. Desde que se tomó su revancha no había vuelto a verlo vistiendo su escandalosa chaqueta de cuero, e iba diciendo ante todos que la había perdido y que se había visto obligado a sustituir su indecorosa indumentaria por uno de los finos jerséis de punto con botones que solía llevar Santiago. 


Pero al contrario que a su primo, a Pedro no le quedaba nada bien ese tipo de ropa, especialmente cuando la conjuntaba con sus desgastados vaqueros o la vestía mientras realizaba tareas tan sucias como arreglar su motocicleta.


A pesar de llevar un bonito jersey celeste colgado al cuello tan aristocráticamente como su primo, en Pedro destacaba de una forma particular. Y más aún cuando, cada vez que él creía que nadie lo miraba, limpiaba sus sucias herramientas sobre él, seguramente para deshacerse lo más deprisa posible de esa prenda, que, por lo que parecía, detestaba tanto como Paula algunos de sus vestidos.


Decidida a que el resto de su estancia en ese lugar fuera tranquila, Paula se acercó prudentemente a Pedro para comprobar si esa tregua a la que ella pensaba que habían llegado estaba en pie o si sólo eran las vacías esperanzas de una chica que no sabía cómo proceder ante los provocativos juegos que Pedro le proponía.


—¿Qué haces? —preguntó Paula, intentando iniciar una conversación con ese hombre, que no los llevara a una disputa.


—Estoy arreglando la burra —dijo Pedro, mientras se limpiaba las manos en el jersey a la vez que sacaba un cigarrillo del paquete de tabaco para colocarlo atrevidamente en su boca.


—¡Eres un grosero! Sólo te he preguntado qué estabas haciendo, no es para que me hables así —exclamó Paula, molesta por su impertinencia, arrebatándole el cigarrillo, que partió en dos y tiró al suelo.


—Y yo te he contestado, rubita: ésta es mi burra —explicó Pedro, señalando su motocicleta, emitiendo un gran suspiro, resignado a no ser comprendido nunca por esa mujer.


—Ah, lo siento —se disculpó Paula, avergonzada, mirando el cigarrillo roto que estaba junto a sus pies—. Bueno, de todas formas, el tabaco puede dañar tu salud y ninguna chica te querrá besar si sabes igual que un cenicero.


—Así que esperas que te vuelva a besar, ¿eh? —replicó burlón Pedro, sin poder evitar recordarle a Paula el beso que le había arrebatado.


—No, para nada. Yo quiero un beso que sepa muy dulce y, definitivamente, tú no eres el chico adecuado para dármelo.


—Tal vez no, pero te podría enseñar otro tipo de beso que puede atraerte tanto que te harías adicta a mí sin ninguna duda —declaró Pedro, mientras repentinamente la colocaba sobre su motocicleta para acorralarla entre sus brazos, que la tentaban a ser tan rebelde como él.


—Prefiero dejar ese tipo de besos para mi futuro marido —repuso Paula, dispuesta a espantarlo.


—No te preocupes: cuando termine de pervertirte haré una mujer decente de ti —murmuró Pedro, acercándose más a Paula, mientras se reía de sus intentos de alejarlo.


—Evidentemente, tú nunca serás un hombre adecuado para el matrimonio — opinó Paula alejándose de él, tapando con una de sus manos los labios que tan peligrosamente se acercaban a ella.


—¡Oh! Por un momento olvidé que vas detrás de mi primo, un hombre que, por supuesto, te brinda toda su atención... —se burló Pedro, mientras señalaba a Santiago, que paseaba por la otra orilla del lago, embelesado con la conversación de Barbara.


—No te preocupes por mí. Este año pienso lograr que Santiago se fije en mí, y cuando vea lo perfecta que soy en todos los aspectos, como la cocina, la costura, la…


—¡Bah! ¡Qué aburrido! —dijo Pedro, interrumpiendo el monótono discurso de Paula, aprendido de su madre—. Si de verdad quieres llamar la atención del bobo de mi primo, harías mucho mejor mostrándole a la verdadera Paula, esa que es capaz de dejarme en ridículo y contrarrestar cada una de mis jugarretas. ¿Tienes idea de con cuántos tipos estuve a punto de pelearme gracias a tu magnífica labor de costura?


—Esa maliciosa mujer sólo sale a relucir junto a un sinvergüenza como tú y, definitivamente, ésa es una parte de mí que Santiago nunca conocerá.


—Pues es una auténtica lástima, porque esa rebelde señorita sería imposible de olvidar para cualquier hombre.


—Aprovechando que sacas el tema, he venido precisamente a hablarte de eso: no pienso contestar a ninguna más de tus provocaciones, porque ése no es un comportamiento digno de una dama.


—Y, claro, no encaja demasiado bien en el papel que pretendes aparentar, ¿verdad? —afirmó Pedro, molesto con la falsa Paula que se presentaba ante él—. No te preocupes, no volveré a provocarte. De hecho, estoy decidido a apartarme de tu camino y observar cómo ejecutas tu elaborado plan para que mi primo caiga en tus redes. Creo que me divertiré mucho con ello.


—¿Acaso dudas de que conseguiré que Santiago se fije en mí? —inquirió Paula, retadora.


—No, puede ser. Pero no estoy seguro de si se fijará en ti de la manera que tú esperas, rubita —declaro ladinamente Pedro, mientras se acercaba a ella para arrebatarle un nuevo beso, un avance que Paula esquivó echándose hacia atrás… para terminar cayéndose ruidosamente de la moto, acabando en el suelo junto a toda la grasa, la suciedad y las herramientas de Pedro.


Por supuesto Pedro no pudo evitar reírse y, en lugar de ayudarla a levantarse como todo un caballero, simplemente se echó a un lado mientras dejaba que su asombrado primo corriera hacia ella para llevar a cabo esa acción.


—Sí, Paula: verdaderamente eres única llamando la atención —dijo Pedro entre carcajadas, adentrándose en la casa de su tía para tomar una cerveza con la que poder seguir disfrutando del espectáculo.



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