viernes, 28 de septiembre de 2018

CAPITULO 16




Como todos los veranos que había acudido a la casa del lago de los Alfonso, fui ignorada una vez más por Santiago, que se dedicó a prestar toda su atención a la maravillosa Barbara, una chica que no perdía la menor oportunidad de mostrarles a todos cada una de sus espléndidas cualidades.


Si al menos alguien se hubiera dignado volverse hacia mí, alguien que no fuera el desvergonzado de Pedro Alfonso, claro, tal vez habría descubierto todas las virtudes que yo tenía. 


Pero, al parecer, la única persona que se daba cuenta de que yo existía era justamente aquella a la que yo estaba absolutamente decidida a ignorar.


Cada vez que Santiago emprendía su paseo junto al lago, Barbara se apresuraba a acompañarlo. Y, por supuesto, antes de que yo pudiera siquiera alzar la voz para decir nada, mi madre me empujaba a esa reunión en la que yo intentaba encajar desesperadamente.


Era frustrante. Siempre que pretendía seguirles el paso, mientras iniciaba una inteligente y amena charla, algo realmente imposible con los asfixiantes vestidos que mi madre me obligaba a llevar, el resultado de esas románticas  excursiones era el mismo: acababa siendo dejada de lado, mientras intentaba alcanzar a un hombre que ni siquiera se percataba de que yo estuviera allí.


Una vez más me sentía fuera de lugar viéndolos alejarse de mí, absortos en su conversación, mientras yo tenía que detenerme para recuperar el aliento y contemplar desde lejos cómo todos se olvidaban de mí. «O casi todos», pensé, cuando oí detrás el característico rugido de una motocicleta.


Al volverme, vi a Pedro, que, montado en ella, seguía mi paso lentamente, sin dejar de observarme ni un momento con aquella maliciosa sonrisa llena de satisfacción con la que se burlaba de mí por haber fracasado una vez más en mi intento de llamar la atención de Santiago, tal como él había predicho.


—¿Te ayudo, rubita?


—No, gracias. Estoy perfectamente. Sólo tengo que…. recuperar un poco…. el aliento y ya… está —dije jadeando, mientras intentaba respirar.


—¡No me digas que estás usando otra vez uno de esos infernales vestidos! —exclamó Pedro, alzando una de sus cejas reprobadoramente, sin dejar de recorrerme de arriba abajo con la mirada, como si quisiera desnudarme—. En serio, rubita, con lo guapa que estarías sin nada, ¿por qué te empeñas en llevar esas tortuosas prendas?


—Para estar guapa hay que sufrir —cité, repitiendo la frase que mi madre me recitaba cada vez que yo le hacía la misma pregunta.


—Tú ya eres guapa, rubita, lo único que te ocurre es que te ha dado por perseguir a un idiota que todavía no se ha dado cuenta de ello… ¿Por qué no me persigues mejor a mí?


—No, gracias. Prefiero seguir con mi idiota —respondí, reiniciando la marcha detrás del que consideraba el hombre adecuado.


Mientras caminaba lentamente hacia Santiago y Barbara, no dejé de oír la molesta motocicleta que me seguía con lentitud y que, cada vez que me paraba para respirar, rugía detrás de mí para llamar mi atención. Cuando esto sucedía, yo me volvía hacia Pedro dirigiéndole una de mis furiosas miradas. Pero ese idiota siempre respondía a mi mal humor con una de aquellas ladinas sonrisas que tanto me distraían.


—Si quieres te puedo ayudar a llegar junto a él —propuso tentadoramente, señalando la parte trasera de su asiento.


—No, gracias. Prefiero caminar —respondí, declinando su ofrecimiento, a pesar de que Santiago se hallara cada vez más lejos de mí.


—También podría ayudarte a conseguir a mi primo. Después de todo, somos familia y conozco sus gustos y preferencias respecto a las mujeres.


Estas palabras me hicieron volverme rápidamente y dedicarle toda mi atención a ese insufrible sujeto que siempre me molestaba.


—Claro que mi ayuda tendría un precio... —añadió Pedro con una sonrisa lobuna.


Tras eliminar todas mis esperanzas, seguí caminando mientras lo ignoraba, ya que sin duda ese atrevido no pediría nada decente de mí.


—¡Venga ya! ¿Ni siquiera vas a preguntarme cuál es el precio? —se quejó Pedro, molesto porque sus tretas para llamar mi atención no hubieran funcionado.


—Está bien, dime —le concedí, volviéndome hacia él cruzando los brazos y mirándolo con recelo, para a continuación comunicarle—: Pero no pienso hacer nada indecoroso contigo.


—¿Sabes que le quitas toda la gracia al juego, rubita? —preguntó Pedrosuspirando con frustración por cómo había acabado rápidamente con sus maliciosas ideas.


Ante su respuesta, decidí seguir andando hasta que volvió a cruzarse en mi camino. En esta ocasión, incluso tuvo el descaro de bloquearme el paso con su presencia, para que no pudiera continuar ignorándolo.


—¡Está bien! No será nada atrevido ni indecente. Y sólo tendrás que pagar mi precio si finalmente consigues encandilar a mi primo. ¿Te parece bien?


—Aunque me sintiera tentada de aceptar una propuesta del mismísimo diablo para conseguir lo que quiero, dudo mucho que tu ayuda pueda servirme para llamar la atención de Santiago, ya que él y tú sois del todo distintos.


—Sí, lo sé. Y créeme, me enorgullezco enormemente de ello —declaró Pedrodirigiéndole una burlona mirada a su primo y a su perfecta compañera.


—Deberías seguir su digno ejemplo —afirmé, mientras lo esquivaba para seguir mi camino.


—¡Uf! No, gracias —contestó Pedro con sorna, dejándome marchar. Pero como solamente él sabía hacer, no dudó en fastidiarme un poco más en cuanto le di la espalda—. No seré igual de espléndido que mi primo, pero olvidas que sigo siendo un hombre y sé lo que puede hacer que otro vuelva sus ojos hacia ti.


—Sí, claro —repliqué irónicamente, volviéndome hacia él mientras pensaba que si todos los buenos consejos de mi amorosa madre y sus entrometidas amigas nunca me habían valido para que Santiago se fijara en mí, mucho menos
lo harían las alocadas ideas de un rebelde engominado—. Demuéstramelo. Haz que Santiago se fije en mí ahora mismo y tal vez me piense tu proposición —dije atrevida, decidida a deshacerme de él—. No puedes, ¿verdad? Lo que yo pensa… —Pero antes de que terminara de regocijarme en mi victoria, Pedro me cogió de la mano y me subió en la parte de atrás de su motocicleta, me puso su casco y arrancó.


—¡Agárrate, rubita! —exclamó, justo antes de colocar mis brazos alrededor de su cintura. Y yo, que nunca había subido a uno esos inestables vehículos, no pude evitar agarrarme a él con todas mis fuerzas.


No íbamos a demasiada velocidad, pero lo cierto es que me encantó la sensación de correr libre, en lugar de caminar pacíficamente junto al lago. Desde nuestra aventajada posición, tardamos apenas unos segundos en sobrepasar a la pareja que caminaba delante de nosotros, e incluso Pedro se permitió el descaro de hacer sonar el claxon para que se apartaran de nuestro camino.


—¿Los esperamos, rubita? —me preguntó Pedro cuando la sorprendida pareja se detuvo y Santiago comenzó a reprenderme para que me bajara de ese trasto, ignorando por primera vez a la perfecta chica que tenía a su lado.


Después de pensarlo detenidamente, llegué a la conclusión de que no estaría mal que por una vez fuese Santiago quien tuviera que correr detrás de mí, como yo había hecho con él durante todo el verano, así que, ocultando en la espalda de Pedro la maliciosa sonrisa que sólo él conocía, di mi respuesta:
—¡No! —exclamé, tras lo que me volví para ver como Santiago, al igual que siempre me ocurría a mí, se quedaba sin aliento al intentar alcanzarnos.


Pedro se rio a carcajadas ante mi contestación y aumentó la velocidad a la que me alejaba de su primo, mientras yo me dejaba guiar por ese loco al que, al parecer, a una parte de mí no le importaría seguir.



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