sábado, 29 de septiembre de 2018

CAPITULO 18




A partir de ese día Santiago comenzó a prestar más atención a la presencia de Paula y a ignorar cada vez más a Barbara. Sobre todo, cuando su primo se acercaba a ella más de lo aconsejable.


Con el transcurso de los días Paula recuperó su comportamiento habitual y su acostumbrada timidez, por lo que Santiago llegó a la conclusión de que la extraña reacción de su amiga había sido un pronto del momento, ya que Pedro era capaz de sacar de quicio a cualquiera que se cruzara en su camino.


Sus aburridas y monótonas tardes se repartían entre paseos por el lago, reuniones de té de su madre, que Santiago intentaba evitar a toda costa, y charlas con su padre acerca de su futuro y de lo que todos esperaban de él, lo que se le hacía bastante pesado. Pero al fin y al cabo ése era su deber.


En una de esas aburridas tardes en las que iba a reunirse con su padre junto al lago para hablar de su vida, mientras intentaban infructuosamente pescar algo en ese solitario lugar, la perturbadora presencia de su primo irrumpió una vez más su vida, haciendo de ésta un caos.


—Hola, Santiago, únete a nosotros —propuso Kevin Alfonso, mientras incitaba a su hijo a acompañarlos a Pedro y a él en alguno de los pequeños placeres que disfrutaban en esos momentos: cervezas, algún cigarrillo y los tranquilos momentos de pesca que nunca habían sido tan divertidos hasta que llegó su sobrino.


—Papá, no deberías fumar. Y menos aún beber —reprendió Santiago a su padre, haciendo reflexionar a Kevin sobre a quién narices se parecía su hijo, si él nunca le había promovido esos rígidos modales. Aunque una mirada a su rebelde sobrino le bastó para comprobar que los hijos no siempre llegan a parecerse a sus padres o a salir como éstos desean.


—Siéntate con nosotros, Santiago, y disfruta de unos momentos de paz en este tranquilo lugar —insistió Kevin, tras lo que Santiago finalmente se decidió a tomar asiento junto a ellos sobre los sucios tablones de madera del embarcadero.


Pedro encendió una radio que llevaba y, seguramente para fastidiar a su primo, eligió poner una estruendosa música, acabando con toda la paz y tranquilidad de su agradable reunión. Ante la travesura de su sobrino, Kevin sólo pudo ocultar su sonrisa detrás de un nuevo trago de su cerveza.


—¿Y bien, padre? ¿De qué querías hablarme en esta ocasión? —solicitó rígidamente Santiago, haciendo que Kevin suspirara frustrado por el distante comportamiento que su hijo adoptaba hacia él.


—Quería preguntarte qué quieres hacer con tu vida, hijo —apuntó Kevin, esperanzado en que Santiago, como cualquier joven a su edad, albergara alguna duda sobre su porvenir y necesitara su ayuda para encontrar su camino.


—Lo tengo todo previsto, padre. Tras terminar los estudios, iré a la universidad para estudiar Derecho. Después encontraré un buen bufete donde establecerme, buscaré una buena mujer con la que casarme y tendremos una bonita casa blanca y tres hijos que…


—Me aburro… —interrumpió en ese instante Pedro, cortando en seco el planificado relato de su primo, exponiendo en voz alta lo que el propio Kevin pensaba—. ¿Por qué no intentas, antes de llevar a cabo esos soporíferos proyectos, vivir un poco?


—¿Y qué se supone que quieres decir con eso? ¿Acaso tengo que comportarme como un inmaduro y rebelde niñato como tú, que ni siquiera sabe lo que quiere? ¿Ésa es tu definición de «vivir un poco», primo? —replicó
Santiago, muy molesto, olvidando por unos segundos su imperturbable apariencia de chico prodigio, para enfrentarse a su primo, algo que Kevin observó con gran interés, mientras disfrutaba de su cerveza y se hacía a un lado para contemplar el espectáculo.


—¡Oh! En eso te equivocas, primito, yo sí sé muy bien lo que quiero... — repuso Pedro, mostrando una perversa sonrisa que delataba en quién estaba pensando en esos momentos.


—Sí, lo que tú digas, Pedro. Pero ten en cuenta que las chicas buenas como ella quieren a hombres como yo en su futuro: estables, sólidos, dignos de confianza… no a rebeldes sin causa que se dejen llevar por el viento.


—Me alegro de que digas eso, porque tu afirmación demuestra que no la conoces en absoluto.


—¿Ah, no? ¿Y tú sí?


—No del todo, pero comienzo a conocerla. Algo que, por lo que veo, a ti no te ha interesado hacer en todos estos años. Pues lo siento, primito, pero si no te has dado cuenta de cuánto vale ella hasta ahora, es tu problema. Lamento decirte que ya es demasiado tarde para ti.


—¿Y eso por qué?


—Porque yo estoy aquí —manifestó impertinentemente Pedro, mientras se alejaba de su primo, muy dispuesto a ir detrás de lo único que sabía a ciencia cierta que deseaba tener en su futuro.


—¿Es que no piensas decirle nada? —preguntó un alterado Santiago a su padre, exigiéndole que se posicionara en esa discusión.


—No creo que sea acertado que me meta en cuestiones que os atañen exclusivamente a vosotros. Ni siquiera quiero saber el nombre de la chica a la que os referíais. Para mí esta conversación no ha existido.


—Pero ¡papá!


—Hijo mío, debes aprender a librar tus propias batallas. Yo sólo te daré un consejo: si te enfrentas a tu primo, vas a tener que ensuciarte, ya que no creo que Pedro juegue demasiado limpio —dijo Kevin, esperando con impaciencia el momento de ver como su hijo dejaba atrás su fría fachada para ser un hombre normal como todos los demás.


—Gracias por nada, papá —contestó Santiago disgustado, mientras se alejaba para ir tras su primo, seguramente para intentar impedir que éste consiguiera lo que más deseaba.


El problema con ello era que, al contrario de lo que pensaban todos, Pedro sí que sabía lo que quería hacer en el futuro y estaba más que decidido a trazar su propio camino en la vida y a apartar a todo aquel que se interpusiera en él.


—Brindo por ti, Pedro —murmuró Kevin cuando se quedó a solas, cada vez más convencido de que traer a su sobrino a su casa había sido una de las mejores ideas que había tenido. Y otra, indudablemente, fue invitar a la encantadora
Paula a su hogar para que su hijo se fijara en ella. Aunque, por desgracia, su sobrino era mucho más listo que Santiago y no había tardado nada en detectar lo que su hijo había ignorado durante tanto tiempo: que esa señorita de impecables modales algún día sería una mujer digna de admirar.




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