martes, 25 de septiembre de 2018

CAPITULO 4




En el verano de 1975 llegaron a Whiterlande dos impetuosos jóvenes que cambiarían el aburrido y monótono pueblo con sus travesuras y sus locas aventuras, un lugar que para muchos estaba atrasado en el tiempo, mientras que para otros era más permisivo de lo normal.


En aquella época, en Whiterlande las mujeres podían trabajar fuera de casa, pero todavía se veía con extrañeza que llevaran pantalones. En ese pueblo, las asignaturas escolares más importantes para el sexo femenino eran las enseñanzas del hogar, aunque las mujeres podían acceder a la universidad. Pero lo más normal era que se casaran con el hombre señalado por sus padres y perpetuaran las costumbres tradicionales.


Mientras transcurrían los años, las blancas casas de estilo colonial permanecían inalterables, los pequeños negocios pasaban invariablemente de padres a hijos y los vecinos seguían siendo los mismos de siempre, aunque la sociedad iba avanzando y trayendo sus cambios poco a poco hasta ese recóndito lugar, donde las chicas todavía eran perfectas niñas de papá y los chicos desempeñaban el papel que sus padres les habían señalado. Aunque también aparecían de vez en cuando algunas excepciones a la norma general, que se rebelaban contra todo, despertando de su aburrimiento y letargo a ese entrañable pueblo donde todo era posible y todas las locuras estaban permitidas, especialmente a la hora de buscar el amor.




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