viernes, 5 de octubre de 2018

CAPITULO 38





—Definitivamente, lo de ser un niño bueno no se me da demasiado bien —le susurré a la adormilada Paula, que descansaba desnuda entre mis brazos, mientras pensaba que antes de que ocurriera nada entre nosotros debería haberle contado la verdad.


Yo sabía que Paula se había arrojado a mis brazos solamente porque creía que ése sería nuestro último día juntos, que después de ese verano yo me alejaría de Whiterlande para volver a mi hogar, dejándola sola.


Las niñas buenas como Paula nunca actuaban tan alocadamente como había hecho ella esa noche, nunca se dejaban arrastrar por personas como yo. Tal vez por eso no pude resistirme a tentarla hasta que su fachada desapareció y ella se lanzó de lleno a aquella apasionada locura.


Paula me había aceptado esa noche únicamente porque creía que no volvería a verme, y yo quería que me eligiera no sólo para una noche, sino para toda la vida, algo difícil de obtener de los labios de una reticente damita como ella, y lo sería más aún cuando descubriera mi engaño y viera que nuestros caminos no se separarían todavía.


Para comprobar si nuestras ropas se habían secado un poco, me alejé y a continuación me vestí para que la inocente Paula no se avergonzara cuando comprendiera que mi deseo por ella, a pesar de la noche de la que habíamos disfrutado, no había disminuido en absoluto.


—Lo tenías todo planeado, ¿verdad? —preguntó Paula, mirando cómo preparaba mi motocicleta para volver a casa.


—¿Escapar del perro guardián de mi primo? ¡Sin duda! Era algo que tenía en mente desde que me subí a su coche —respondí despreocupadamente, dándole la espalda para concederle tiempo para que tapara su desnudez—. Pero lo que ha ocurrido entre nosotros… de ningún modo creí que llegaría a suceder. Y menos aún cuando tú todavía tienes tan presente en tu vida a mi virtuoso primito... —
añadí un tanto molesto. Y, esperanzado con que negara mis palabras, me volví hacia ella. 


Pero Paula no las negó, sino que, acercándose a mí, tan rígidamente vestida como siempre le imponían sus padres, me preguntó:
—¿Te arrepientes de esta noche?


—No —negué, mientras cubría sus fríos hombros con el calor de mi chaqueta de cuero—. Pero la pregunta aquí es si tú te arrepentirás mañana de lo que ha ocurrido hoy entre nosotros.


—No —contestó tan firmemente como yo, haciéndome sonreír por unos instantes. Hasta que recordé que, tal vez, cuando se enterara de que yo no me marcharía de Whiterlande, su respuesta cambiaría por completo.


—¿Estás seguro de que no tenías planeado lo 
que ha ocurrido esta noche? — insistió Paula, confusa, cuando, tras devolverme la manta, pudo echar un vistazo a lo que había en el interior de mi caja.


—No, no lo tenía planeado. Aunque siempre tuve esperanzas...


—Demasiadas, diría yo... —comentó Paula, mientras señalaba con un gesto el gran surtido de preservativos que tenía en mi caja.


—¡Oh, Paula! Si tan sólo tuviéramos tiempo… —manifesté, queriendo mostrarle a mi rubita cuán intenso podía ser mi deseo—. Pero por hoy el tiempo se nos ha acabado. ¿Quizá en la próxima ocasión? —dije atrevidamente, mostrando en mi reloj que el toque de queda impuesto por su padre llegaría a su fin dentro de poco, resistiéndome a que ese ardoroso encuentro fuera el único que hubiera entre Paula y yo.


—Quizá... —declaró ella apocada, antes de subirse en la moto detrás de mí y apretar con demasiado ímpetu su cuerpo contra el mío, como si no quisiera dejarme ir jamás.


Fue entonces cuando comprendí que, si no le decía que me quedaría junto a ella, tal vez cuando volviéramos a encontrarnos lo que sintiera Paula hacia mí no fuera enfado por mi silencio, sino dolor por mis mentiras. Pero el ruido de mi motocicleta acalló mis palabras y, cuando llegué a casa de Paula, éstas fueron
silenciadas por otro gran obstáculo que se interponía en mi camino si quería conseguir a la mujer de la que me había enamorado.




No hay comentarios:

Publicar un comentario