viernes, 5 de octubre de 2018

CAPITULO 39




Tomas Chaves, como cualquier padre preocupado, recorría el mismo camino una y otra vez frente a la puerta de su casa. A pesar de que su hija nunca incurriría en el pecado de enamorarse de un hombre tan inadecuado como Pedro Alfonso, siempre cabía la posibilidad de que su curiosidad adolescente la llevara a sucumbir a los encantos de ese embaucador. Menos mal que la presencia del siempre recto Santiago limitaba los pasos que ese atrevido joven podía dar hacia su hija.


No obstante, había algo en esa salida que lo preocupaba, ya que por más que su mujer se empeñara en decir que ese supuesto noviazgo solamente era una treta de mujeres, cuando él miraba a ese rebelde de Pedro Alfonso veía que sus ojos no se apartaban de su hija, y que bajo sus absurdas bromas se ocultaba la firme decisión de conseguirla.


El retraso en la hora de llegada de Paula, junto con lo inapropiado de la compañía en la que podía acabar, eran motivos suficientes para que Tomas repitiera sus mismos intranquilos pasos frente a la casa una y otra vez. Pasos que se inquietaron más cuando percibió el sonido del vehículo que se acercaba a su hogar.


Tras oír el espantoso estruendo de una motocicleta, Tomas vio que su hija llegaba inapropiadamente subida en ella, sosteniendo un gigantesco peluche y agarrada a un irresponsable muchacho que sólo sabía sonreír como un idiota, mientras retenía las manos de su hija junto a él como si nada en el mundo importara más que ella.


Pero la vida era bien distinta y no todo era alegría y diversión.


Para convertirse en adulto había reglas que cumplir, caminos que seguir y normas que acatar, y si Pedro Alfonso no había aprendido aún cómo era la sociedad, a él no le importaría nada mostrarle la realidad. Y más aún si con ello conseguía alejarlo de su preciada hija.


—Paula, llegas diez minutos tarde, en un vehículo que dista mucho de ser seguro y en la compañía del Alfonso más inadecuado. No creo que deba señalarte que estás castigada… —decretó gravemente Tomas, mientras veía como su hija bajaba rápidamente de la moto, para, ante sus serias palabras, borrar de su rostro su rebelde sonrisa y sustituirla por el gesto de la recta joven que siempre acataba sus indicaciones.


—Sí, papá —replicó Paula seriamente, escondiendo su rostro tras un enorme y horrendo peluche de un mono ataviado con una cazadora y unas gafas de sol, que hizo gruñir a Tomas ante el parecido que éste guardaba con el chico que pretendía a Paula.


—A pesar de que seamos amigos de los Alfonso, no creo que debas aceptar regalos de jóvenes a los que apenas conoces… —señaló Tomas, intentando deshacerse de ese espantoso presente.


—Pero papá…—se quejó Paula, sin querer desprenderse de su regalo. Y rebelándose por primera vez contra su padre, lo mantuvo fuertemente junto a ella, resistiéndose a dejarlo marchar.


—Creo que mis palabras han sido bastante claras la primera vez, Paula: ¡deshazte de eso en este mismo instante!


—¡No! —gritó ella reticente haciéndolo enfurecer, porque su rebelde gesto tan sólo podía significar que su hija finalmente se estaba encariñando con ese joven más de lo conveniente.


—Paula… —la reprendió de nuevo Tomas, decidido a hacerla entrar en razón.


Y antes de que ella le diera una nueva y preocupante contestación y de que sus nervios terminaran de crisparse, para su asombro ante tanta desvergüenza, Pedro se entrometió en la discusión:
—¡Eh, Paula! Tienes que devolvérmelo, ¿o acaso creías que lo había ganado para ti? —dijo Pedro, guiñándole un ojo, tras lo que añadió en voz baja, antes de que desapareciera en el interior de su casa—: No te preocupes, cuidaré muy bien de él.


Luego, Pedro abrazó al peluche tan fuerte como nunca le estaría permitido abrazar a Paula.


—No quiero que te acerques a mi hija. No sé a lo que estarás jugando, pero ella no es para ti —anunció seriamente Tomas, una vez que su hija se halló en la seguridad de su hogar.


—¿Y si no es un juego? —interpeló Pedro, luciendo en su rostro una seriedad de la que siempre carecía ante todos.


—Peor me lo pones, porque tú nunca serás adecuado para ella.


—Entiendo. ¿Y qué tengo que hacer para ser el hombre que la merezca?


—¿Quieres que te haga una lista? —preguntó sarcásticamente Tomas, mientras le dirigía una despectiva mirada al joven que estaba frente a él.


—Claro, ¿por qué no? —repuso provocativo Pedro, aceptando el reto que le planteaba ese hombre.


—De acuerdo, en ese caso sólo necesitas ser respetable, tener un trabajo prometedor y una casa donde establecer un hogar. Eso es lo mínimo que debería tener cualquier hombre que pretenda formar una familia. Pero tú todavía eres demasiado joven como para pensar en ello, así que mejor olvídate de esta conversación y disfruta de tu vida tan despreocupadamente como hasta ahora. Pero hazme un favor, ¡hazlo lejos de mi hija! —dijo Tomas, dejando atrás a aquel alocado joven.


—Aún no tengo claro lo que quiero hacer en mi vida, pero lo único que sé es que quiero a Paula en ella, así que conseguiré todo lo que me haría digno de ella, según usted. Sólo le pido que no me aleje de su lado —suplicó Pedro, mientras se mesaba nerviosamente los cabellos.


—Entre Paula y tú ya hay una gran distancia de la que no pareces haberte percatado. Que yo me meta en medio simplemente hará que te des cuenta de ello antes —finalizó Tomas, antes de adentrarse en su hogar con gran determinación.


—¡Mierda! ¿Por qué están todos tan empeñados en decidir por mí? — maldijo Pedro, quien, más resuelto que nunca a que aquella mujer no lo olvidara, trepó por uno de los árboles que rodeaban la casa en busca de la habitación de su rebelde Paula, rezando para que nadie lo viera y para no resbalarse en su escalada, que era bastante dificultosa debido a su carga adicional.


—¡Eh, chaval! ¿No te ha prohibido el señor Chaves que te acerques a su hija? —inquirió una de las vecinas de los Chaves, una mujer próxima a los cuarenta años, que, ataviada con modernas y holgadas ropas, disfrutaba de un cigarrillo desde el porche de su hogar, mientras contemplaba la precaria subida de ese joven hacia la habitación de Paula como un mero entretenimiento.


—Sí, pero no ha dicho nada de mi mono —bromeó Pedro, alzando su regalo, logrando que la mujer que lo observaba se riera ante sus rebeldes actos y volviera al interior de su casa como si sus ojos no hubieran contemplado las locuras a las que podía llegar un joven enamorado.


Por desgracia, la incursión de Pedro se topó con un padre demasiado celoso, que no tardó demasiado en hacer desaparecer de la casa tanto al joven rebelde que pretendía a su hija como a su estúpido mono de peluche, que fue arrojado violentamente hacia el exterior, en cuanto asomó su enorme cabeza por la ventana. 


Sin duda, el señor Chaves quería mostrarle a Pedro de lo que era capaz si se atrevía a intentar aparecer en esa habitación en la que su presencia estaba estrictamente prohibida.


Al fin, Pedro volvió a casa con la única compañía de un premio de consolación que nada haría por calentar su fría y solitaria noche, en la que, una vez más, alguien le había prohibido alcanzar algo que estaba más que dispuesto a obtener.


La pega de ese nuevo juego era que la apuesta subía a cada instante que pasaba en compañía de esa mujer y el precio en esa partida era el más alto que nunca había tenido que poner: su corazón. Si Paula aceptaba o no quedarse con
él era algo que todavía tenía que descubrir, porque, aunque le hubiera entregado su cuerpo, Pedro aún no sentía que su corazón estuviera con él.


Y de este modo transcurrían los días, subiendo las apuestas en ese alocado juego en el que Pedro no se daba por vencido para conseguir a la única chica que le había interesado tanto como para arriesgarlo todo a una única carta, la del amor.




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