jueves, 27 de septiembre de 2018
CAPITULO 12
A lo largo de los días, Paula se dedicó a maquinar una manera de vengarse de ese retorcido hombre, ya que cada vez que sus miradas se cruzaban, él sonreía jactancioso hacia ella, recordándole su victoria y que ella nunca sería tan atrevida como él en sus jugarretas. Pero es que la fachada de niña buena que pretendía mantener limitaba mucho su posible represalia, así que, por el momento, Paula se dedicaba a dirigirse a él usando todos los nombres de chico que recordaba, excepto el suyo. Ése solamente lo murmuraba en voz baja,
acompañado de alguna que otra maldición, cuando se encontraba a solas.
Su infantil gesto sólo conseguía que Pedro se riera de ella y de sus estúpidos intentos por ponerse a su nivel en ese enfrentamiento que nunca ganaría. O al menos eso era lo que él pensaba, ya que las buenas chicas no podían comportarse mal. Aunque había muchas otras maneras de tomarse la revancha en las que las delicadas manos de una dama no se ensuciaban demasiado, pensaba Paula, mientras alzaba su aguja tras la última puntada, observando detenidamente una prenda que se encontraba entre las labores de costura de la tarde.
—Señora Alfonso, ¿ésa no es la chaqueta de Tony? —preguntó Paula, señalando la vestimenta habitual, de la que Pedro no solía desprenderse.
—¡Oh, querida! Aún no te has aprendido el nombre de mi sobrino, se llama Pedro —rio la señora Alfonso, deteniendo por unos instantes las perfectas puntadas de su labor de costura.
—Es que soy muy mala para los nombres —respondió Paula falsamente.
—No te preocupes: a mí en ocasiones me ocurre lo mismo. Y respondiendo a tu pregunta, sí, querida, se trata de su chaqueta. Está tan gastada que me la dejó para que le remendara sus deshilachados puños.
Tras unos segundos de considerar las consecuencias de su posible locura, Paula se tiró de cabeza sobre la oportunidad que se le presentaba, y ocultando la pícara sonrisa que acudía a su rostro en ese momento en el que al fin había hallado la revancha perfecta, se dirigió hacia la ocupada mujer con toda la falsa inocencia que sólo ella podía aparentar.
—Pero señora Alfonso, usted está demasiado ocupada con las responsabilidades de la asociación de mujeres. ¿Está segura de que podrá terminar todo el trabajo a tiempo?
—Lo sé, querida, pero éstos son los imprevistos a los que en ocasiones debe enfrentarse una buena ama de casa.
—Si quiere yo podría ayudarla remendando esta ajada prenda. Después de todo, no carezco de habilidad con la aguja —declaró Paula, cogiendo entre sus manos la deslucida chaqueta de Pedro, como si en verdad fuera algo tan preciado para ella que nadie más debía tocar.
Melinda, al ver que su hija tenía la oportunidad de mostrar una de sus habilidades ante la señora Alfonso, no dudó en alabarla ante todos, hasta que al fin su anfitriona consintió en ceder esa prenda a la, en su opinión, enamoradiza niña que había comenzado a admirar a su sobrino.
Paula, sin poder resistirse a la oportunidad que se le brindaba, cogió feliz la chaqueta de su némesis entre sus brazos y, sin importarle demasiado lo que otros pudieran pensar, se apresuró con ella y con una pequeña canasta de costura hacia la habitación que ocupaba.
Por el camino se cruzó con Santiago, que sintiéndose extrañado por el inusual comportamiento que mostraba Paula al correr alocadamente por la casa abrazada a una desgastada prenda, decidió detener sus pasos.
Al reconocer a quién pertenecía esa chaqueta, Santiago intentó comportarse como un buen
hombre y alejar a Paula de su primo y de los atrevidos planes que éste seguramente tenía para ella.
—Paula, ¿quieres que paseemos por el lago? —le propuso a la apresurada muchacha que pasaba junto a él, mientras le sonreía, seguro de su respuesta afirmativa.
—Lo siento, Santiago, en estos momentos estoy demasiado ocupada — respondió despreocupadamente Paula, dejándolo atónito con su negativa, ya que ella siempre había corrido detrás de él a la menor oportunidad.
—¡Ah! ¿Y qué es eso tan importante que tienes que hacer? —preguntó Santiago, molesto porque aquella chica no le prestara la atención que siempre le había dedicado.
—Venganza... —creyó oírla murmurar entre dientes, algo que descartó de inmediato cuando ella declaró con una amable sonrisa, antes de subir apresuradamente la escalera—: Tengo que ayudar a tu madre con las labores del hogar.
Tras ser rechazado por primera vez en su vida, Santiago llegó preocupado junto a las mujeres que disfrutaban en el salón de una apacible tarde de costura.
—Madre, no sabía que estabas tan ocupada. Acabo de cruzarme con Paula y ha rechazado mi invitación para que paseáramos junto al lago, alegando que tenía que ayudarte —comunicó Santiago, dejando a todas las mujeres asombradas ante ese comportamiento.
Aunque la señora Alfonso tan sólo sonrió serenamente, como si esa extraña reacción de Paula fuera algo que ella ya se esperase.
—Querido, si tantas ganas tienes de pasear, ¿por qué no invitas a Barbara a acompañarte? —propuso su madre. Y ante la mirada expectante que la chica le dirigió, Santiago finalmente no pudo negarse.
Barbara salió corriendo junto a su madre hacia su habitación para recomponer su perfecto aspecto, que no necesitaba lucir más esplendoroso, mientras que Melinda se retiró con una vana excusa de esa reunión, seguramente para reprender a su hija por su estúpida decisión de rechazar tal propuesta.
Después de que Santiago se desplomase en una silla, sin saber aún lo que había ocurrido, su imperturbable madre se limitó a explicárselo con toda tranquilidad, dedicándole unos segundos de su atareada vida.
—¿Es que acaso creías que ella iba a estar esperándote siempre? —dijo, abriéndole los ojos hacia lo que estaba sucediendo.
Desde que su primo había llegado, todo estaba cambiando. Y, por lo que parecía, alguno de esos cambios afectaría más que otros a su planificada vida, lo que a Santiago no le gustaba en absoluto.
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