miércoles, 3 de octubre de 2018

CAPITULO 31




—¡Mario! —exclamó Billy, un habitual del Sullivan’s, entrando apresurado en el establecimiento—. ¡No te vas a creer lo que acaba de hacer el desvergonzado de Pedro Alfonso en la farmacia!


—No creo que en un local tan respetable como ése pueda cometer muchas locuras —respondió despreocupadamente el aludido, mientras limpiaba los vasos.


—¡Se ha llevado una caja de condones!


—Bueno, eso es algo normal en un joven de su edad. Aunque haya sido algo desafortunado que la comprara justo a la hora en que se suelen encontrar reunidas todas las cotillas del pueblo —dijo Mario, reprobando al curioso que no tenía otra cosa que hacer que ir con ese tipo de chismes a su bar.


—No una caja… ¡sino una caja! —anunció Billy, mostrando con sus manos el tamaño de la gran caja que el joven se había atrevido a llevar consigo, haciendo que más de uno se atragantara con su bebida.


—¡Mierda! Y yo sin mi pizarra... —masculló Zoe, mientras todos los jóvenes impacientes dirigían sus miradas hacia ella con ganas de realizar más de una apuesta sobre los Alfonso.


—No sé cómo ha salido vivo ese chaval de ese nido de arpías sin que alguna de ellas la emprendiera a golpes con él por su descarado comportamiento.


—¡Eso es lo mejor! Después de dejar atrás a todo ese manojo de alteradas, ha salido por la puerta la mar de tranquilo, mientras echaba a su primo a los lobos. Las mujeres han reprendido a Santiago durante horas con discursos sobre la moral y la castidad.


—No creo que Santiago Alfonso deba recibir más discursos sobre la rectitud. Ya es bastante estirado por sí mismo —se rio Mario del joven que en ocasiones era demasiado educado para su bien.


—No te creas... —volvió a susurrar Zoe desde lejos, recordando cómo había perdido Santiago su fachada de niño bueno en su bar.


—Si yo fuera tú, Mario, comenzaría a hacer apuestas sobre esos dos chavales para ganar algo de dinero extra —propuso uno de los comensales, mientras alzaba su cerveza.


—Harry tiene razón, desde que Pedro Alfonso llegó, las cosas se han vuelto cada vez más interesantes en este pueblo. Y no sé por qué, a esos primos ahora les ha dado por fastidiarse mutuamente —intervino otro de los viejos amigos de Mario.


—Paula… —murmuró Zoe con una irónica sonrisa en su rostro, orgullosa de saber más que su padre, un hombre que siempre presumía de estar al tanto de todo lo que sucedía en el pueblo.


—No es mala idea, pero no creo que sirviera de mucho. Además, no encuentro esa vieja pizarra que tenía en el trastero.


—Ni lo harás —susurró Zoe, acercándose disimuladamente a cada uno de los jóvenes que se encontraban en el bar, para que comenzaran a apostar a hurtadillas.


—Si tuviera un chico, tal vez pudiera llevar a cabo alguno de esos entretenidos juegos, pero con una chica todo es distinto, ya que debo dar un buen ejemplo —suspiró Mario, mientras seguía sirviendo a sus clientes—. ¿Verdad, Zoe? —preguntó, a la espera de la debida respuesta.


—Sí, papá. Lo que tú digas —declaró Zoe con una falsa sonrisa, como había aprendido desde hacía tiempo, para luego simplemente hacer lo que le diera la gana en su bar y con su pizarra.



No hay comentarios:

Publicar un comentario