miércoles, 3 de octubre de 2018

CAPITULO 33



La feria de Whiterlande se celebraba cerca de un pequeño embarcadero.


Había miles de luces, fuegos artificiales, decenas de arriesgadas atracciones para los más atrevidos y otras más sosegadas para los menos valientes, entre las que destacaba una enorme y tranquila noria. También podían apreciarse un montón de tenderetes con distintos juegos que atraían a muchos jóvenes a los que les gustaba demostrar sus habilidades delante de las chicas, compitiendo con los demás chicos para atraer su atención. Pero ninguno de los habitantes de ese pueblo había visto jamás una competencia tan reñida como la que se traían entre manos los Alfonso.


A cada paso que daban, corrían hacia un nuevo puesto para determinar quién era el mejor. Si en un principio las personas podían dudar de a cuál de las dos chicas que los acompañaban pretendían, tras un simple vistazo a los brazos de una de ellas, que se hallaban abarrotados de obsequios, podían llegar a la obvia conclusión de que Paula era la elegida.


—Bueno, creo que no hemos venido aquí para veros competir —declaró una enojada Barbara, tras ver cómo Paula era agasajada con un nuevo osito de peluche, esta vez procedente de Santiago, gracias a su gran habilidad a la hora de derribar unas viejas latas con una pelota—. Además, creo que, si seguís cargando a Paula de peluches, no podrá caminar siquiera —añadió amargamente, envidiando la atención que todos le prestaban a esa niña que, según ella, carecía de cualidad alguna.


—¡A mí no me importa! —anunció feliz Paula, hundiendo la cara en alguno de los tiernos regalos que había recibido.


—Si quieres te puedo dar esto. Después de todo, se parece a ti, Barbara — dijo Pedro, cuando volvió junto a sus compañeros tras haber ganado un minúsculo llavero con una fea muñeca enfadada como premio de consolación por su mal resultado tirando las latas.


—¡No, gracias! —negó Barbara, furiosa, mirando con asco la pequeña muñequita. Pero cuando Paula fue a cogerla, Barbara se la arrebató y se marchó muy enfadada.


—Creo que deberíamos ir a buscarla; puede perderse y… después de todo, no nos hemos portado nada bien con ella…


—No des más excusas, primito, y corre detrás de ella tú, que yo me quedaré aquí para cuidar de Paula —propuso Pedro, sonriéndole maliciosamente a su decoroso primo, que siempre acabaría portándose como un niño bueno, con sus impecables modales, algo que a él no le importaba olvidar cuando perseguía lo que quería.


Santiago dudó si marcharse o no y en varias ocasiones, mientras se alejaba, dirigió una mirada de advertencia a su primo, algo que Pedro simplemente ignoró.


Cuando al fin Santiago se perdió entre la multitud, Pedro no desaprovechó la oportunidad y, cogiendo la mano de Paula, la arrastró en dirección contraria, para escapar de la reprobadora mirada de su primo, que siempre lo perseguía cuando intentaba acercarse a Paula más de lo aconsejable.


—¡Y ahora, rubita, vamos a divertirnos! —gritó Pedro, mientras Paula se reía, dejándose guiar hacia otra de las locuras de ese hombre con el que nunca se aburriría.




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