miércoles, 17 de octubre de 2018
CAPITULO 78
Gael Bramson estaba desesperado por encontrar al gamberro que seguía torturándolo al hacerle imposible vender la casa del lago. Había intentado averiguar quién era el insolente que no cejaba en su empeño de que esa propiedad no se vendiera, pero cada vez que preguntaba por él, los amigables habitantes del pueblo cambiaban rápidamente de tema, haciéndole saber con ello que, aunque sabían quién era ese individuo, nunca revelarían su identidad.
De nada le sirvió asegurar que no pretendía hacerle nada malo a ese joven que se había atrevido a hacerse pasar por colaborador suyo, o que quería encontrarlo solamente por su bien, pues nadie le creía.
Tal vez al principio sí era cierto que había querido que ese sinvergüenza diera con sus huesos en prisión, especialmente cuando alguien sustrajo información de sus archivos, además de su irreemplazable agenda. Pero con el paso del tiempo, la idea de deshacerse de ese sinvergüenza quedó desterrada de su mente, ya que la nueva estrategia de ese individuo había consistido en vender todas y cada una de las casas del pueblo que la inmobiliaria tenía en cartera, excepto precisamente la del lago.
De este modo, y en un tiempo récord, Gael había conseguido triplicar sus ventas y comisiones, ya que todo potencial comprador que se acercaba a husmear por la casa del lago quedaba encandilado por un joven bastante convincente, que les hacía cambiar de opinión y fijar su interés en otras propiedades más adecuadas, más interesantes… y mucho más caras.
Cuando los compradores comenzaron a acudir a su oficina, felicitándolo por el joven ayudante que tenía a su cuidado, y firmaban sin dilación los contratos de compraventa, Gael supo que tenía que fichar a ese chico como fuera, ya que llevaba un tiempo pensando en montar su propia agencia inmobiliaria, lejos de las restricciones de su actual empresa, así como de las estrictas exigencias de su jefe. Y ese joven, sin duda, era la clave para que todo le saliera bien.
Para su desgracia, no conseguía que nadie le revelase su identidad, y él se las veía y se las deseaba para obtener algún tipo de información, ya que en todas las ocasiones utilizaba un nombre falso para realizar las transacciones y siempre cambiaba su apariencia.
«Pero esta vez no se me escapará», pensaba Gael, mientas repasaba los detalles de su plan para atraparlo: había dejado caer información falsa relativa a que tenía un nuevo comprador para la casa del lago en el bar de Zoe, lugar que Gael sabía que era el centro de cotilleos principal del pueblo. Luego se presentó en esa casa dos horas antes del momento en que debería llegar el supuesto comprador, para intentar pillar in fraganti a su falso vendedor.
Sonriendo con satisfacción al ver que alguien se movía en el interior de la casa, Gael se dirigió hacia ella lo más silenciosamente posible y, cuando la abrió, se quedó mudo de asombro al hallar ante sí a un rebelde muchacho de aspecto bastante desaliñado, estropeando las blancas paredes. En esta ocasión estaba dejando las rojas marcas de sus manos sobre las mismas, como si en esa casa se hubiera llevado a cabo algún espeluznante asesinato.
Por unos instantes, Gael pensó que se había equivocado de persona y estuvo punto de dejarlo escapar en su precipitada huida hacia la puerta trasera, hasta que se percató de que, en un lado de la estancia, pulcramente colgado, esperaba un impecable traje junto a unos impolutos zapatos. Sin duda, ese joven era su falso vendedor. Y, aunque su apariencia lo engañara por unos instantes, podía ser justo el embaucador que él necesitaba para su negocio.
Así que, sin pararse a pensar que ya no era tan joven como antes, Gael corrió tras ese muchacho hasta alcanzarlo y hacerle un placaje que los llevó a los dos a rodar por el suelo. Antes de que el otro lograra zafarse de su agarre, Gael le hizo la proposición más loca que jamás le había hecho a nadie:
—¡Espera, muchacho! ¡Trabaja para mí! —exclamó, negándose a soltar la pierna del chico, que había logrado incorporarse y que, en su apresurada escapada, lo arrastraba hacia la salida.
—¿Se puede saber qué clase de trabajo me está proponiendo? Si se trata de algo indecente, le advierto que me estoy reformando, y que por lo menos debería haberme invitado a una copa antes de plantear nada… —repuso burlonamente el joven, que había detenido su huida.
Al ver que el chico no se fugaba, y percatándose de que parecía bastante interesado en su propuesta, Gael abandonó su vergonzosa postura y se incorporó para hablar de negocios.
—Quiero que vendas casas para mí.
—No estoy dispuesto a vender esta casa, por más que me chantajee o extorsione.
—¡Perfecto! ¡Pues no la vendas! Pero vende todas las demás como has estado haciendo hasta ahora. Chaval, tienes un don para convencer a las personas y llevarlas a donde tú quieres, que pocos poseen, y yo quiero aprovecharme de ello.
—¿Así sin más, en frío, sin invitarme siquiera a una cerveza? —se burló de nuevo Pedro, arrojándole una cerveza a Gael, dispuesto a escuchar lo que tuviera que decirle.
—Chico, ¿realmente eres quien ha conseguido vender todas esas casas o te estás quedando conmigo? —preguntó Gael, mientras se mesaba nerviosamente los cabellos al escuchar las molestas bromas de ese sujeto, que sólo lo exasperaban.
—Sí, fui yo… Espero que a los Houston les gustara la casa de dos plantas, con amplio jardín, orientación sur/sudeste y con un seto de más de dos metros de altura, que busqué para ellos y sus perros; así como que la señora Morrison disfrute de las vistas de ese pequeño estanque interior lleno de la paz y tranquilidad que ella requería para reponerse de sus ataques de ansiedad. En cuanto al señor Mills, que aún no se ha decidido por ninguna propiedad, creo que para él sería ideal la casa que está cerca del camino que da a la laguna, para que pueda disfrutar de esos días de pesca que tanto adora y, a la vez, pueda caminar por el sendero que la rodea, para poner en práctica su otra pasión: hacer fotografías de las aves del lugar.
—¿Cómo narices te has aprendido todos esos datos de memoria?
—Para mí es muy fácil: con leer algo una sola vez lo memorizo sin más. Es un don, o tal vez un defecto para alguien como yo, como dicen algunos de mis profesores del instituto.
—¿Aún estás en el instituto? —preguntó Gael, asombrado con la prodigiosa mente de ese muchacho.
—Sí, repetí un año.
—¿Y eso por qué? Porque con esa memoria que tienes no debería resultarte nada complicado aprobar las asignaturas.
—Unas pequeñas desavenencias con mis anteriores profesores. Ellos creían que me enseñaban algo de provecho y yo que perdía el tiempo recibiendo clases de personas que sabían menos que yo de alguna de esas materias.
—¿Crees que terminarás este año?
—Sí, sin ningún problema y con la máxima calificación posible.
—¿Y qué piensas hacer después? ¿Irás a la universidad? ¿Tienes en mente alguna carrera, algún sueño prometedor?
—Sólo uno —contestó el joven, mientras le sonreía tristemente a su cerveza —. Y para cumplirlo necesito un milagro…
—No sé qué clase de metas te has propuesto, muchacho, pero te puedo asegurar que, si alguna vez necesitas trabajo, te recibiré con los brazos abiertos. Por cierto, no me he presentado: soy Gael Bramson —dijo amigablemente Gael, mientras le tendía una mano al joven cuyo nombre aún desconocía.
—Yo soy Pedro Alfonso —se presentó Pedro, revelándole a Gael que era el individuo causante de casi todos los escándalos acontecidos en el pueblo durante el verano—. Tal vez ahora quiera retirar su propuesta —continuó, sin llegar a
estrechar la mano de Gael, más que acostumbrado a que nadie confiara en él.
—No, no, para nada. No quiero retirarla. ¡La mantengo! —declaró firmemente Gael, confiando en su instinto, que le decía que ese chico llegaría a ser un gran hombre algún día.
—Gracias, lo pensaré —contestó Pedro, estrechando con firmeza la mano del agente inmobiliario, mientras aceptaba su tarjeta, pensando que si accedía a esa propuesta ya le faltaría menos para llegar a cumplir su sueño.
—¡Oh! Una última cosa… —apuntó Gael antes de marcharse. Y, tras depositar unos papeles en sus manos, le comunicó a Pedro una inesperada y sorprendente noticia—: La casa del lago es tuya ahora, así que será mejor que no causes ningún destrozo más en ella. Es lo mínimo que puedo hacer para compensarte por todas las ventas que has hecho y de las que me he beneficiado yo con las comisiones, sin que tú recibas ninguna ganancia. Además, así mato dos pájaros de un tiro: me deshago de esta propiedad y tal vez logre convencerte para que aceptes trabajar para mí —declaró Gael, señalando las escrituras de la propiedad que ahora estaban en su poder.
Pedro miró todo lo que lo rodeaba, absolutamente atónito y en shock, sin creerse que, una vez más, la suerte le sonriera de la manera más inesperada y de que su sueño estuviera al fin a su alcance. Luego recordó que la casa del lago nunca le había pertenecido a él y que había alguien que la merecía mucho más.
—Cómo odio ser un chico decente... —murmuró, mientras guardaba los valiosísimos documentos en uno de los bolsillos de su cazadora, para cedérselos al verdadero dueño de aquella casa que tal vez jamás habría conocido si nunca hubiera llegado a ese pueblo.
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