viernes, 19 de octubre de 2018

CAPITULO 84





La intrigante respuesta y la ladina sonrisa de Santiago no dejaron descansar a Pedro en toda la noche, y si no se había precipitado hacia el bar de Zoe para satisfacer su curiosidad fue simplemente porque ése era el día en que cerraban por descanso del personal. A la mañana siguiente, estaba demasiado ocupado preparando su pequeño equipaje como para volver a casa de sus tíos, y demasiado lastimado ante la marcha de Paula como para preocuparse por una estúpida apuesta.


Tal vez, si se presentaba ante el señor Chaves con lo que había conseguido, él le daría la nueva dirección de su familia, donde podría encontrar a Paula. Pero de las tres exigencias que Tomas Chaves le había impuesto, Pedro sabía que la más importante, que Paula lo eligiera por encima de todo, no la había logrado.


Hacer que una joven de dieciocho años eligiera entre él y su familia era cruel. Y más aún en ese momento en que Paula estaba tan cerca de cumplir sus sueños y, si se quedaba junto a él, tal vez éstos tardarían un poco más en llegar a hacerse realidad.


La cobardía lo llevó a no enfrentarse a ella en busca de una respuesta que le hiciera saber si había cumplido o no con todas las exigencias de su apuesta con el señor Chaves, pero al final la curiosidad por la extraña actitud de Santiago
se impuso y decidió pasarse una última vez por el bar de Zoe para llevar a cabo su encargo.


Nada más traspasar las puertas del bar, los cuchicheos comenzaron a seguirlo. Y cuando llegó a la barra para pedir una cerveza, no disminuyeron su intensidad.


—¿Se puede saber qué haces aquí, en vez de ir corriendo detrás de Paula para rogarle que se quede contigo? —le recriminó Zoe, sorprendentemente enfadada, mientras depositaba airada una fría cerveza delante de él.


—He venido para hacer una última apuesta —respondió Pedro con una falsa sonrisa que no engañó a nadie en absoluto.


—Creía que, según las reglas de tu acuerdo con el señor Chaves, ya no podías apostar — repuso Zoe, mientras sacaba de la cocina la pesada pizarra.


—Creo que ambos sabemos que he perdido esa apuesta, Zoe, pero bueno… esta de ahora no la hago para mí, sino para mi primo. Santiago me pidió que me pasara por aquí para apostar en su nombre antes de dejar el pueblo.


—Yo también creo que deberías echarle un vistazo a mi pizarra antes de decidirte a huir de este lugar —opinó Zoe. Y sacando la pizarra de detrás de la barra, la puso frente a Pedro, mostrándole la verdad que hasta el momento se había negado a ver.


—Santiago estuvo muy misterioso. La verdad es que no sé qué apuesta quiere que haga ni… —se interrumpió Pedro cuando vio las anotaciones de la pizarra, en la que, al contrario de lo que él imaginaba, la única apuesta que había era la que Tomas Chaves escribió en una ocasión para burlarse de él.


Todos los habitantes del pueblo habían elegido la apuesta segura y seleccionado el rotundo «No» que Tomas Chaves había marcado en uno de los lados de la pizarra, mientras que la única temeraria, la única alocada, la única que en verdad se había arriesgado en ese juego era Paula, cuyo nombre aparecía en solitario debajo del «Sí», dándole a Pedro la confianza necesaria para correr detrás de ella.


Su Paula, como él tantas veces le había pedido, había arriesgado su corazón apostando por él. Y ahora le tocaba a Pedro mover ficha para ganar ese juego en el que, gracias a ella, tenía todas las cartas vencedoras.


—¿Y qué tienes que decir a esto, Pedro Alfonso? —preguntó orgullosamente Zoe, mostrándole con su pizarra lo estúpido que había sido hasta ese momento.


—¡Que me llevo la pizarra!


Y, ante el asombro de todos, Pedro sacó apresuradamente la pizarra del bar de Zoe, para atarla como pudo a la parte trasera de su motocicleta con la misma cuerda que había usado para sujetar su equipaje y, a continuación, salió disparado en busca del premio que se le escapaba.


—Pero ¡qué demonios! —exclamó uno de los jóvenes, mientras pegaba su rostro al cristal de una ventana, sin poder apartar la vista del cada vez más lejano Pedro.


—¡No me jodas que ha conseguido todas las exigencias que había anotadas en la pizarra! — se asombró uno de los parroquianos, interesado por el resultado de esa apuesta que seguía todo el pueblo con gran expectación.


—¡Creo haber oído por ahí que tiene la casa! —gritó uno de los presentes que se agolpaban junto a la salida.


—La tiene —confirmó Gael Bramson, alzando su cerveza en un brindis por ese chaval.


—¿Y el trabajo? —preguntó Tony, sabiendo que en su taller Pedro no tenía ningún futuro.


—También —volvió a confirmar Gael.


—¡Y ahora tiene la pizarra de Zoe! —dijo otro individuo, decidiéndose finalmente a correr hacia donde se dirigía el joven, para no perderse el espectáculo.


—Y la pregunta ahora, señores, es: ¿qué narices estamos haciendo aquí? — exclamó Zoe, mientras daba la vuelta al cartel de la puerta de su bar, anunciándolo como «cerrado», para que todos pudieran correr a gusto detrás de aquel impetuoso muchacho, con la idea de conocer el final de la locura de la que sólo un Alfonso era capaz cuando iba tras el amor.



No hay comentarios:

Publicar un comentario