viernes, 19 de octubre de 2018

CAPITULO 86




Paula y Pedro se casaron nada más terminar el instituto. Contra todo pronóstico, el señor Chaves permitió a su hija seguir su propio camino junto a ese hombre al que, a pesar de los años transcurridos, aún no aprobaba del todo. Aun así, Tomas Chaves no dudó en ayudar a su pequeña en ese nuevo capítulo de su vida que se desarrollaba en compañía de Pedro Alfonso, y regaló a la joven pareja una casa apropiada, cediéndoles la residencia en la que un día la familia Chaves vivió en Whiterlande.


Nadie podría decir que esa pareja no pasó por dificultades o tuvo alguna que otra pelea, pero siempre seguían adelante, apoyándose el uno en el otro, intentando que el sueño de ambos se cumpliera.


Pedro se convirtió en un fantástico vendedor, y lo que en un principio comenzó poco menos que como un juego, con el tiempo se convirtió en un fructífero empleo que lo llevó a crear su propio negocio inmobiliario.


Paula había tenido que posponer la universidad, ya que muy pronto se quedó embarazada de su primer hijo, pero ante la insistencia de su marido tomó clases a distancia y años después podía contemplar complacida el título que colgaba del pequeño desván, donde habían creado un estudio sólo para ella, su máquina de escribir y sus historias de amor.


—¡Por fin lo has conseguido! —se alegró Pedro, mientras abrazaba a su esposa por la espalda, admirando junto a ella el título de Filología inglesa que adornaba esa pared.


—Sí, he tardado un poco más de tiempo, pero lo he logrado, al fin he cumplido mi sueño. ¿Y tú, querido? ¿Has cumplido los tuyos? —preguntó Paula, queriendo averiguar si Pedro había dejado atrás alguno de sus deseos por estar junto a ella.


—Sí, mi único sueño siempre ha sido estar a tu lado.


Sin poder resistirlo, Paula besó los labios del embaucador que siempre la conquistaría con sus palabras. Un beso que se volvió cada vez más intenso y que tal vez pudiera haberles permitido abandonarse a la pasión del momento si no fuera por los gritos de sus hijos, que interrumpieron su tierno momento.


—Creo que lo que más deseo en este momento es que Jose y Daniel dejen de pelearse, y que mi querida Eliana deje de llorar por las noches reclamando a su madre, ya que yo también la necesito —murmuró Pedro con una sonrisa en los labios—. Por cierto, para empeorar la situación, tus padres han venido a visitarnos.


—Ahora mismo bajo, dame unos instantes —pidió Paula, mientras sus manos recorrían el teclado de aquella vieja máquina de escribir, sin saber qué historia podría comenzar a crear—. ¿Sobre qué podría escribir? —susurró indecisa, deseando ponerse a ello.


—Escribe nuestra historia de amor, las de nuestros hijos, que en un futuro tal vez sean tan locos como somos todos los Alfonso cuando nos enamoramos y, por qué no, incluso hasta la de alguno de nuestros nietos que haya heredado mis impetuosos genes. Como ves, querida, tienes mucho que contar —propuso Pedro,
atrayéndola hacia él. Y cuando sus labios estaban a punto de unirse en un nuevo beso, la chillona voz de Melinda Chaves anunciando su llegada los interrumpió —. Aún podemos huir... —le susurró Pedro a su esposa.


—Creo que ya es demasiado tarde —se rio Paula y, dando un rápido beso a los tentadores labios de su marido, bajó precipitadamente para atender a sus padres y mostrarles, una vez más, que nunca se arrepentiría de haber elegido ese camino en su vida, donde se hallaba el amor por el que su corazón había apostado.





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