miércoles, 17 de octubre de 2018

CAPITULO 80




Quedaba sólo un mes para que terminara el instituto y, gracias a las clases que había recibido de Pedro y de Santiago, habían mejorado tanto mis notas que hacer el examen que me llevaría hasta la universidad ya no era un problema. Las respuestas a mis expectativas de futuro comenzarían a llegar muy pronto y yo conseguiría todo aquello que en alguna ocasión creí ver desde lejos como una quimera inalcanzable.


Lo único que aún me molestaba de seguir adelante con mis sueños era que Pedro parecía alejarse cada vez más de ellos. Las visitas que mi padre traía a casa cada vez eran más inoportunas y agobiantes, como mi madre y sus cada vez más insistentes charlas, apremiándome a que mis ojos se fijaran en otro que no fuera Pedro.


—Cariño, ¡pruébate esto! —pidió mi madre, emocionada.


Y yo, creyendo inocentemente que sería un nuevo modelito adaptado a mis nuevas curvas, respondí despreocupadamente, mientras le hacía un gesto de espera con la mano y seguía prestando toda mi atención a mi lectura:
—Sí, mamá. Ahora voy.


Ella, aprovechando mi vana excusa, me cogió una mano y, sin darme tiempo a reaccionar, me colocó un anillo en el dedo anular.


—¡Qué coñ…! ¿Qué es esto, mamá? —pregunté confusa, deteniéndome justo a tiempo, antes de pronunciar una palabrota típica de Pedro, mientras intentaba desesperadamente quitarme aquel anillo del dedo.


—¿No es bonito? ¡El chico de los Carter te lo ha comprado! ¿A que es un amor?


—¡Quítame esto pero ya, mamá! —exclamé ofuscada, intentando deshacerme del anillo.


—Pero creía que habías aceptado su propuesta… después de todo, me he pasado horas hablándote de él y de todas sus cualidades, ¿o es que no me estabas escuchando? —preguntó maliciosamente mi madre, dándome a entender que el hecho de que ese anillo estuviera en mi dedo no era ningún error para ella.


—¡No he aceptado ninguna propuesta de nadie, mamá, y mucho menos de un hombre que ni siquiera se atreve a acercarse a mí para entregarme esto! —grité histérica, mordiendo el anillo a ver si salía.


—¡Oh, querida! Arthur es muy tímido y creímos que sería mejor así. Pero cariño, si el anillo no sale, ¿qué le diremos a ese muchacho cuando ya se creía prometido contigo? Antes de rechazarlo, deberías poder devolvérselo, y sin daño alguno —indicó mi madre, cuando me vio morder una vez más aquella maldita alhaja con la que ella me había atrapado en otro más de sus maliciosos planes de matrimonio.


—¡Tú déjale claro a ese tal Arthur que por nada del mundo pienso casarme con él, que ya me encargaré yo de que este anillo salga de una manera u otra! — afirmé con determinación, mirando a mi madre fijamente, para hacerle entender que no me dejaría manejar como ella querría.


—Bueno, hija, haré lo que pueda para desalentar a ese muchacho. Y tú procura sacarte ese anillo cuanto antes, porque sería una desgracia que alguien te lo viera en el dedo y pensara que estás verdaderamente prometida. Eso, sin duda, espantaría a cualquier otro hombre —comentó con sorna, antes de salir de mi habitación, haciéndome reflexionar sobre lo que podría pensar Pedro acerca de que, mientras él hacía lo imposible para intentar acercarse a mí, con todos sus esfuerzos y sacrificios, otro consiguiera con facilidad una promesa que a él nunca le había hecho.


Para mi desgracia, no pude sacarme ese maldito anillo y, a pesar de que intenté ocultarlo, cuando alguna de las cotillas del pueblo me lo vio, no tardó en comenzar con los chismes sobre un compromiso que en realidad yo no había aceptado y que nunca aceptaría.


Mis temores empezaron a hacerse realidad cuando, en las pocas ocasiones en que me cruzaba con Pedro en el instituto, él me ignoraba. Y a pesar de que gritara su nombre más de una vez por los pasillos, nunca me esperaba para escuchar mis palabras.


De modo que, harta de su esquivo comportamiento, y más cuando faltaban un par de semanas para que el curso se acabara y tuviera que volverme a la ciudad con mi familia, una noche decidí recorrer todo el pueblo buscándolo, para enfrentarme a él, para obligarlo a oír cada una de mis palabras y para convencerlo de que, como ya hizo una vez, valía la pena que volviera a apostar por mí, ignorando todo lo demás que se cruzara en su camino.


Más cansada que nunca, después de buscarlo por innumerables lugares, llegué a la casa del lago, el lugar donde pasamos nuestra última noche juntos y donde nos conocimos por primera vez. El lugar en el que se rio de mí a causa de mi ridículo vestido, y donde yo lo insulté, sacando a relucir mi carácter. El lugar donde nos retamos continuamente, dando comienzo a nuestro juego; donde empezamos a amarnos y nos dimos cuenta de que lo que nosotros sólo creíamos un simple amor de verano, se había convertido en algo más profundo, que nunca podríamos olvidar.


Tras divisar las tenues luces de unas velas, me decidí a entrar para explicárselo todo, pero frente a mí, sentado en el suelo, no hallé al risueño hombre que siempre bromeaba, sino a un chico totalmente abatido, que me miraba con resentimiento, como si yo hubiera sido la responsable de que su mundo se hubiera derrumbado.


Demasiado borracho para su bien, ni siquiera se levantó de donde estaba sentado. Pero mientras alzaba descuidadamente la botella de cerveza hacia su boca, recorrió mi cuerpo con una mirada llena de un ávido deseo que por primera vez llegó a asustarme.


—Quiero cada una de las prendas que llevas en este instante, incluido ese anillo —exigió duramente, lanzándome los pagarés que yo había olvidado que llevaban mi nombre.


—No puedo, no sale ni usando agua con jabón… —declaré tímidamente, mientras intentaba sacarme el anillo para explicárselo todo y evitar así desnudarme delante de aquel frío hombre que en esos momentos era como un desconocido para mí.


—No te preocupes, ése es un problema que pienso solucionar ahora mismo —dijo Pedro, levantándose repentinamente del suelo y dirigiéndose hacia mí, tras coger un trocito de hielo del cubo que tenía junto a él, donde mantenía frescas varias cervezas, y se lo introducía en la boca.


Podría haber corrido hacia la salida y haber huido, podría haber dejado de lado el pago de esa apuesta que él realmente nunca me reclamaría en otro momento, pero la verdad era que no deseaba alejarme de Pedro. Quería conocerlo todo de él, tanto ese lado bromista que mostraba continuamente a todos, ocultando siempre sus verdaderas intenciones, como ese otro lado, el peligroso, con el que reclamaba un castigo para mí sólo porque creía que lo había olvidado y sustituido con otro.


Así que, aceptando el reto que suponían sus palabras, esperé temerosa a que llegara junto a mí. Bajo la tenue iluminación de las pequeñas velas, apenas podía ver su rostro mientras se acercaba. Tan sólo sentí cómo cogía mi mano entre las suyas para luego introducir atrevidamente mi dedo en su boca. Luego utilizó su lengua para deslizar el frío cubito de hielo sobre mi dedo durante unos segundos y, de algún modo, logró despojarme finalmente del detestable anillo.


Mientras apartaba la mano de él, no pude evitar acariciar su rostro, en el que descubrí lágrimas que sin duda intentó ocultarme al alejarse. 


Cuando quise explicarme, él no me lo permitió y, arrojando con furia el anillo que ahora tenía entre sus manos al suelo, me preguntó:
—¿Por qué nunca me eliges?


Después de esto, Pedro se apoderó de mis labios y, con la pasión de sus besos, hizo que me olvidara de cualquier cosa que no fuera él y lo que yo sentía cuando estaba entre sus brazos.




1 comentario:

  1. Ay nooo! Cuántos malentendidos! Y que odiosos esos padres por favor! Espero que pedrP pase por el bar de Zoe así ve en la pizarra que Paula si lo eligió y apostó por el

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